Por supuesto, de todas estas obras y de todo lo que tuvo a su alcance ha echado mano Alberto Roldán en este nuevo acercamiento a Barth, pues lo ha seguido persistentemente en varios de sus trabajos, siempre acotando sus aportaciones y con la mirada fija en su aplicabilidad presente para las iglesias latinoamericanas. Este nuevo esfuerzo no es la excepción y, desde su título, manifiesta con sonora claridad la vocación eclesial y pastoral de la investigación, aunque sin dejar de integrar abordajes llamativos y poco conocidos como los de Jacob Taubes o Vicente Fatone, ambos filósofos.
Roldán lleva a cabo un magnífico panorama de la vida y obra de Karl Barth y de su relación con América Latina, en particular. Sin afán de revisar el contenido del libro, pues los lectores podrán sumergirse en él gozosamente, incluso de manera aleatoria, pues a ello invita la autonomía de cada capítulo, se hablará aquí de sus alcances y, sobre todo, de la gran necesidad que había de un volumen como éste en el ambiente protestante latinoamericano. Los aspectos biográficos son presentados por el autor de manera ágil para entrar inmediatamente a desarrollar la evolución del pensamiento teológico barthiano en el esquema seleccionado: de una “teología de la crisis” a una “teología de la Palabra”, pues ambos enfoques han servido para definir este esfuerzo monumental por pensar la fe cristiana. Para ese fin, se sirve de un conjunto de lecturas bien asimiladas con el paso del tiempo y que le permitieron abordar al teólogo suizo en anteriores oportunidades con bastante fortuna. Se destaca, como debe ser, el impacto de la Carta a los Romanos (en las sucesivas ediciones desde 1919) como detonante de un trabajo incesante que desembocó en la Dogmática de la Iglesia (desde 1932 hasta su muerte, en 1968), la inacabada suma que ocupó a Barth durante buena parte de su vida y por la que es reconocido unánimemente.
En su evaluación personal de la primera obra, Roldán recurre a un texto anterior que sintetiza muy bien el método utilizado: “La exposición que Barth hace de la Carta a los Romanos implica un método que podemos denominar dialéctico-crítico-paradójico. Barth no pretende hacer el comentario definitivo a la obra ya que, como bien señala en el prólogo a la primera edición, ‘su aportación no quiere ser más que un trabajo preliminar que pide a gritos la colaboración de otros’”. Al insistir en el aspecto hermenéutico de este método, es aún más puntual: “Barth no desconoce su importancia, pero les responde que su interés no es saber lo que Pablo quiso decir a la gente de su tiempo, sino descubrir el mensaje para el ser humano de siglo 20”. Porque existe un enorme consenso de que ese libro primigenio no es un comentario bíblico usual sino que constituye un gran salto en el vacío existencial propiciado por el fin de la Primera Guerra Mundial que fue capaz de colocar el molesto optimismo de la predominante teología liberal de la época en el lugar que le correspondía. En palabras de Roldán, en ese comentario Barth “ejercita una dialéctica entre la comprensión y la explicación y se constituye en una dialéctica circular en el ser-ahí (Dasein) de tan rico y profundo desarrollo en la filosofía de Heidegger”. De ahí los epítetos o denominaciones que se granjeó Barth con su nueva manera de afrontar el legado cristiano con una mirada desencantada y en busca de una refrescante fidelidad al Evangelio, más allá de la cultura que lo había domesticado y pretendido poner a su servicio: la crisis (en el sentido de juicio), la dialéctica (en cuanto a su magistral manejo de la paradoja) y de la Palabra (por su renovada comprensión de la revelación y de la Biblia). Después de todo, “Nadie puede apropiarse del Evangelio como si fuera su propiedad privada. El Evangelio es de Dios y hay teología evangélica solo allí donde se revela el Dios del Evangelio, que es origen y norma de esta teología que, insiste Barth, sigue siendo siempre una ciencia humana”.
La Dogmática, lejos de ser un monumento es, para este expositor, una auténtica pista de despegue que permite dialogar con cuanto avance teológico surja, hasta la fecha, tal y como ha acontecido con las lecturas que ha recibido. Una de las más notables sugerencias que brotan del contacto con ella es la redefinición de lo que es la teología, comprendiendo a cabalidad su grandeza y sus miserias, al mismo tiempo, desde el peculiar estilo barthiano. De ahí que el debate sobre el existencialismo de la teología barthiana cobre especial relevancia al momento de evaluar la aportación del filósofo argentino Vicente Fatone (1903-1963), notable especialista en historia de las religiones, en uno de los capítulos más novedosos del libro. Fatone estudió a Barth al lado de otros pensadores como Berdiaev, Heidegger, Sartre, Marcel y Zubiri, una envidiable compañía. Barth también refulge en el análisis de Fatone, pues según él, estamos en presencia de una “durísima teología”.
Una perspectiva similar surge en los capítulos que Roldán dedica a la contradicción barthiana entre revelación y religión, iglesia y sociedad, Reino de Dios y política (tema que ha desmenuzado ampliamente en otras oportunidades), y la crítica del teólogo suizo al nazismo, pues en ellos se destaca la enjundiosa forma en que Barth pasó de la “teoría” a la acción, especialmente en su actuar contra las pretensiones del gobierno alemán durante la Segunda Guerra Mundial. Fue en ese contexto que se redactó la Declaración de Barmen, casi totalmente elaborada por él. El tránsito a la arena política en una situación tan extrema se anunciaba desde los tiempos del comentario a Romanos. En ese sentido, el pequeño volumen Comunidad cristiana y comunidad civil sigue siendo vigente: “La comunidad cristiana existe como tal en el terreno político y, por tanto, tiene necesariamente que aplicar y luchar por la justicia social. A la hora de elegir entre las diversas posibilidades sociales (¿liberalismo social?, ¿asociacionismo?, ¿sindicalismo?, ¿economía del libre cambio?, ¿moderacionismo?, ¿marxismo radical?) se decidirá por la que en cada caso (después de apartar todos los otros puntos de vista) le ofrezca una medida máxima de justicia social”.
Los tres últimos capítulos del libro muestran la capacidad del autor para ocuparse del asunto central del libro: cómo fue recibida la teología de Barth en América Latina desde mediados del siglo pasado. Éste es el meollo de libro y la gran aportación de su autor, apasionado como es, simultáneamente, de la gran teología protestante y de la misión cristiana en el subcontinente. No faltará quien diga que insistir en la recuperación de teólogos como Barth y otros/as teólogos europeos debería ceder su lugar a la descolonización del pensamiento cristiano en estas tierras, pero lo cierto es que justamente ese proceso ideológico y cultural tan necesario no se puede realizar sin antes conocer a conciencia a los mayores representantes de la teología en Occidente, como es el caso.
Roldán destaca los nombres pioneros del teólogo y pastor español Manuel Gutiérrez Marín (1906-1988), traductor, difusor y profundo conocedor de la obra barthiana, cuyo libro Dios ha hablado. El pensamiento dialéctico de Kierkegaard, Brunner y Barth (1950), basado en las conferencias expuestas en Buenos Aires un año antes, es un auténtico hito sobre la recepción en lengua castellana. Destaca además a la revista mexicana Luminar, que desde 1938 publicó artículos alusivos a Barth. También a quienes fueron sus discípulos, directos o indirectos: José Míguez Bonino, Emilio Castro, Rubem Alves, Julio de Santa Ana, Rolando Gutiérrez Cortés y Juan Stam; el segundo (quizá el más destacado) y los dos últimos estuvieron, literalmente, a sus pies en Europa. Juan A. Mackay y Gustavo Gutiérrez son otras referencias ilustres. Hay una cita de Castro que, aun en estos días, alcanza una vigencia inesperada. A la pregunta obligada (“¿Cómo puede ayudarnos Barth?”), Castro respondió (¡en 1956!):
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