Vocabulario, afirmaciones y niveles
Aunque mucho es lo que puede decirse sobre el vocabulario de las teorías científicas y su papel semántico, no vamos a detenernos en este punto. Solo nos interesa aquí hacer notar que la distinción entre objetos directos o empíricos por un lado y teóricos por el otro se refleja en otra acerca de las palabras o grupo de palabras que designan las entidades estudiadas por la teoría. Si estas palabras se llaman “términos”, las que nombran al primer tipo de entidades se denominan términos empíricos, y las restantes términos teóricos. Esta clasificación repercute en la que vamos a hacer con las afirmaciones de la teoría, según se verá.
Con el vocabulario de una teoría se pueden construir (según las reglas sintácticas de la gramática y de la lógica, usando como auxiliar el vocabulario lógico y, en muchos casos, el vocabulario de las teorías presupuestas) proposiciones, afirmaciones o enunciados. El problema fundamental de la epistemología o, al menos, del contexto de justificación, es el saber si son verdaderas o falsas. Pero lo que aquí discutimos es algo previo, que se relaciona con la cuestión de saber qué es lo que realmente se afirma en tales enunciados.
Distinguiremos tres tipos de enunciados científicos, cada uno de los cuales plantea problemas distintos en cuanto a la validación de las hipótesis y teorías. El primero es el de las afirmaciones empíricas básicas, o simplemente afirmaciones básicas. Aunque este tipo puede subdividirse a su vez en varios subtipos, caracterizaremos brevemente su estructura semántica diciendo que son afirmaciones singulares acerca de determinados objetos o entidades de la base empírica, afirmaciones que conciernen a la presencia y ausencia de una determinada propiedad o relación que también integra la base empírica (es decir, es también directamente observable). Cuando en un informe científico se consignan observaciones sin hacer conjeturas e interpretaciones sobre ellas, entonces las proposiciones que lo integran son singulares y ejemplifican este tipo. En una palabra, se trata de enunciados en los que se predica que cierto atributo (propiedad o relación) esté presente o no en un individuo o en un par de individuos. Una obvia extensión es la afirmación de que en un número finito accesible de entidades de la base empírica cierta característica se presenta con una determinada frecuencia o proporción: estaríamos en tal caso frente a una afirmación acerca de una “muestra estadística”, o una “afirmación estadística básica”. Estas afirmaciones básicas, estadísticas o no, poseen la interesante propiedad metodológica de que su verdad o falsedad pueden establecerse concluyentemente a partir de observaciones oportunamente realizadas, de acuerdo con lo dicho al hablar de la base empírica epistemológica y del requisito de efectividad. Las proposiciones en cuestión son las más seguras de la ciencia, en el sentido de ser las más susceptibles de control y verificación (o refutación). Si se conciben las teorías científicas como algo que debe ser controlado por la experiencia, puede verse claramente que la concordancia entre los principios o hipótesis de una teoría con las afirmaciones básicas es cuestión fundamental, de la que dependerá la mejor o peor suerte de aquellas.
En el caso de la psiquiatría, de la psicología profunda o de la medicina, las afirmaciones básicas son las que protocolizarían las actitudes somáticas o corporales de los pacientes observados o investigados, sus relaciones con el contexto físico, su material verbal (pero no el significado del material verbal, que implicaría interpretación), etcétera. Toda teoría clínica obliga a una contrastación con tales afirmaciones, de modo que en ellas reside la piedra de toque de nuestras creencias sobre la etiología y desarrollo de enfermedades, cuadros o síndromes.
Pero las disciplinas científicas no se limitan a reunir o catalogar observaciones dispersas o aisladas. El propósito primigenio de la ciencia es detectar leyes acerca de la realidad. Estas leyes no involucran otra cosa que regularidades generales que vinculan o relacionan determinados tipos de sucesos o acontecimientos. El conocimiento de estas regularidades es importante para el que desee explicar hechos, ya que explicar puede querer decir, precisamente, que un hecho singular no es casual o independiente de los demás, sino que forma parte de una correlación general entre hechos. Pero hay dos clases de tales leyes. Leyes empíricas: se refieren a regularidades observables entre las entidades directas de la base empírica. Leyes fácticas: aluden a generalidades entre entidades reales de cualquier clase, observables o no (es decir, teóricas tanto como empíricas). Es obvio que en la marcha desde el conocimiento concreto hasta el teórico se comenzará con leyes empíricas y, solo más adelante, cuando seamos capaces de construir esquemas explicativos que trasciendan lo observado, podremos acceder a las leyes fácticas en general. Por ejemplo, a partir de nuestros protocolos “clínicos” podremos obtener generalizaciones clínicas, leyes empíricas acerca del desarrollo las características observables y manifiestas de enfermedades, síndromes o conductas. Luego, al construir explicaciones fisiológicas o psicoanalíticas de lo que ocurre empíricamente, se nos ocurrirán leyes que atañen al material latente o no observable. De paso, adviértase que la popular distinción entre material latente y manifiesto es otro ejemplo de la diferencia entre base empírica y entidades teóricas. Llamaremos generalizaciones empíricas a las proposiciones que afirman para toda una familia de entidades de la base empírica la presencia o ausencia de una propiedad, relación o correlación. Hay varios tipos de tales proposiciones, en particular el constituido por las generalizaciones universales estrictas, que afirman que la presencia de cierta propiedad o relación se da sin excepción (las leyes científicas, según se piensa ateniéndose a una vieja tradición, estarían ubicadas aquí), el de las afirmaciones existenciales que admiten simplemente que en la aludida familia hay algún ejemplo, o algunos, de esa propiedad o relación y el de los enunciados estadísticos o probabilísticos que afirman la presencia o ausencia de tales propiedades o relaciones según una determinada proporción, frecuencia o probabilidad. De todos modos, estos enunciados tienen algo en común con los empíricos básicos, y es que se refieren a la base empírica. Pero mientras estos lo hacen particularizando en un ejemplo determinado, aquellos lo hacen para toda una clase de objetos o entidades (observables). Metodológicamente, surge otra diferencia fundamental. Los enunciados generales no son, en general, susceptibles de verificación efectiva y terminante. Involucran infinitos casos particulares (o, al menos, números muy grandes y no accesibles a la observación); por consiguiente, un número finito de observaciones, que es lo único que cabe para los seres humanos, no basta para fundamentar concluyentemente el rechazo o la aceptación de lo que se afirma en estos enunciados. Precisamente cuando las proposiciones científicas comienzan a hacerse interesantes, pues pasan de lo singular o aislado a lo general o universal, es cuando surge un escollo no fácilmente salvable en el camino hacia criterios seguros y definitivos para su aceptación. Insistimos en esto, pues aquí reside el comienzo de una metodología que abandona la pretensión de contar con afirmaciones cuya verdad se haya establecido definitivamente, para proceder más bien a construir hipótesis, contrastarlas y adoptarlas por ser presumiblemente positivas, sin descartar –pese a su eventual éxito y fuerza– la posibilidad de su reemplazo por hipótesis nuevas y mejores.
Si se intenta ordenar las proposiciones científicas en “niveles”, donde cada uno de ellos implica una menor o mayor distancia desde la base empírica, o sea una mayor o menor garantía de verdad fundamentada en observaciones, es costumbre ubicar las afirmaciones básicas en el primer nivel posible, y referirse a ellas, por consiguiente, como afirmaciones de primer nivel o de nivel uno. El segundo nivel, o nivel dos, estaría constituido por las generalizaciones empíricas, es decir, por las leyes empíricas (estrictamente universales, existenciales o estadísticas). Ambos niveles se refieren a la base empírica. Pero a continuación estaría el tercer nivel, o nivel tres, integrado por afirmaciones que aluden a entidades teóricas. Hay disciplinas y teorías científicas que no llegan nunca a este nivel. En medicina, por ejemplo, abunda un tipo de trabajo científico en que, utilizando muestras y tablas, se fundamentan hipótesis que indican una correlación estricta o estadística entre la ingestión de una droga y la desaparición de un síntoma, por ejemplo. Pero, en las disciplinas más elaboradas, donde se desea una conceptualización de carácter explicativo que indique el porqué de tales correlaciones, es frecuente emplear suposiciones acerca de entidades teóricas. Estos nuevos enunciados, que algunos llaman “teóricos”, son de dos clases: los “puros”, que utilizan exclusivamente términos teóricos, y los “mixtos”, que emplean simultáneamente términos empíricos y términos teóricos. Puede concebirse a los enunciados teóricos puros como constituyendo o, mejor aún, describiendo modelos de lo que puede existir más allá de lo observable, y a los mixtos como tratando de vincular las entidades teóricas con las empíricas. Es común denominar a las hipótesis teóricas mixtas “reglas de correspondencia”. Estas serían las que establecen el puente que permite contrastar lo que se dice sobre el aspecto teórico de la realidad mediante el uso de observaciones de carácter empírico. Una teoría que solo emplee hipótesis teóricas puras no es todavía una teoría científica que pueda ser sometida al control de la base empírica. Por ello, el olvido de las reglas de correspondencia constituye un pecado metodológico que impide considerar útiles científicamente muchos modelos que se proponen para dar cuenta de la realidad profunda.
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