Base empírica puede tener un sentido filosófico, otro epistemológico y, también, uno metodológico. El primero no interesa aquí, y se refiere a la posibilidad de encontrar una base empírica para todo tipo de conocimiento humano (los filósofos discrepan acerca de cuál sería tal base y de si existe o no). Epistemológicamente, se trata de saber cuál es la base empírica para todo tipo de disciplina científica. Desde nuestro punto de vista, esta base empírica está dada por las entidades que la práctica cotidiana ofrece directamente a nuestro conocimiento (sin dejar de reconocer que este no es un conocimiento absoluto, sino que puede revisarse y perfeccionarse, por lo cual hay que reconocer que el valor de nuestros datos empíricos tiene, a veces, historia y es a su vez susceptible de corrección por comparación con nuevos datos o teorías, lo que lleva a concebir la marcha de la ciencia como un proceso “dialéctico” en que teoría y práctica se controlan sucesiva y mutuamente), es decir, por objetos físicos accesibles o por datos de la percepción. Esta es la base empírica que debe utilizarse toda vez que surja una discusión acerca del valor de una “gran teoría” tomada por entero, como la de la relatividad de Einstein o la “económica” de Freud. Pero la marcha ordinaria de la investigación científica no procede del mismo modo que la discusión crítica epistemológica. Cuando es necesario resolver un problema en particular, entonces el investigador se apoya en alguna o algunas teorías ya existentes y, aunque forje hipótesis específicas acerca de su tema, ya no cuestiona la existencia y el conocimiento de los objetos teóricos que son mencionados en aquellas teorías. Si llamamos “teorías presupuestas” a las que así se emplean, es evidente que a través de ellas leemos tan directamente a los objetos teóricos ya mencionados como a los epistemológicamente empíricos. Esto es lo que se llama base empírica metodológica.
Epistemológicamente, tal base empírica es en principio cuestionable, pero científicamente, una vez que se han aceptado ciertas teorías, no es necesario volver cada vez a discutir, desde el principio. Por ejemplo, un epistemólogo puede tener dudas en cuanto a la existencia del inconsciente o del superyó, y no colocaría tales entidades dentro de la base empírica. Pero si un terapeuta está investigando el origen de una neurosis en un paciente, en esa ocasión no va a iniciar desde el principio una discusión sobre el psicoanálisis. Si tiene razones (basadas en su práctica anterior, su formación y su ideología científica y cultural) para creer que la teoría psicoanalítica es buena, entonces tomará el inconsciente y el superyó como entidades a las cuales tiene acceso directo a través de las hipótesis que acepta (y del material manifiesto que el paciente le ofrece); es decir, los tomará como parte de su base empírica.
Naturalmente, si sus teorías presupuestas algún día se desmoronan por obra y gracia de la crítica epistemológica, entonces la base empírica que utilizó, y que es de carácter metodológico, se invalida y se hace añicos. En este sentido, hay que comprender que muchos métodos utilizados en la práctica clínica y que aparentemente serían modas sui generis de conocimiento, como intuiciones simpáticas, comprensiones o “lecturas directas de inconscientes”, no serían otra cosa que “lecturas directas de material teórico” que, mediante teorías e hipótesis presupuestas que la teoría y práctica clínica brindan, se transforman en base empírica metodológica (pero su naturaleza epistemológica no debe perderse de vista, recordando que su certidumbre está condicionada a la validez de tales teorías e hipótesis presupuestas, las que deberían testearse previamente –y que son siempre vulnerables en virtud del posible advenimiento de nuevas experiencias que obligan a revisar lo previamente aceptado–).
De todo lo anterior surge una posible serie de preguntas de orden metodológico que conviene efectuar cuando se procede a criticar una teoría, a discutirla con otra persona o, simplemente, a redactarla. La primera: ¿cuál es la base empírica que se está aceptando? La concordancia entre dos contendores es al respecto importante, pues si cada uno piensa en una base empírica distinta, los elementos de juicio de que dispondrán para controlar, aceptar o rechazar las afirmaciones de la teoría no serán iguales, y resultará algo así como una discusión entre sordos. Por otra parte, es necesario contestar al interrogante, pues de otro modo no sabremos cuál es la piedra de toque que nos permitirá juzgar la teoría como aceptable o defectuosa. Otra pregunta es: ¿la base empírica se está tomando epistemológicamente o metodológicamente? Si lo primero, entonces puede procederse directamente a contrastar la teoría de la manera que más adelante indicamos, con lo cual se logrará valorarla. Pero, si actuamos en sentido metodológico, entonces es necesario indicar, además, la naturaleza de la teoría o teorías presupuestas que estamos utilizando. Esto también es interesante, pues, aunque en apariencia estamos considerando un mismo tipo de objetos, si las teorías presupuestas no son iguales estaríamos “leyendo” cosas diferentes, y el control no será semejante en un caso y en otro. Por otra parte, la indicación de cuáles son exactamente las afirmaciones presupuestas puede señalar explícitamente que nos estamos apoyando en alguna teoría débil, y que nuestra investigación va a flaquear desde el comienzo. Además, a diferencia del caso epistemológico, hay que tener en cuenta aquí que, si al proceder desde una base empírica metodológica llegamos a una contradicción con la experiencia, entonces –al contrario del caso epistemológico en que el único sospechoso es la teoría discutida– aquí hay dos presuntos culpables: la teoría que resulta de la investigación y la teoría presupuesta. Y esto da origen a un par de investigaciones paralelas, para localizar el defecto en una o en otra.
Un caso límite, que se presenta por desgracia con harta frecuencia en la investigación psiquiátrica o psicoanalítica, es el que ocurre cuando la base empírica se toma metodológicamente interpretada, pero utilizando como hipótesis presupuestas las de la misma teoría que se quiere validar. Sería como si alguien, queriendo testear la teoría de Melanie Klein sobre las posiciones, se pusiera a investigar conductas de los bebés, pero no tomando estas de manera no interpretada, sino viéndolas a la luz de la propia teoría de las posiciones. Este es un círculo vicioso metodológico totalmente inadmisible (y que, curiosamente, es tomado como situación típica para la epistemología por ciertos pensadores franceses, que convierten lo que es un auténtico defecto en algo así como una de las más bellas cualidades de la ciencia).
La base empírica –especialmente la epistemológica– cumple dos condiciones muy importantes para la discusión acerca de la validez de las teorías. Por un lado, todo problema que involucre un objeto (o un conjunto accesible de objetos) de la base empírica, y que plantee si cierta propiedad o relación –también empírica– está presente o no en ese objeto (total o parcialmente, con cierta frecuencia estadística, en el conjunto de objetos que se esté considerando), podrá resolverse por sí o por no mediante un número finito de operaciones siempre que el tiempo oportuno para hacerlas no haya pasado o no esté ubicado en un futuro lejano). Este es el requisito de “efectividad”. El de “objetividad”, que no discutiremos aquí extensamente, consiste en que la ciencia solo incorpora observaciones y datos en el caso de que sea posible reiterarlos para diferentes observadores. Es obvio que a la base empírica metodológica no se le puede pedir el requisito de efectividad, pues en las teorías presupuestas –a diferencia de lo que ocurre con los elementos de la base empírica epistemológica– no sucede que todo problema sobre un objeto (o un número accesible de objetos) se pueda resolver por sí o por no. En cuanto al requisito de objetividad, vale la pena preguntarse cuántas veces no es respetado. Hay síndromes que nadie vio salvo su descubridor (en uno o pocos pacientes); hay teorías e hipótesis edificadas sobre la observación de pocos casos. En lugar de una muestra estadística, en ciertos pseudotrabajos los casos clínicos son siete, seis, y a veces uno...
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