Gregorio Klimovsky - Epistemología y Psicoanálisis Vol. I

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Epistemología y Psicoanálisis Vol. I: краткое содержание, описание и аннотация

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¿Se pueden contrastar las teorías psicoanalíticas? ¿Hay manera de controlar su descripción de los mecanismos psíquicos? ¿Es posible considerar a las teorías psicoanalíticas como buenas informaciones acerca de los eventos psíquicos? ¿O ellas son concepciones filosóficas sostenidas o combatidas tan sólo por razones subjetivas, ideológicas o políticas? ¿Cuál es el papel de la reflexión ética, en medicina, psiquiatría y psicoanálisis? Estas inquietudes y otras de índole similar se tratan en los dos volúmenes de esta obra, en la que se encuentran gran parte de las ideas y reflexiones de Klimovsky sobre el psicoanálisis y algunas de sus posiciones sobre autores como Freud, M. Klein y Lacan entre otros, así como acerca de la actividad científica en general, marco conceptual dentro del cual cobran sentido sus consideraciones sobre los fundamentos del psicoanálisis. Nociones fundamentales como las de teoría, hipótesis, modelo, proceso, causalidad y determinismo son exploradas de un modo profundo y claro ilustrando sus aplicaciones con ejemplos tomados de la historia de la ciencia, para luego comprender su utilización y pertinencia en la teoría y en la práctica psicoanalítica. El tratamiento que Klimovsky hace sobre los aspectos epistemológicos de la interpretación psicoanalítica, de la noción de realidad psíquica y de la noción de cambio en psicoanálisis iluminan estos conceptos de un modo fecundo.En síntesis, se ha tratado de reunir aquí la producción intelectual de Klimovsky con respecto al psicoanálisis así como parte de su interacción con otros epistemólogos y psicoanalistas, desde mediados de la década del sesenta, cuando se gestara la así llamada «universidad de las catacumbas». Klimovsky es el primer epistemólogo que ha ordenado cuestiones disciplinares del psicoanálisis, y lo ha hecho desde el contexto rioplatense, en particular argentino. Desde entonces y hasta ahora ha promovido un proceso de intenso aprendizaje en psicoanalistas de otros países; la IPA y la Asociación Psicoanalítica de Roma lo han premiado por sus aportes y el desarrollo tanto del psicoanálisis como de las ciencias sociales y humanas en general.

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Bunge, M.: La investigación científica. Ariel, Buenos Aires, 1979.

Carnap, R.: Los fundamentos lógicos de la física. Sudamericana, Buenos Aires.

Hanson, N. R.: Patterns of Discovery. Cambridge University Press.

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Estructura y validez

de las teorías científicas

[ARTÍCULO][2]

El objeto de este trabajo es examinar algunos de los aspectos característicos de las teorías científicas, especialmente aquellos más vinculados a su estructura y validez.

Antes de entrar a desarrollar este tema, no está de más analizar las razones que pueden obligar a psicólogos, médicos y psiquiatras a ocuparse de las teorías científicas. Pues cabe argüir que las partes más fundamentales de estas disciplinas se relacionan con la actividad clínica, donde lo que importa es actuar y no el construir especulaciones. De acuerdo con este modo de ver, lo esencial es manejar con éxito el material que la realidad y la práctica nos brindan, mientras que la sistematización racional o abstracta posee solo un valor subsidiario. Pero esto es un malentendido. No puede procederse irracional y azarosamente a intentar modificar las cosas; el resultado sería desastroso. Usar cualquier instrumento, efectuar un movimiento cualquiera, decir algo, todo esto es inútil e inoportuno si no se conocen las relaciones causales y funcionales entre los objetos o entidades sobre los que queremos actuar. Si sabemos que algo está en estado A y deseamos que pase al estado B, para actuar positivamente deberíamos conocer que entre las acciones que podemos ejercer sobre A, existe C, que tiene la propiedad de cambiar A por B. Sin ese conocimiento podríamos actuar arbitrariamente sobre A ejerciendo alguna otra acción D que cambia A por E (que no nos interesa) o, simplemente, destruye A. En una palabra, si no elegimos apropiadamente la acción, no obtendremos el resultado práctico que es nuestro propósito conseguir. Por ello, toda acción racional presupone conocimiento. Y este conocimiento no se relaciona con hechos singulares o aislados; es un conocimiento general que indica correlaciones, ligaduras y pautas que gobiernan la estructura de lo real. Sin este conocimiento no existiría técnica exitosa. Pero este conocimiento debe haberse obtenido previamente y tiene que haber sido apropiadamente validado. Esto muestra que las teorías científicas, en las que se intenta sistematizar y controlar tal conocimiento, son un arma indispensable para fundamentar nuestra acción práctica. En el caso de la actividad clínica, estas teorías deberían servir como principio guía para la selección de terapias y tratamientos.

Es oportuno desvanecer otro malentendido. No estamos intentando identificar los conceptos de teoría científica y de ciencia, este es más amplio que aquel. Hay actividad, conflictos y procesos en la historia sociológica de la ciencia; pero no se reflejan en la estructura de las teorías, que es de carácter lógico y lingüístico. Lo que ocurre es que si tales procesos o actividades llevan a resultados de alguna importancia, estos deben comunicarse a la comunidad científica y a la humanidad entera, y “cristalizar” en textos, memorias o informes. La posibilidad de una labor crítica, junto con la necesidad de difusión de conocimientos (debido a los requerimientos tecnológicos, sociales, políticos y culturales) hacen indispensable que las regularidades que los hombres de ciencia descubren se condensen en hipótesis, afirmaciones y enunciados, todos los cuales constituyen sistemas y teorías. En este sentido, bueno es recordar una distinción que los epistemólogos hacen frecuentemente: los problemas del conocimiento científico –arguyen– constituyen tres contextos. El primero es el contexto de descubrimiento, y abarca todo lo relativo a la manera en que los científicos arriban a sus conjeturas, hipótesis o afirmaciones. El segundo es el contexto de justificación, que comprende toda cuestión relativa a la validación del conocimiento. Y el último está integrado por todo lo que involucre las aplicaciones de la ciencia, y puede denominarse contexto de aplicación (o “tecnológico”). De acuerdo con lo dicho, el contexto de justificación antecede al de aplicación. Y, obviamente, el de descubrimiento antecede al de justificación.

Muchos filósofos no están del todo convencidos de la legitimidad de la distinción entre los tres contextos y, especialmente, sospechan de la diferencia entre los dos primeros. Piensan que el proceso de descubrimiento es en sí la propia justificación del conocimiento científico. Por desgracia no es así, y la historia de la ciencia muestra una gigantesca colección de “descubrimientos” invalidados por un posterior y conveniente control mediante experiencias. Una cosa es el cúmulo de factores sociales, políticos, psicológicos y culturales que pueden inducir a un científico a preferir cierto modo de conceptuar en comparación con otro, o a seguir ciertos caminos teóricos con preferencia a tales o cuales, y otra es la verificación o apoyo lógico o empírico que sus afirmaciones pueden tener. La distinción es importante, y vale la pena hacerla aun en el caso en que realmente se cumpla (lo cual no es cierto) que ciertos modos de obtener conocimiento producen indefectiblemente verdades, pues aun así, para estar seguros de que ello es cierto, deberíamos presuponer algún criterio para reconocer la verdad.

Por todo lo anterior, nos limitaremos a discutir la estructura y validación de las teorías científicas, por entender que lo fundamental es indicar criterios para reconocer “buen conocimiento” y separarlo del deficiente, ya que eso es todo lo que se necesita presuponer para guiar nuestra actividad práctica y clínica.

Las teorías científicas implican cuatro aspectos fundamentales. En primer lugar, el de la esfera de objetos o entidades de carácter práctico y empírico sobre el cual se quiere actuar y que, al propio tiempo, sirven para controlar las teorías. Luego existe la faz lingüística de las teorías, donde los factores más relevantes implican distinciones de vocabulario o familias de afirmaciones científicas clasificadas por su mayor o menor proximidad a la esfera empírica. A continuación, tenemos la estructura lógica de la teoría, que jerarquiza las afirmaciones de esta según sus nexos deductivos o inferenciales. Y, por fin, están los problemas relacionados con la validez o incorrección de estas afirmaciones. Esto lleva a una metodología que vamos a indicar someramente, ya que este no es el lugar para una exposición sistemática completa.

La base empírica de una teoría

Las disciplinas científicas se ocupan de las propiedades y características de ciertos tipos de objetos. Pero es posible dividir tales objetos en dos clases según el tipo de acceso que se tenga a ellos desde el punto de vista del conocimiento. Algunos se ofrecen directamente a la práctica, a la observación y a la experimentación; los llamaremos empíricos. Los otros son captados de manera más indirecta, a través de deducciones, inferencias o conjeturas, los llamaremos teóricos. La diferencia es clara y aparece en distintas investigaciones. En física, las indicaciones en el dial de un instrumento o la coincidencia entre una aguja y una señal son objetos o eventos empíricos directos; un campo eléctrico es teórico y se conoce indirectamente (a través de instrumentos y registros). En química, el color de un papel tornasol o la opacidad de una solución es empírica; los átomos son teóricos. En biología, ciertos fenotipos son directos, empíricos, como el color de las plumas de un ave; los genes son indirectos, teóricos, y se detectan por sus efectos en la herencia de los fenotipos. En psicología profunda, las actitudes corporales, los gestos y expresiones verbales constituyen material manifiesto directo, empírico; el superyó, el inconsciente, las fantasías o los objetos internos constituyen entidades teóricas. Desde ya vale la pena indicar que teoría no es palabra peyorativa y no indica que se trata de abstracciones vacuas; los objetos teóricos existen (o tenemos buenas presunciones para creerlo así). Lo que ocurre es que no se detectan inmediatamente, y su conocimiento presupone conjeturas y teorías. Por ello, los objetos teóricos no ofrecen el mismo tipo de seguridad científica que los empíricos, y a veces terminan por desaparecer barridos por el viento de la historia, como sucedió con el flogisto y, más recientemente, con el éter. Sin embargo, que no sean seguros no implica que sus propiedades no se puedan conocer hasta cierto grado; en cierto modo, estos objetos pueden ser científica y filosóficamente más interesantes que los empíricos. Podría pensarse, entonces, que los objetos o entidades empíricas tienen una misión secundaria que es controlar nuestro conocimiento teórico. Ello es cierto, pero no constituye toda la verdad. No hay que olvidar el contexto de aplicación; necesitamos la ciencia para obtener resultados prácticos y tecnológicos. Pero la práctica constituye uno de los aspectos de lo empírico o directo (o, tal vez, pura y simplemente, coincide con él). De modo que, en este otro sentido, los importantes son los objetos directos u objetos de entidades empíricas, y son ahora los teóricos los que aparecen en posición más subsidiaria, la de ser auxiliares instrumentales para que podamos construir nuestras teorías, para permitir sistematizar el conocimiento y, por consiguiente, efectuar predicciones sobre lo empírico y lo práctico. De acuerdo con una nomenclatura muy difundida, vamos a llamar base empírica al conjunto de las entidades directas.

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