Bernardo Olivera - Monjes mártires de Argelia

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El verdadero relato de lo que vivieron los monjes trapenses de Argelia y cómo comprendieron poco a poco el sentido de su permanencia en un lugar de amenaza de muerte en medio del diálogo y la amistad con el mundo islámico y su testimonio de entrega y martirio. Un relato en el que el autor como partícipe de los acontecimientos, nos permite captar la profundidad de la experiencia vivida por sus hermanos en la donación de sus vidas.

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En cada uno de estos casos se trató de una gracia comunitaria y no de una gracia individual. En un contexto cenobítico, como es el caso de un monasterio cisterciense, no puede pasarnos desapercibido el hecho de una vida vivida y donada, todos juntos. Y esta gracia comunitaria del martirio ha sido también una gracia eclesial. El amor de nuestros hermanos por la Iglesia en Argelia y por la Iglesia local de Argel es bien conocido de todos. La vida y la muerte de estos hermanos nuestros se inscriben en el libro de todos los hombres y mujeres, religiosos y religiosas, cristianos y musulmanes que vivieron y murieron por Dios y por el prójimo.

En nombre del Evangelio

El día 27 de abril de 1996, apenas después de un mes del secuestro, el cotidiano Al Hayat publicaba largos extractos del comunicado 43 de la GIA, fechado el 18 de abril. El “emir” de la GIA no reconoce el aman, es decir, la protección concedida al monasterio por su predecesor. Aún más, esta “protección” no habría sido lícita, dado que los monjes, según el citado comunicado:

no han cesado de invitar a los musulmanes a vivir el evangelio, han continuado poniendo de manifiesto sus slogans y sus símbolos y conmemorando solemnemente sus fiestas.

El Emir afirma, además:

que los monjes que viven entre la gente del pueblo pueden ser lícitamente matados,

y tal es el caso de los monjes de Atlas:

viven entre el pueblo y alejan a la gente del camino divino incitándoles a seguir el evangelio.

Y continúa luego diciendo:

es entonces lícito aplicarles (a estos monjes) lo que se aplica a los no creyentes cuando son prisioneros de combate, es decir, la muerte, la esclavitud o cambiarlos por prisioneros musulmanes.

Y, para concluir, viene la advertencia: la no liberación de los prisioneros de la GIA traerá como consecuencia la muerte de los monjes:

Ustedes eligen: si liberan, liberamos; si no liberan, degollamos. Gloria a Dios.

Es evidente que los hermanos fueron condenados a muerte por causa del Evangelio que profesaban. Condenados a muerte para “gloria de Dios”.

El perdón a los enemigos

El Padre Christian escribía a un grupo de amigos después de la muerte violenta del Hermano Henri:

“No hay mayor amor que el de dar la vida por aquellos a quienes se ama”, decía Jesús en el Evangelio de este 8 de mayo de 1994. Si esta palabra suena tan adecuada en la vida de Henri, no es porque fue ilustrada en su último día, sino más bien porque nosotros reconocemos que a nuestro hermano le fue esencialmente “donada” hasta ese don perfecto del perdón, incluido por adelantado, en la primera proposición que me enviaba, para ajustar a la situación actual las orientaciones concretas de nuestro grupo. En nuestras relaciones cotidianas, tomemos abiertamente el partido del amor, del perdón, de la comunión, contra el odio, la venganza y la violencia. (Carta del 15 de mayo de 1994)

Al fin del retiro comunitario anual, antes de la Navidad de 1994, el Padre Christophe reasumía los puntos fuertes del retiro, aquello que lo había marcado e interpelado. Habría que copiar todo el texto, contentémonos con este párrafo:

Veo bien que nuestro modo particular de existencia –monjes cenobitas– ¡y bien! eso permanece, nos porta y nos soporta. Para ser más preciso. El Oficio: las palabras de los salmos permanecen, hacen cuerpo con la situación de violencia, de angustia, de mentira y de injusticia. Sí, hay enemigos. No se nos puede obligar a decir demasiado pronto que se les ama, sin hacer injuria a la memoria de las víctimas cuyo número crece cada día. ¡Dios Santo, Dios fuerte! ¡Ven en nuestra ayuda! ¡Apresúrate a socorrernos!

Durante la Pascua de 1995 visité a nuestras hermanas de la comunidad de Huambo en Angola. Hacía unos pocos meses que había concluido la guerra. La hermana Tavita hacía su profesión temporal precisamente el domingo de Pascua. Había elegido como lectura bíblica para su profesión el Evangelio sobre el amor a los enemigos. La adversidad puede llegar a ser una experiencia agobiante, pero puede también dar lugar al perdón y al amor de los enemigos. Todo esto tiene sentido, un sentido que pide ser acogido y reconocido. Y puede que sea tan solo el descubrimiento de este sentido lo que le permite a Christophe dejar al Hermano Luc la última palabra que concluye y firma su reflexión con ocasión del retiro espiritual:

Para el primero de enero de 1994, inaugurando el año y el mes de sus 80 años, al refectorio, hemos escuchado el casete que Luc guarda para el día de su entierro, Edith Piaf que canta: “No, nada de nada, no. ¡No lamento nada!”.

Ejecutados con el Cordero

Entonces vi, de pie, en medio del trono y de los cuatro Vivientes y de los Ancianos un Cordero, como degollado. (Apoc 5, 6)

Ahora ha llegado la salvación, el poder y el reinado de nuestro Dios y la potestad de su Cristo, porque ha sido arrojado el acusador de nuestros hermanos, el que los acusaba día y noche delante de nuestro Dios. Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron, porque despreciaron su vida ante la muerte. (Apoc 12, 10-11)

Después miré y había una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar... de pie delante del trono y del Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos... Esos son los que vienen de la gran tribulación; han lavado sus vestiduras y las han blanqueado con la sangre del Cordero... El Cordero los apacentará y los guiará a los manantiales de las aguas de la vida. Y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos. (Apoc 7, 9. 14. 17)

El 23 de mayo de 1996 recibimos de parte del Ministerio de Relaciones Exteriores de Francia la noticia de que una radio de Marruecos había difundido un nuevo comunicado (el número 44) de la GIA. Este comunicado nos da el sentido último de la ejecución de nuestros hermanos por mano de sus secuestradores. Ha de ser leído a la luz del comunicado precedente y de los motivos de la condenación evocados por el Emir de la GIA, motivos que preveían: la muerte, la esclavitud o el intercambio con prisioneros musulmanes. Como no hubo intercambio de prisioneros, la GIA decidió aplicar la sentencia prevista. Dice el comunicado:

El 18 de abril de 1996, publicamos un comunicado (...). Ya habíamos dicho: Si liberan (a Abdelhak Layada...), liberamos; si no liberan, los degollamos. El 30 de abril hemos enviado un emisario a la embajada de Francia (...) llevando un casete audio probando que los monjes están vivos y un mensaje escrito precisando las modalidades de las negociaciones, si es que ellos (los franceses) quieren recuperar a sus prisioneros vivos. En un primer tiempo, se han mostrado dispuestos (a hacerlo) y nos han escrito una carta firmada y sellada (...). Algunos días después, el presidente francés y su ministro de relaciones exteriores han declarado que no dialogarían ni negociarían con el Grupo Islámico Armado. Han interrumpido lo que habían comenzado y nosotros hemos degollado a los siete monjes, fieles (en esto) a nuestro compromiso (...). Gloria a Dios (...). Y esto fue ejecutado esta mañana (21 de mayo).

¡Dejen resonar el clamor de nuestros mártires!

La vida y la muerte de los siete hermanos de Atlas es un testimonio que no puede ser olvidado. ¡Que ni la diplomacia, ni la política, ni una mirada carente de trascendencia sobre estos acontecimientos vaya a privarnos de la voz de nuestros mártires ni acalle el clamor de ese grito de amor y de fe! Desde el martirio del combate espiritual hasta el martirio de la sangre derramada, es el mismo clamor que invita al perdón y al amor a los enemigos. ¡La vida es más fuerte que la muerte: el amor tiene la última palabra!

En vísperas del noveno centenario del Císter y del jubileo del año 2000, estos acontecimientos son un “signo de los tiempos” para cada uno de nosotros. Son una Palabra de Dios que no retornará a Él sin haber fecundado nuestros corazones y producido sus frutos. Hoy, si escuchamos su voz, en cuanto personas individuales y en cuanto comunidades de personas, no cerremos nuestro corazón a esta invitación apremiante que nos llama a perseverar en la conversión y en el seguimiento radical de Jesús y de su Evangelio. Que el ejemplo de nuestros siete hermanos avive en nosotros el fuego del amor hasta que no exista entre nosotros otra deuda que la deuda del amor fraterno, hasta llegar al extremo de perdonar y amar a quienes han matado a nuestros hermanos. Solo así, perdonando y amando hasta el extremo, seremos cristianos como Christian y podremos también como él llegar al ocaso de nuestras vidas haciendo nuestras las palabras de su testamento:

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