Bernardo Olivera - Monjes mártires de Argelia

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El verdadero relato de lo que vivieron los monjes trapenses de Argelia y cómo comprendieron poco a poco el sentido de su permanencia en un lugar de amenaza de muerte en medio del diálogo y la amistad con el mundo islámico y su testimonio de entrega y martirio. Un relato en el que el autor como partícipe de los acontecimientos, nos permite captar la profundidad de la experiencia vivida por sus hermanos en la donación de sus vidas.

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Así eran nuestros siete hermanos. Un grupo como cualquiera de tantos que podemos encontrar en nuestros monasterios; en las parroquias de nuestras diócesis y en las calles de nuestras ciudades: reservados y comunicativos, apacibles y emotivos, intelectuales y manuales. Los unía la búsqueda de Dios en comunidad, el amor por el pueblo argelino y un lazo de fidelidad inquebrantable con la iglesia que peregrina en Argelia.

HACIA LA CASA DEL PADRE

Su contacto diario con la voz del Espíritu mediante la lectio divina les ayudó siempre a discernir la mano de Dios en medio de los acontecimientos que vivían. Algunas palabras del Señor resonaron con patética claridad en el oído de sus corazones.

Dice el Señor Jesús: Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Servir a Jesús (lo entendieron bien nuestros siete hermanos), significa ayudarlo, asistirlo allí donde Él esté. ¿Dónde y cuándo? ¡En la Hora del supremo combate, en el Calvario de la cruz! Y para esto no hay que ser héroes. ¡Todo lo contrario! Ellos sabían muy bien que nuestra fuerza reside en nuestra debilidad que se apoya en Dios.

Mártir: es una palabra tan ambigua aquí... Si algo nos pasa, aunque no lo deseo, queremos vivirlo aquí, en solidaridad con todos los argelinos y argelinas que ya han pagado con sus vidas, solidarios solamente con todos estos desconocidos e inocentes... Permanezco profundamente maravillado. (Michel, mayo de 1994)

Dice el Maestro Jesús: Habéis oído que se dijo: amarás a tu prójimo y odiarás a tu enemigo. Pues bien, yo os digo: amad a vuestros enemigos y orad por aquellos que os persiguen. Así vosotros seréis... perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto. (Mt 5, 43-48)

Sólo por seguir a Jesús hasta entrar en la misericordia entrañable del Padre, nuestros hermanos deseaban vivir una fraternidad hasta el extremo. Por eso hablaban de “nuestros hermanos de la montaña y nuestros hermanos de la llanura”, para referirse a las fuerzas terroristas y a las fuerzas armadas que militaban en su entorno. Por eso, llegada la hora, podemos creer que tuvieron ese lapso de lucidez que les permitió pedir perdón a Dios y a los hermanos en humanidad, perdonando al mismo tiempo de todo corazón a aquellos por quienes también habían ofrecido sus vidas.

Y donde yo esté estará también mi servidor (Jn 12, 26). ¿Dónde? Sí, es verdad, en el Calvario y en la cruz. Pero como paso pascual hacia el Padre: Si alguno me sirve, el Padre le honrará.

Y agrega Jesús: Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí... Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí (Jn 14, 6-10).

En la fiesta de san José del año 1996, concluyendo la que sería su última homilía en esta tierra, Christophe nos decía:

Dejemos ir a José. Dejemos venir a Jesús: hasta nosotros. En el desarrollo de Jesús como hombre, hay algo de la fuerza de José, como por supuesto hay algo de lo atractivo de María, su madre. Es la herencia transmitida desde Abrahán. Pero, en cuanto a Jesús, Él sale y sabe a dónde va y a dónde nos lleva: Yo voy al Padre.

Quizás durante esos últimos días, nuestro hermano Christophe, presintiendo lo que venía, elevaba sus manos diciendo esta oración fruto de sus entrañas:

Un par de años antes en marzo de 1994 me encontré con Christian en el - фото 17 Un par de años antes en marzo de 1994 me encontré con Christian en el - фото 18

Un par de años antes, en marzo de 1994, me encontré con Christian en el monasterio de Timadeuc. Le dije: “La Orden no tiene necesidad de mártires, sino de monjes”. Me escuchó y guardó silencio. Luego me miró y dijo: “No hay oposición...” Hoy día le doy toda la razón: monjes y mártires. La Orden, la Iglesia, el mundo tenemos necesidad de testigos fieles que hablen con palabras de sangre desde la fuente insondable del primer amor. Tenemos necesidad de seguidores de Jesús listos a seguirlo hasta el fin y prontos a abrazar la cruz del perdón que libera y salva. Dios nos ha regalado todo esto en la persona de nuestros hermanos.

Nuestros siete mártires hablan hoy muy especialmente a la Iglesia que está en Argelia y a otras Iglesias locales que sufren por ser fieles al Evangelio:

El Primero y el Último,

Aquel que estuvo muerto pero que ha vuelto a la vida,

dice –junto con ellos–:

“Conozco tus pruebas y tu pobreza, pero eres rico

–en testigos fieles y veraces–.

Sé fiel hasta la muerte y yo te daré la corona de la vida”.

(Apoc 2, 8-11)

Esa pequeña Iglesia argelina, que optó por la debilidad compartida como lenguaje del Dios encarnado, tiene un misterio que revelar y comunicar al conjunto de la Iglesia universal.

Quien tenga oídos oiga lo que el Espíritu dice a las Iglesias: “Muerte, ¿dónde está tu victoria? ¡La vida ha vencido a la muerte por el amor que el Padre nos tiene en nuestro Señor Jesucristo!”

2. ¿Tragedia o gloria?

Lectura creyente de los acontecimientos

Roma, 27 de mayo de 1996

Mis queridos Hermanos y Hermanas:

Durante estos días que estamos viviendo, poco tiempo después del asesinato de nuestros Hermanos de Atlas, me ha parecido importante tratar de leer a la luz de la fe los acontecimientos que tan hondamente nos han afectado desde su anuncio.

Un testimonio que no ha de ser olvidado

La carta apostólica Tertio Millennio Adveniente, en vistas a la preparación del jubileo del año 2000, nos recuerda que la Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires. “Se trata de un testimonio que no hay que olvidar” (TMA, 37). Los hermanos de Atlas nos han dejado hoy este testimonio, justamente cuando nos preparamos para celebrar en 1998 los 900 años de la fundación del Císter y, poco más tarde, los 2000 años desde el nacimiento y muerte de Jesucristo, ¡no podemos dejar este testimonio en el olvido!

El misterio del ser humano, de todo ser humano, solo se manifiesta en el misterio del Verbo hecho carne, del Verbo humanizado. El testimonio de nuestros hermanos, al igual que nuestro propio testimonio monástico, testimonio de creyentes, solo puede ser comprendido a la luz del testimonio de Cristo Jesús. He aquí el testimonio del Testigo fiel: ¡Dios es Amor! Padre, perdónales pues no saben lo que hacen. ¡Qué venga tu Reino! Perdónanos nuestros pecados así como nosotros perdonamos a quienes nos ofenden.

ESTABILIDAD HASTA LA MUERTE

Estabilidad en nuestras comunidades

La opción de los hermanos de Atlas no es única ni exclusiva. Todos nosotros, como monjes y monjas en la tradición benedictino-cisterciense, hemos hecho un voto de estabilidad que nos ha ligado a la comunidad y al lugar en el que ella se encuentra hasta la muerte. Varias de nuestras comunidades en los últimos años han tenido que afrontar situaciones de guerra o de violencia; en estas circunstancias han tenido que reflexionar seriamente sobre el sentido de este voto y han tenido que tomar decisiones cruciales sobre si quedar en el lugar o partir. Tal ha sido el caso de las comunidades de Huambo y Bela Vista en Angola, Butende en Uganda, Marija Zvijezda en Banja Luka en Bosnia y, más recientemente, la comunidad de Mokoto en la República Democrática del Congo. La mayoría de estas comunidades decidió permanecer en el lugar; los Hermanos de Mokoto, por razones diferentes, emprendieron el camino del exilio. En cada uno de estos casos la decisión comunitaria fue tomada después de una seria reflexión por parte de todos.

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