Sergio de La Pena - De la Revolución a la industrialización

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Se analiza aquí el tránsito de la economía mexicana, que pasó de ser agraria y rural para convertirse en industrial y urbana.
Los autores estudian las características del proceso de industrialización, tratando de poner en evidencia las claves que expliquen por qué, a pesar del crecimiento acelerado y la relativa modernización, el país no logra salir del atraso.
El análisis está apoyado en abundante información estadística y va del porfiriato hasta el arranque del llamado desarrollo estabilizador, pasando por el periodo revolucionario, la reconstrucción de los años veinte, la crisis mundial de 1929-33, el cardenismo, la segunda guerra mundial y la posguerra con la paradójica modernidad industrial que esas décadas trajeron al país.

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En un segundo momento, que la mayoría de los autores ubican en la década de los años veinte, la Revolución es inventada, mitificada por el Estado que la requiere como factor de legitimación; entonces se une lo que estaba disperso, las fracciones revolucionarias forman parte de una sola y única Revolución que da identidad a los mexicanos pues redime de los sufrimientos pasados y augura un futuro prometedor pleno de justicia e igualdad. Para crear ese futuro se plantea como necesaria la participación constructiva de todos los mexicanos revolucionarios, es decir de todos los que actúan de buena fe, de todos los que están dispuestos a crear la verdadera nación para el bienestar de todos, la conciliación, la unidad nacional, la construcción conjunta en armonía de la patria soñada. Esta idea de la Revolución se transforma en pilar ideológico del Estado, le otorga legitimidad y lo convierte en el protagonista central en la construcción de una nueva época.

La recreación de la Revolución hecha bajo esta perspectiva se realiza algunas veces por encargo del gobierno, como cuando Alvaro Obregón a través de José Vasconcelos ofrece los muros públicos para que los grandes pintores del m omento: José Clemente Orozco, Diego Rivera y David Alfaro Siqueiros, plasmen y den una visión gráfica al pueblo de lo que ha sido la Revolución como hazaña popular, lucha liberadora y redentora de la población. Otras veces se mezcla la convicción de cambio con las expectativas que ha despertado y se le atribuye la realización de transformaciones aunque éstas sólo sean promesas.

A través de la Secretaría de Educación Pública, creada en 1921, la escuela (en particular las escuelas rurales) se convirtió en la institución que debía difundir la concepción de la Revolución como iniciadora de una nueva etapa en la historia de México. Mary Kay Vaughan al analizar las relaciones entre maestros, campesinos, escuelas y la política cultural del Estado, destaca cómo se impuso en los años treinta "un nuevo currículo que promovía una cultura inclusiva, populista y nacionalista basada en la multietnicidad de México y que definía a obreros y campesinos como creadores y beneficiarios de la Revolución de 1910". 5 El maestro rural, como bien destaca Alan Knight, jugó un papel central: "el Estado se centró en la educación rural, que funcionaría al lado del programa de reforma agraria [...] el maestro rural sería el agente de vanguardia del Estado laico, de la República única e indivisible". 6 Otro aspecto que se exaltó como símbolo de unidad nacional fue la consideración del indígena como elemento constitutivo "originario" de la nación; en Manuel Gamio el indigenismo encuentra nuevos horizontes, en Vasconcelos es uno de los polos generadores de la raza criolla. Para el mejor conocimiento de los indígenas se funda la Escuela y el Instituto Nacional de Antropología e Historia, se realizan congresos indigenistas e investigadores van a la búsqueda y estudio de restos y sitios arqueológicos. En fin, la Revolución empieza a ser mitificada para ser creadora de identidad colectiva.

Ya en esta época algunos escritores con una perspectiva más "académica", aunque igualmente comprometida, observan, narran y realizan las primeras caracterizaciones de la Revolución, destacan entre otros: Andrés Molina Enríquez y Frank Tannenbaum, quienes consideran que la Revolución es eminentemente agraria; para Jesús Silva Herzog es antifeudal, nacionalista y popular. Luis Cabrera en su "Balance de la Revolución, veinte años después de 1910", 7 luego de plantear las promesas incumplidas de la Revolución y sin llegar a una caracterización unívoca concluía afirmando: "No puede haber libertad política sin igualdad económica y social; pero tampoco puede haber bienestar económico y social sin libertades".

Todos los estudios de esta etapa filtran el ambiente intangible generado por la Revolución: odisea libertaria, cargada de esperanzas. "Grito desesperado de las masas y apuesta llena de esperanzas en un futuro mejor" (Múgica). La Revolución armada impacta profundamente la conciencia social. La destrucción como secuela vuelve urgente y necesario pensar y crear alternativas viables. Podría pensarse que luego de proclamada la nueva Constitución en 1917 se cerraba o culminaba una etapa que marcaría el nuevo rumbo de la nación, pero no es así, el debate ideológico y político duraría por lo menos hasta 1940.

A mediados de los años cuarenta empiezan a aparecer las obras académicas de la Revolución realizadas por historiadores, abogados transformados en historiadores o autodidactas con afición por la historia. La Revolución empieza a ser "rescatada" de la versión "oficial" José C. Valadés inició una magna obra que arranca en el porfiriato y culmina en la Revolución, publicada en 13 tomos. A principios de los cincuenta Daniel Cosío Villegas anunciaba otra magna obra: La Historia moderna de México (publicada a lo largo de 17 años 1955-1972), hecha por un equipo de historiadores, con el rigor de quien posee el oficio, la obra fue escrita por los primeros alumnos de los transterrados españoles, ya con sede en El Colegio de México. A la Historia moderna debía seguir la Historia de la Revolución mexicana, bajo la coordinación de don Luis González, proyectada en 23 tomos, y comprendería el estudio de la historia de 1910 a 1960. En la presentación de la obra se plantea su objetivo:

Se hizo con el cuádruple propósito de entender, que no exaltar ni deslucir, a los forjadores del México contemporáneo; narrar verídicamente las acciones económicas, políticas y sociales e intelectuales más típicas, influyentes y duraderas de nuestro pasado inmediato; definir cada una de las etapas de ese pasado y ubicar la gesta revolucionaria de México en el conjunto de las revoluciones del siglo XX y en la larga serie de las revoluciones mexicanas.

A la par de estas obras algunos intelectuales críticos empiezan a "rescatar" la Revolución del Estado en un doble sentido: porque la convierten en objeto de conocimiento y porque desmitifican el uso ideológico que de ella hace el gobierno. Jesús Silva Herzog, Narciso Bassols, José Iturriaga, Daniel Cosío Villegas y José Colín, a principios de los cuarenta, se cuestionan sobre el fin de la Revolución como proceso histórico y perciben que en los cuarenta ha entrado en crisis. Para 1943 don Jesús plantea que la Revolución va "cuesta abajo", y en 1947 considera que es un "un hecho histórico". En contraste el discurso oficial seguiría hablando de la Revolución como un proceso en marcha y vivo por lo menos hasta 1982. 8

En los años sesenta y setenta una nueva generación de historiadores, entre los que destacan algunos de izquierda, ofrecen un nuevo examen de la Revolución de 1910; sus alcances, posibilidades y límites. En una situación nacional que apuntaba a una crisis de importantes dimensiones en lo económico y político sobre todo después del movimiento de 1968. Dos obras resumen las reflexiones que se hacían en ese momento. La compilada por Stanley Ross se cuestiona si ¿Ha muerto la Revolución mexicana ? 9 Publicada originalmente en 1966, tuvo una segunda edición en español corregida y aumentada en 1979. Las 30 opiniones que se recogen en el libro responden a distintas inquietudes, sus participantes van de académicos a políticos, incluidos Adolfo López Mateos, Gustavo Díaz Ordaz, Luis Echeverría y José López Portillo; "viejos y nuevos revolucionarios" que en conjunto ofrecen un balance de la etapa posrevolucionaria bajo la interrogante central de si los problemas nacionales económicos, políticos y sociales podían ser resueltos en el marco programático e ideológico de la Revolución mexicana y con las instituciones que a partir de ella se habían generado incluyendo por supuesto al partido oficial (Partido Revolucionario Institucional, PRI). Las reflexiones de Jesús Silva Herzog, José Colín y Daniel Cosío Villegas aglutinadas en el subtítulo de "Los sepultureros" daban por canceladas las opciones de desarrollo en los marcos ideológicos de la Revolución, en tanto que "Los viejos y nuevos revolucionarios", así como los autores agrupados en el "Balance" proponían profundizar las reformas en uno u otro aspecto.

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