Sergio de La Pena - De la Revolución a la industrialización

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Se analiza aquí el tránsito de la economía mexicana, que pasó de ser agraria y rural para convertirse en industrial y urbana.
Los autores estudian las características del proceso de industrialización, tratando de poner en evidencia las claves que expliquen por qué, a pesar del crecimiento acelerado y la relativa modernización, el país no logra salir del atraso.
El análisis está apoyado en abundante información estadística y va del porfiriato hasta el arranque del llamado desarrollo estabilizador, pasando por el periodo revolucionario, la reconstrucción de los años veinte, la crisis mundial de 1929-33, el cardenismo, la segunda guerra mundial y la posguerra con la paradójica modernidad industrial que esas décadas trajeron al país.

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Regular la economía, hacer la reforma agraria e impulsar el crecimiento económico y de las empresas se convirtieron en tareas centrales. En un primer momento las políticas públicas se orientaron a crear la infraestructura esencial, industrias básicas como la eléctrica, para lo cual se creó la Comisión Federal de Electricidad en 1933. Tales propósitos demandaban un creciente gasto público y por lo tanto políticas monetarias expansionistas 12 pero se manejaron con prudencia y cautela, sin que el déficit fiscal alcanzara montos superiores al 1.5% del PIB. De esta manera el modesto déficit público fue financiado en los años treinta con recursos bancarios internos, ante la ausencia de crédito externo. No obstante, esta política unida a la restructuración económica condujo a un incremento de la inflación.

En 1933 se inició la enérgica recuperación de la actividad económica y de las exportaciones, por cierto antes que en Estados Unidos e Inglaterra. A partir de entonces el crecimiento fue intenso. Las exportaciones se mantuvieron en expansión hasta 1948, crecieron poco más de 12% promedio anual en dólares entre 1933 y 1948, excepto durante el bache de 1938 por el boicot de Estados Unidos ante la expropiación petrolera (consúltense el cuadro A.2 y la gráfica 4).

Los precios de las exportaciones mexicanas mejoraron a partir de 1933, aunque no tanto como para revertir la tendencia al deterioro de los términos de intercambio, pues los precios de las importaciones crecieron en mayor medida, y no obstante que las importaciones se triplicaron entre 1933 y 1940 la balanza comercial registró un saldo favorable debido al crecimiento de las exportaciones por la subvaluación del peso, luego de la devaluación de 33% del peso entre 1931-1933.

Gráfica 6

Demanda, consumo e inversión, 1926-1952

Fuente Cuadro A4 A partir de 1933 el crecimiento fue enérgico y trajo - фото 6

Fuente: Cuadro A.4.

A partir de 1933 el crecimiento fue enérgico y trajo grandes consecuencias. En lo inmediato, fue una base de apoyo de insoslayable importancia para facilitar las transformaciones cardenistas a partir de 1935. En lo mediato, marcó el inicio del crecimiento basado en la industrialización y por tanto de consolidación del capitalismo mexicano. La CEPAL y otros analistas plantearon el inicio de la industrialización como un efecto de la crisis de 1929-1933. Como hemos visto, dicho proceso se inició en México en el último cuarto del siglo XIX, pero es innegable que a partir de 1933 la industria mostró un crecimiento más dinámico que el agro y se fue autonomizando de éste. Quizá los bajos niveles desde los que se emprendió la reactivación exageran la magnitud del crecimiento de este sector que sin duda se facilitó por el uso de la capacidad instalada disponible, pero los estímulos externos e internos para ampliarla, a partir de entonces, permitieron sostener un crecimiento intenso y con autonomía de la agricultura de exportación, pues los ingresos para el consumo de manufacturas ya no dependían de las exportaciones sino de la ampliación del mercado interno.

En efecto, entre 1932 y 1940 la economía creció a un promedio anual de 10.5% y 5% en términos reales, con un robusto 13.7% en el caso de las manufacturas (9.4% en términos reales), lo que hacía patente un proceso de recuperación y de arranque de la industrialización. La agricultura también creció si bien a una tasa de 2.8% anual (1.3% en términos reales) pues fue afectada por varios ciclos de malas condiciones climáticas, y en la segunda mitad de la década de los treinta por el reparto agrario masivo 13 (consúltense los cuadros A. 1.1, A. 1.2 y A. 1.3).

No obstante que la inversión pública estimuló el crecimiento de la inversión privada sobre todo en la construcción y en otras ramas, la inversión industrial se incrementó especialmente en ramas productoras de bienes de consumo inmediato y de insumos, y se apoyó en la capacidad instalada. Fue un crecimiento desordenado, sin orientaciones estratégicas, por lo que los eslabonamientos 14 fueron débiles, es decir, no se actuó de manera deliberada para ir creando una integración de los procesos productivos que fortaleciera la demanda de otras ramas industriales e indujera la producción de tecnología propia; se adaptó la que se traía del exterior (que en su mayoría no era de punta, en algunos casos se trató de equipo de "desecho" de las plantas estadunidenses) y se hizo muy poco para crear e innovar, de tal manera que la industria nacional resultó poco competitiva, salvo en el periodo de la guerra, cuando las economías desarrolladas se orientaron a la producción de armamento e importaron algunas manufacturas de México. Esta falta de eslabonamientos hacia la producción de la tecnología propia es uno de los aspectos que explica el sesgo antiexportador que adquirió la industria nacional.

La urgencia por resolver los problemas y la magnitud de las tareas empujaron al gobierno de Cárdenas a una intervención estatal mayor y en más campos. Además eran tiempos mundiales de aislamiento y proteccionismo, de nacionalismos intensos como el estadunidense, e incluso de totalitarismo, que cancelaban toda tentación liberal. En México, la opción por la intervención estatal y el nacionalismo fue acorde con las condiciones históricas, y permitió emprender el cambio exigido por las fuertes presiones sociales que demandaban resolver carencias y acelerar el desarrollo.

A la recuperación contribuyó la política monetaria expansionista que se introdujo a partir de 1933 y el gran aumento inicial de las exportaciones que crecieron a un ritmo anual de 30% entre 1932 y 1935 (consúltese el cuadro A.2). Las deficiencias de la infraestructura (transporte, crédito, energía) absorbieron la mayor parte de recursos e inversiones públicas.

1940-1952

En 1940 la segunda guerra mundial creaba mayor demanda de bienes primarios y manufacturados lo que condujo a un crecimiento de nuestras exportaciones hasta 1945. Para entonces los desajustes externos de la posguerra y la reorientación de la economía mundial hacia una economía de paz, generaron perturbaciones intensas y hubo un menor crecimiento de las exportaciones de 1947 a 1949.

La capacidad para importar se elevó por un aumento del volumen de las exportaciones, sobre todo a partir de 1943 cuando la demanda mundial se elevó a consecuencia de la segunda guerra (consúltese el cuadro A.2). También se explica el mayor valor de las exportaciones totales hasta 1952 en parte por cambios en su composición; se incorporó o aumentó la proporción de productos de mayor valor, como algodón, camarón, manufacturas textiles, artículos de cuero y minerales industriales. En este destacado desempeño de las exportaciones influyeron varios factores, entre los más importantes se cuentan: la subvaluación del peso, que prevaleció en varios lapsos, a raíz de las devaluaciones de 1931-1933 (33%), la de 1938-1941 (35% con una revaluación intermedia), y la tercer devaluación en 1948-1949 (78% ); también influyó la situación bélica mundial entre 1938 y 1945, la reconstrucción europea y la guerra de Corea.

El intento de crear una industria sustentada en la demanda interna requería importaciones de maquinaria e insumos intermedios que se elevaron hasta iniciar la tendencia al creciente desequilibrio externo en balanza comercial, y más aún en la cuenta de capital, el déficit fue compensado con inversiones y créditos del exterior. Las importaciones crecieron a un ritmo anual de más de 18% entre 1932 y 1947 y su valor superó el de las exportaciones desde 1946, salvo en el breve lapso de 1948-1949 (por la fuerte devaluación); el cambio en su cuantía y composición refleja la transformación de toda la economía, pero sobre todo hace evidente el proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Bajó la proporción de bienes de consumo entre 1932 y 1952 a cerca del 20% de las importaciones y aumentó la de insumos y bienes de capital que explican el 80% restante; éstos últimos constituían cerca de 40% de las importaciones al finalizar el periodo (consúltese el cuadro A.2.4).

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