Valga, para finalizar, comentar un texto que, en pro de adecuarse al espíritu de una época donde prima la retórica por sobre la Durcharbeitung freudiana, esto es, por sobre la elaboración psíquica, despliega sin reservas el enfoque del posmodernismo: me refiero al libro del filósofo−psicólogo Carlo Strenger La búsqueda de Voz en el psicoanálisis contemporáneo 76, donde adhiriendo, dice, a una postura narrativa que pone el acento en un pluralismo lúdico y en los valores posmodernos de la intersubjetividad y la mutualidad, contrapone en el psicoanálisis una postura clásica que toma como eje el insight y el logro de madurez psíquica y una postura romántica centrada en acceder a la plenitud del deseo. Colocándose bajo la égida de Nietzsche y Foucault, en lo que aduce es una concepción plenamente democrática de la psicoterapia, sitúa al psicoanálisis en una estética de la experiencia donde, en lucha abierta contra la tiranía de la identidad, el deseo inconsciente es fuente última de la verdad de la vida.
Son sus supuestos de base: a) la primacía de la cosmovisión del terapeuta; b) que la sintomatología, sobre todo en cuanto a los universos del sadomasoquismo y de la perversión, debe enfocarse como un proyecto de autocreación consciente por parte del paciente, como su manera de transformarse y transformar su vida en una obra de arte; c) que las significaciones se crean, no se descubren; d) que las tareas de la individualidad se modificaron mucho durante el siglo, habiendo la heterosexualidad perdido sus laureles en un contexto social donde lo que antes se hubiese tomado como transgresivo deviene en estilos de vida alternativos y e) que cabe combinar una ausencia de vínculos y anclajes emocionales significativos con expectativas aparentemente ilimitadas , lo cual me parece ser principio rector, definitorio de la ideología posmodernista .
Además de considerarlas como creaciones, Strenger reconoce que las neosexualidades son modalidades de manejarse ante traumas tempranos; no obstante, achaca al psicoanálisis instrumentar “una noción ilusoria de teoría” 77, con el remanido argumento que ya visitamos en Nietzsche, en Foucault y en Wittgenstein, que una teoría es una estructura formalizada y por ende, sostiene, “no hacemos mayormente teoría en el sentido fuerte, científico.” 78Considera, pues, que las conceptualizaciones psicoanalíticas son creaciones metafórico-míticas, un conjunto de metanarrativas que rigen disciplinas del sí mismo en continuidad con las religiones y filosofías de la antigüedad y que en el tratamiento se aprende el lenguaje y las convenciones de una disciplina del sí mismo apoyado en la relación paciente-terapeuta y en temas-guía (en su caso, un ideal estético del sujeto, acercando la función del terapeuta a la del literato). No extraña que en tal clima adjudique poco o ningún lugar a las cuestiones del método en cuanto indagación, al punto de sostener que “la enseñanza y la tarea clínica son análogas.” 79
A ojos de Strenger, Freud, paradigma de clasicismo psicoanalítico, es un pesimista cultural (un estoico) que juzga inevitables los choques entre nuestra naturaleza instintiva y las demandas de la realidad, al tiempo que sostiene con pasión que es posible lograr la madurez psíquica por lo cual, aduce, niega a los pacientes todo menos el insight : su interés en el inconsciente deriva, dice, del modo en que este ataca la racionalidad, sin expectativas de hallar tesoros ocultos ni interés en secretos románticos, en una moral de madurez y dignidad. Aunque reconoce al pasar que se trata de cuestiones de grado pues muchas buenas interpretaciones combinan ambas posturas y además difieren según que un paciente dado tienda a mirarse desde dentro o desde fuera, Strenger (para quien identificarse con la cosmovisión del analista es, reitero, parte nuclear del tratamiento) juzga muy diferente que el paciente incorpore de su terapeuta una actitud clásica o una actitud romántica centrada en el entusiasmo y el logro de la plena subjetividad rescatando el amor que subyace, aduce, tras lo agresivo, lo destructivo, lo perverso o lo incomprensible. 80
Reverdece así, en el nivel terapéutico, una idea que atraviesa la visión romántica: que bajo lo inmisericorde de las dificultades cotidianas no puede sino haber un paraíso del que fuimos privados , en una injusticia radical por parte de la vida y la sociedad. Se trata de una idea-eje de la visión romántica (la rebelión de Prometeo) desde sus orígenes hasta el romanticismo tardío de Nietzsche para quien, recordemos, los filósofos se emparentan con fundadores de religiones, idea que en los filósofos líderes del posmodernismo como Foucault pasa cada vez más al plano político.
Colocando en la estela de Ferenczi a Winnicott y a Heinz Kohut como principales psicoanalistas románticos, Strenger se sorprende de que no se remitan a la narrativa romántica central, la lucha del individuo contra un destino adverso que no le permitió ser quien hubiese podido ser. Rehaciendo el camino que la psicopatología de los padres no permitió, en su visión de la terapia los deseos son necesidades y el riesgo no está del lado de la gratificación sino de la retraumatización instaurada por la historicidad, al punto que, asevera, “historizar las experiencias equivale a introducir la dimensión moral en la experiencia” 81–eso ocurre pues en el curso del historizar lo acaecido se da lugar a la aparición de la culpa.
El planteo de Winnicott de un primer estadio de ilusión de omnipotencia sin registro de la exterioridad de la madre, sosteniendo la ilusión de que el deseo crea el pecho, contexto donde para Strenger las rupturas de la individuación se vivencian como violaciones y determinan el “falso self ”, lo lanzan sin más a priorizar la función de la utopía y a equiparar el espacio potencial winnicottiano a un paraíso ideal de libre improvisación. Supone −pues todos tenemos, dice, una imagen de cómo quisiéramos que fuese la vida− que la realidad debiera adecuarse a las necesidades, siendo un atropello moral que eso no suceda: a esto, bajo el rótulo de protesta ontológica de la subjetividad , otorga el rol de eje de la vida psíquica −ontológica es, reitero, el término filosófico para postular algo como un absoluto. Dichos supuestos tienen, reconoce, un atractivo tremendo, pudiendo llevar a un impasse terapéutico maligno (riesgo señalado por Ferenczi y en más detalle por Michael Balint) 82, pero para la visión romántica, insiste, eso significa que el nivel de regresión de la conexión con el self verdadero no fue alcanzado aún. Vemos que en la visión de Strenger el self verdadero opera según el modelo freudiano del Yo-placer purificado, y que este nietzcheano ferviente soslaya el peso de la Schadenfreude , el disfrute malicioso del sufrimiento ajeno.
Sus ejemplos clínicos (pues de algún modo hay que llamarlos) intentan ilustrar, a partir del sadomasoquismo de su entrevistada Tamara y del filósofo Michel Foucault, la manera en que domeñaban su infancia traumática según la narrativa heroica de luchar contra el destino en vez de aceptarlo en forma pasiva, haciendo de sus vidas una obra de arte. Resulta, empero, llamativo el relato de Tamara del instante donde, ante el surgimiento de un recuerdo traumático crucial, ubicó los inicios de su masoquismo. Un día de verano, cuando tenía seis años, su padre enfurecido le gritaba por no obedecerle; aterrada y rabiosa, pensó “si disfrutara del dolor, sería una misma persona con papá, y ya no me podría lastimar”. En la identificación con el agresor asentaban sus impulsos de transtocarse en varón, de transformar el dolor en placer y de construir su identidad en lucha incesante contra toda norma o convención.
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