La lucidez del cine mexicano
Colección
Miradas en la Oscuridad
Letras Fílmicas
Centro Universitario de Estudios Cinematográficos
Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial
Jorge
Ayala Blanco
La lucidez
del cine mexicano
Universidad Nacional Autónoma de México
México, 2017
Para la doctorcita Ximena,
en homenaje a su graduación.
Puede ser tan valiosa la historia de
los momentos luminosos de una
cultura como la de sus despojos.
Walter Benjamin
Lucidez es ver y rendir testimonio de las cosas tal como son y como suceden, y no como las imaginamos o desearíamos que fuesen.
Por ende, en la idea y en la práctica de la lucidez hay tanto de luz como de iluminación, pero hay también estado de alerta, claridad en el razonamiento y en el lenguaje y estilo, entendimiento, gracia, intervalo de razón, locura implícita, lucimiento, liberación, esplendor. Implica, se quiera o no, un principio de pesimismo y de humi ldad, un rechazo al optimismo beato y un llamado a la aceptación de la verdad por dura que sea. Y todo esto quiere, puede y debe hallarse dentro del corpus cultural que nos ocupa.
En el límite, se rescatan la lucidez y los destellos de lucidez del cine mexicano actual, porque ya se ha vuelto inútil, fútil y ocioso e innecesario demoler lo demolido.
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Un cine hecho para que nadie lo vea. Instituciones que fingen apoyar al cine en su conjunto, facilitando sólo su producción y autojustificando su existencia en cifras globales de recaudación que incluyen de manera primordial (que no exclusiva, aunque parezca mentira) aquellas obras que no produjo. Un cine pariente pobre, discriminado y arrinconado en la cartelera de su propio país y sin mayor salida (apenas esporádica o festivalera) en el extranjero. Productores y creadores transas que se forran de dinero en el instante mismo de ejercer su oficio y sólo en contadas ocasiones gracias a los beneficios de la exhibición de sus productos, lastrada o hecha imposible. Un puñado cada vez más vasto de películas anuales (100, 120 o más), cultural y formalmente muy valiosas, pero impedidas para llegar a su público destinatario natural. Una ley cinematográfica, con su obligatorio 10% de pantalla para el cine nacional, vuelta letra muerta e inaplicable. Una explotación comercial sólo posible en un voraz y brutal duopolio de cadenas exhibidoras. Una puntilla en la obligatoriedad de transferencia de copias en DCP (Digital Cinema Package) y cuotas de VPF (Virtual Package Fee) cuyos porcentajes encarecen y dificultan aún más las ya lejanas probabilidades de comercialización. Una válvula de escape en exhibición alternativa capitalina (Cineteca Nacional, circuito Loreto-Huayamilpas, cineclubes) que funge como ilusorio cumplimiento de requisitos para percibir los estímulos fiscales, pero que ya abarca la tercera parte de la producción en su conjunto así recluida en ghettos benditos y mínimamente frecuentados. Y así sucesivamente.
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He aquí la lucidez de una pequeña compensación literaria. A semejanza de cualesquiera otros ardorosos o ardientes ardides ardidos, los análisis de este libro quieren convocar e invocar una lucidez tangencial y sólo aspiran a asumirse como juicios desmembrados entre el escándalo del silencio y de su no-silencio estudioso, crítico y valorativo implícito.
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Como en el caso de los integrantes de la serie de libros por orden alfabético a la que pertenece, este volumen se compone de capítulos que corresponden a la veteranía o novedad y experiencia de los realizadores de las películas analizadas in extenso, desde los de mayor antigüedad acaso ya terminal en el oficio (en “La lucidez póstuma”), los experimentados cosechando las virtudes de su ejercicio profesional (en “La lucidez summa”), los debutantes (en “La lucidez prima”) y los que han logrado superar la maldición de que su ópera prima sea a la vez su ópera póstuma (en “La lucidez secunda”), más una colección de estudios sobre algunas cintas documentales o docuficcionales significativas (en “La lucidez documenta”), ciertos escasos cortos destacados (en “La lucidez mínima”), para finalizar con una reproducción de esta estructura total ahora referida al cine hecho por mujeres mexicanas o dominadas por una personalidad femenina prominente (en “La lucidez feminea”).
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Todos los materiales ensayísticos contenidos en este volumen son rigurosamente inéditos.
Cuauhtémoc, DF,
enero 2013 - junio 2014
La felicidad consiste en darse cuenta
de que todo es un sueño extraño.
Jack Kerouac, En el camino
Barbilindo, juvenil fuera del tiempo y bien acicalado hasta en el añorado fragor de los frentes de batalla, debatiéndose a perpetuidad dentro de un saco sublime que en todo momento le es inclemente por ser demasiado grande, el insumiso revolucionario sinaloense Rafael Buelna (Sebastián Zurita) es entrevistado a bordo de un armón de vía férrea por el servil literato-cronista futuro Martín Luis Guzmán (Andrés Montiel), un oscuro periodista retrógrado, como los de todos los diarios porfirianos o huertistas de la capital, y la contundente respuesta altiva, aunque urgente de ser aclarada de inmediato, para dejar bien asentado que él es ajeno a toda búsqueda de poder por el poder (“Mi lugar está junto a los ciudadanos” / “¿Ciudadano? Pero lleva usted puesto el uniforme” / “Le dije ciudadano, no le dije civil”), desata desde ese 1913 un sinfín de flashbacks que habrán de constituir, inadvertidamente, la casi totalidad de la cinta, que corresponden a la vida del héroe, de sus 24 años en adelante.
Para empezar, Buelna, estudiante de licenciatura en derecho, profesorcillo, poeta y aspirante a periodista, es apadrinado en sus primeros pasos como incendiario articulista provinciano en exceso impaciente (“Lanzarse a la Revolución puede ser muy caro”), por el jocundo literato cinicazo Heriberto Frías (Jorge Zárate sobreactuando a gusto), autor de la novela abruptamente citada y leída a cámara Tomochic, en la sala de redacción de El Correo de la Tarde y, faltaba más, aquí entre machos desinhibidos, en burdeles con suripantas maniáticas de chupar pirulís puntiagudos-minifálicos de cremosa cima multicolor, para hacer coro a las hijitas parroquiales al revés de un diario llamado El Monitor y a las socavadoras enseñanzas del prusiano Carl von Clausewitz reducidas a una sola máxima lugarcomunesca (“La guerra es la continuación de la política por otros medios”) en el lugar que les corresponde. Buelna acudiendo en bicicleta a la magnificente explanada de un casco de hacienda vuelto sitio ideal para las despedidas memorables a la linda prometida Luisa Sarría (Marimar Vega) ya en espera eterna de eterna mártir por la eternidad y un día (“Hasta que mi muerte nos separe”).
Más adelante, Buelna, recomendado por amistades comunes para tomar en un vagón al mismísimo candidato Francisco I. Madero (Humberto Busto) como testigo comprensivo de sus quejas (“Todos los diputados porfiristas estaban vendidos”) y ponderado moderador de sus irresponsables proyectos democráticos para los alzamientos de una revolución instantánea. Buelna, emparejando y cruzando su cochecito de motor con un gemelo suyo en un crucero para ponerse de acuerdo en la crucial decisión (“Se acabaron los alegatos, con esos pelagatos” / “Pasemos a los hechos”).
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