La ñerez del cine mexicano
Letras Fílmicas
Escuela Nacional de Artes Cinematográficas
Jorge
Ayala Blanco
La ñerez
del cine mexicano
Universidad Nacional Autónoma de México
México, 2019
In memoriam CUEC,
bienvenida ENAC.
Lo terrible en esta tierra es que
todo el mundo tiene sus razones.
Jean Renoir, La regla del juego
Más allá del crepúsculo, una sombra,
después, un destello;
más allá de la nube, un silencio,
después, una alondra;
más allá del corazón, un éxtasis,
después, un dolor;
más allá de los difuntos, cenizas frías,
la vida otra vez.
John Banister Tabb, Evolución
Ñerez porque el tema central de este volumen es la búsqueda de lo popular, la casi desesperada búsqueda de lo popular en el cine mexicano actual, cualquier cosa que sea eso, por el camino que sea y al precio que sea.
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Ni La ñáñara del cine mexicano, ni La ñoñez del cine mexicano, porque las búsquedas y los alcances de nuestro cine hoy jamás podrían reducirse a simples ñáñaras y, de hecho, el cine nacional puede ser cualquier cosa, menos ñoño ni inofensivo, ojete sí, para La ojetez del cine mexicano, pero apenas vamos en la Ñ de nuestro Abecedario. Sea, pues, La ñerez del cine mexicano, con el mexicanismo ñerez como mirador temático, fuente de inspiración y portal de apropiaciones creadoras.
En dicho mexicanismo están contenidos el ñero, el compañero original, el coloquial cuate tan querido por lo menos en el trato, porque también están ahí la búsqueda y el sostenimiento de una proximidad afectuosa, pero sobre todo una cacería intelectual en pos de sus variaciones reflejas del lenguaje popular.
ñero.- (1) Popular (s.) sustantivo-. Amigo, compañero: “Mira ñero tú eres mi cuate”, “Nos echamos una cascarita con los ñeros de la cuadra”, “Los ñeros de la prepa organizamos un reventón en pleno Zócalo”. (2) (s. y adj.) Persona que se considera vulgar, carente de educación por pertenecer a una clase social baja: “Habla como ñero”, “Está muy ñero su galán”. (Diccionario del español usual en México).
También calificativo clasista si los hay, ñero es, en efecto, un término a un mismo tiempo desdeñoso y tan afectivo como se ha mencionado, incluso hasta la contradicción entre lo violento y lo entrañable, en un doble movimiento contradictorio, pues no sólo califica y clasifica, sino también clarifica, designa y favorece un flujo de comunicación muy personal e inmediato.
Por lo demás, hay ñeros de todo tipo, edad, laya, estrato y grupo social. Hay ñeros de clase media que ejercen como dueños e inspiradores de una hegemónica cultura ñera, las comedias románticas a la mexicana y demás. Hay ñeros de clase trabajadora o desclasados, dueños de una burda cultura de consumo por rebote que les corresponde en el reparto, ya que la palabra surgió y se expandió como reguero de pólvora a finales de los años sesenta y principios de los setenta, obteniendo una difusión sólo comparable al éxito calificador / descalificador del vocablo naco, que lo sucedió, desplazó y relevó, viéndolo después regresar por sus fueros. Y hay ñeros de clase dominante, que son los más patéticos de todos, con su acostumbrada culturita derivativa y usurpadora.
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Aquí se maneja, por lo tanto, la concepción de lo popular como fidelidad a la vivencia de las mayorías.
Despojado de la taquilla y en pos desesperada de ella, el cine mexicano actual busca esa ñerez, aspira a la ñerez, quiere apoderarse de la ñerez, desea la conquista de la ñerez cual bien máximo, exclusivo e inalcanzable, como si quisiera expresar en cada plano y a cada instante que todo lo popular le es ajeno pero le es indispensable para subsistir, comunicarse y completar el ciclo vital sin el que pierde una dimensión fundamental, se debilita, pierde significado: es nada.
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Como en los volúmenes anteriores de este sostenido panorama ensayístico, sus diversos apartados se refieren a las películas realizadas por varones más o menos veteranos que ya cuentan con un abundante corpus de obra (“La ñerez summa”), por los realizadores de segundas o primeras cintas (“La ñerez secunda” y “La ñerez prima”), por los filmes de género documental o docuficcional (“La ñerez documenta”) y los concebidos en formatos de corta duración, desde mediometraje hasta cortometraje (“La ñerez mínima”), cerrando con una repetición de la misma estructura, ahora referida a las películas realizadas por mujeres o al servicio de una fuerte personalidad femenina dominante (“La ñerez feminea”). El único apartado novedoso es el constituido, como una necesidad examinadora, por las películas escritas y dirigidas fundamentalmente por cineastas extranjeros de habla hispana, sudamericanos en su mayoría, si bien ambientadas en México, aunque ya hayan sido filmadas en una versión original en otras latitudes (“La ñerez franquicia”).
Para plantearnos así, en todos los casos de estos reflejos subjetivos de los procesos de la condición humana más concreta y cercana, una pregunta crucial sobre la pertinencia, la validez y la vigencia de ellos, en el orbe de la complejidad del conocimiento, una cuestión formulada ya por Jean Starobinski: “¿Pero si en lugar de no ser un reflejo de la vida orgánica, la subjetividad representara la emergencia de un nuevo orden de estructuras, a la vez absolutamente original y sostenido por el orden orgánico?” (en La relación crítica). Este volumen intenta responder de diversas maneras a esta interrogante central, tanto como lo exija y autorice el centenar de películas aquí estudiadas in extenso.
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Y así, entonces, al grito de “Cero rollo y puro análisis”, comencemos.
Cuauhtémoc, Ciudad de México
marzo de 2017 - abril de 2018
Una gran película no es más que un gran fracaso.
Luz Alba / Cube Bonifant, en El Universal Ilustrado
En Ladronas de almas (Prendeyapaga Films - Nemak - Eficine 189, 88 minutos, 2015), atípico film 17 del fino cultivador duranguense del cine rural de 62 años Juan Antonio de la Riva (de Vidas errantes, 1984, a Érase una vez en Durango, 2011), con guion original de Christopher Luna, Mejor largometraje mexicano y Premio Extreme en el festival Feratum del municipio michoacano de Tlapujahua en 2015, un molido pelotón de supuestos soldados insurgentes y torvos mercenarios al mando respectivamente del teniente prognata Torcuato Reyes (Juan Ángel Esparza cual galán teratológico) y del exasperado voraz Macario (Luis Gatica feroz) ha logrado cruzar en medio de la Guerra de Independencia hacia 1815, la futura sierra morelense a la búsqueda hacienda tras hacienda de un Capitán Arroyo que seis meses atrás desapareció junto con su destacamento sin dejar huella, y veladamente en pos de un cargamento de oro expoliado a las tropas virreinales, por lo que se refugian de paso y en forma perentoria dentro de la semidesierta propiedad, alguna vez saqueada por los realistas, de un enfático Don Agustín Cordero en silla de ruedas (Ricardo Dalmacci), padre de la hermosa jovencita María (Sofía Sisniega) y de su hermanita púber Camila (Ana Sofía Durán) que ha perdido el habla tras el asesinato a tiros gratuitos de su madre Ana María (Marcela Odriozola) y el rapto de su hermana mayor Roberta (Natasha Dupeyrón) a manos de los primeros invasores del lugar, hoy un sitio en la desolación total y absoluta,
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