A Ximena Ayala Huerta
y Juan José Fabián,
mis entrañables cardiólogos
de cabecera.
En esta inmovilidad del espejo
que cuenta al revés sus cadáveres.
Jaime Torres Bodet, Pórtico
Por eso yo hablé en un poema del antiguo alimento de
los héroes: la humillación, la desdicha, la discordia.
Esas cosas nos fueron dadas para que las transmutemos,
para que hagamos de la miserable circunstancia de nuestra
vida, cosas eternas o que aspiren a serlo.
Jorge Luis Borges, Siete noches
El cine mexicano de hoy es un organismo vivo, de muchas maneras vivo, pese a todo, a muchos todos, y acaso la única manera consecuente de abordarlo e intentar abarcarlo sea a través de una orgánica. Una orgánica semióticamente abierta, a la vez química, biológica, psicosociológica y política, pero también cultural y artística, literaria y filosófica. Un estudio orgánico, que este volumen, tan modesta cuan ambiciosamente, aspira a constituir.
En orgánica hay mucho de organismo (viviente), de organización (cerrada, taxonómica), de organicidad (abierta, deseante) y de bioquímica, opuesta a la bisección inorgánica, pero también hay algo de la obsedente consecuencia que de esa explosiva concatenación de elementos dispares puede resultar.
Orgánica, pues, diría o debiera decir cualquier diccionario o wikipedia (aquí utilizados y desbordados), porque los filmes pueden ser considerados como criaturas vivientes y como organismos relativamente autónomos;
– porque están compuestos por unidades que forman conjuntos organizados;
– porque manifiestan consonancia y a veces armonía entre sus partes y con sus contrarios;
– porque se relacionan de manera compleja con sus propios elementos constituyentes y con aquellos de las entidades colectivas;
– porque presentan síntomas y trastornos a veces patológicamente acompañados de lesiones visibles y duraderas;
– porque están constituidos por órganos como cualquier cuerpo o corpus separable;
– porque los precede y determina una organicidad posible de ser deslindada, observada, estudiada e inclusive disfrutada, y
– porque están regidos por sustancias significantes y organizaciones del sentido.
Sea, entonces, La orgánica del cine mexicano, y no La oscuridad del cine mexicano, ni La obstinación, ni La ociosidad, ni La ojetez, como se pretendió durante su redacción, respondiendo a las aspiraciones evidentes o soslayas de las películas consideradas sobre la marcha, ya que el cine mexicano actual y factual aspira a una orgánica que lo libere de la implícita censura dominante en nuestro país, al condenarlo a ser juzgado prescindible de dos maneras extremas: como simple pieza de consumo, más o menos masivo e inocuo, o como obra de arte, sin espectadores ni posibilidad de recuperación económica.
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En términos eisensteinianos (de La forma del cine):
Cuando se habla de El acorazado Potemkin se resaltan por lo general dos aspectos: la construcción orgánica de su composición como un todo y el pathos del film (...). Seamos más precisos: ¿qué entendemos por orgánica de la construcción de la obra? Diría que contamos con dos tipos de orgánica. La primera es característica de cualquier obra que tenga integridad y leyes internas. En este caso, la orgánica puede ser definida por el hecho de que la obra es gobernada en su conjunto por una cierta ley de estructura y de que sus partes están subordinadas a este canon (...). La segunda no sólo está presente con el principio mismo de orgánica, sino también con el propio canon según el cual están construidos los fenómenos naturales (...) los fenómenos no artísticos, los fenómenos “orgánicos” de la naturaleza.
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Como es costumbre en esta serie de volúmenes panorámicos y ensayísticos alfabéticamente ordenados, los diversos apartados que lo conforman, comienzan por referirse a las películas realizadas por varones añosos definitivos (“La orgánica póstuma”), y prosiguen con varones más o menos veteranos que ya cuentan con un abundante conjunto de obra o de tres cintas largas en adelante (“La orgánica summa”), por películas que ya hayan sido filmadas en una versión original en otras latitudes pero que ahora se refríen ambientadas en México y siempre escritas y dirigidas fundamentalmente por cineastas extranjeros de habla hispana y sudamericanos en su mayoría (“La orgánica franquicia”), por las películas de realizadores de segundas o primeras obras (“La orgánica secunda” y “La orgánica prima”), por los filmes de género documental o docuficcional (“La orgánica documenta”) y los concebidos en formatos de corta duración, desde el mediometraje hasta el cortometraje (“La orgánica mínima”), para cerrar con una repetición de la misma estructura, ahora referida a las películas realizadas por mujeres o al servicio de una fuerte personalidad femenina dominante (“La orgánica feminea”). Y así, bajo la habitual divisa de “Menos rollo y más análisis”, podemos empezar.
Cuauhtémoc, Ciudad de México,
mayo de 2018 - abril de 2019
Ser por un instante el absurdo creído,
la nada intelectualista.
Macedonio Fernández, Papeles de Recienvenido
La orgánica desempolvadora
La orgánica desempolvadora busca sacudir el polvo de viejas ficciones a ras de una sensibilidad olvidada que ya a nadie le importaría frecuentar, trátese de una tradicional y a la vez antitradicional orgánica satírica o didáctica, como sigue.
Lado A: La orgánica desempolvadora satírica
En Princesa, una historia verdadera (Leos Films - Fidecine / Imcine - Eficine 189 - Pops & Entertainment - Séptimo Arte - Universidad de San Luis Potosí, 112 minutos, 2015), inopinadamente anacronizante sexto largometraje jamás postrero del heteróclito autor total mazatleco excuequero de 66 años Óscar Blancarte (largometrajes: Que me maten de una vez, 1985; El Jinete de la Divina Providencia, 1988; Dulces compañías, 1994; Entre la tarde y la noche, 2000, y Polvo de ángel, 2006-2009; cortometrajes: Llanto de gaviotas, 1971; Gilberto Owen, un poeta olvidado, 1985; El rostro humano: resistencia civil pacífica, 2006, y Voces corales de mi pueblo, 2011), la engreída señorita quedada ya septuagenaria llena de bastones para caminar más una mascota canina para refugiarse en su afecto Josefina Josefa (Martha Navarro como rediviva pasmada perenne de La pasión según Verynice) y su hermana homóloga que también ha visto pasar los mejores años de su existencia pero aún increíblemente rozagante María (Evangelina Elizondo en su aparición póstuma) viven enclaustradas en su majestuosa mansión potosina de estilo barroco flamígero con inmensas escaleras e insultante biblioteca, inmejorablemente atendidas por la esclavizada sirvienta pueblerina michoacana con padre canceroso terminal Otilia (Susana Contreras) y por el mayordomo milusos Alonso (Mario Cisneros hijo), entregadas a sus atávicas nostalgias porfirianas y a sus añejas rivalidades juveniles por un exgalán argentino hoy convertido en el estafador compulsivo asilado en una casa de retiro Gabriel (Eduardo McGregor) con quien sólo Josefina mantiene alguna epistolar relación clandestina,
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