La ñerez trasplantadita se revela como el perfecto cine neofranquista extrafronteras que recupera y pone al día los valores del cine franquista, para su mayor gloria sucedánea, yendo a tambor batiente, cual pálida rutina melodramática, aunque a trompicones, del reconocimiento de que “Mi felicidad depende de quien se muera”, al acto de suprema generosidad y compañerismo sacrificial que significa en términos de bienintencionado destino la cesión final del codiciado y perseguido riñón fresco, todo en función de la exaltación certera de un ideal acuerdo conyugal del perfecto marido preservador de una pareja sólo preservadora de su obsesión de engendrar un hijo, cual traslación benévola de la limítrofe Lisa Owen del soberbio corto Australia de Rodrigo Ruiz Patterson (2016) y sin miedo a representar metafóricamente el aborto mediante los asquerosos yerbajos verdosos de la limpia de una curandera rumbo en conjunto al excusado (puesto que dignos del cine evangélico sectario de Paco del Toro tipo Cicatrices, 2005, o Pink, 2016), pero asimismo en función del odio al odio del sumiso hijo silencioso sólo nombrado como El Mosco (Ianis Guerrero) al hijo rebelde El Gavilán (“Sólo Dios puede salvarte”), situándose invariablemente el sentido del relato en la lógica del premio y el castigo moralinos, semejantes a los que se le asestan a esa cogelona Mariluz convertida en La mujer de ninguna parte de los años veinte (Louis Delluc y Germaine Dulac, 1922) antes de abrirse las venas dentro del taxi al que durante toda una tarde hizo dar vueltas a ciegas, o bien dentro de la dialéctica de la emergencia y la ocasión.
La ñerez trasplantadita se ajusta a pie juntillas a la Semiología del Infortunio delineada hace cuatro décadas por Pere Sempere (Semiología del infortunio. Lenguaje e ideología de la fotonovela, Ediciones Felmar, Madrid, 1975), en un reincidente apogeo, si bien creyéndose renovadoramente intimista, ejemplar y edificante: pasto de rigores clasistas, elogiador de la ignorancia y miserabilista humano alrededor de criaturas aferradas a cualquier místico credo clandestino (esa infeliz feligresa anónima llena de fe que acaba reclamándole a gritos al ministro alternativo por el fallecimiento de su chavito enfermo), intransigente con la promiscuidad femenina (por lo demás muy excitante) y hasta del placer proporcionado durante una dulce femiembriaguez azarosa, misógino en abanico a rabiar (esa connivencia de la amante cincuentona con la esposa de El Gavilán turbiamente encarcelada), manipulador inconsistente de la carne de mi carne femenina retacada de clichés retrógradas (“Las mujeres dan más juego porque tienen las emociones a flor de piel. Son más valientes y suelen ser más extremas. Incluso, como director me atrevería a decir que son más entregadas. No tienen reparo en ofrecer todas las posibilidades; en cambio los hombres son más recatados. Por otro lado, Tiaré Scanda, Margarita Rosa de Francisco y Martha Higareda representan tres formas diferentes de trabajar el drama”: De la Peña ahora entrevistado por Héctor González en el suplemento Laberinto de Milenio Diario, 29 de julio de 2017) y last but not least hecho culpígenas bolas significantes como única probable carga subrepticia o espejo paradigmático (ese episodio del accidentado agonizante recogido esperanzadoramente que acabará siendo trasladado a un cercano hospital ajeno), al interior y al servicio exclusivo de un predatado universo axiológico donde todo enfrentamiento con la vida y todo saldo de cuentas con el pasado debe traducirse de inmediato y para siempre en oportunidad de redimirse.
Y la ñerez trasplantadita hace culminar su truculento sermón laico con las imágenes de la cálida reconciliación de Valentina con su marido, un top shot con pantalla dividida de Ana yaciente en el quirófano al lado del cadáver donador de El Gavilán mampara fatal / bienhechora de por medio, la visita del florido predicador canoso (émulo en caricatura light de los hijosdeputa santones ídolos de barro de La venida del rey Olmos de Julián Pastor, 1974, y González: falsos profetas de Cristian Díaz Pardo, 2014) al pintoresco panteón multicolor que acoge a su vástago, el apapachoso abrazo triunfal de la otrora infame Mariluz a su hija doblemente recuperada, y una serie de estadísticas (“Hay más de veinte mil pacientes en espera de órganos, pero en 2016 sólo cinco mil seiscientos los recibieron”) como en la obra maestra infinitamente superior en inteligencia y sensibilidad sobre el mismo protrasplantador tema Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999), más arengas para hacer conciencia colateral y algunas direcciones en favor de la donación voluntaria de órganos bienaventurados, así sea.
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