Absolutizando la autonomía de la interpretación sostendrá que
“si la interpretación no puede lograrse del todo es, simplemente, porque no hay nada que interpretar. No hay nada de absolutamente primario que interpretar pues en el fondo todo es interpretación; cada signo es en sí mismo no la cosa que se ofrece a la interpretación, sino interpretación de otros signos.” 49
Y luego continúa: “la interpretación no aclara una materia a interpretar que se le ofrece pasivamente; no puede sino apoderarse violentamente, en una interpretación ya hecha que debe invertir, revolver, despedazar a golpes de martillo.” 50Tal como él lo entiende,
“Freud no interpreta signos sino interpretaciones. En efecto, bajo los síntomas, ¿qué descubre Freud? No descubre, como suele decirse, ‘traumatismos’; pone al descubierto fantasmas , con su carga de angustia, es decir, un núcleo que es ya en sí una interpretación. La anorexia, por ejemplo, no reenvía al destete como el significante reenviaría al significado, sino que la anorexia como signo, síntoma al que hay que interpretar, reenvía a los fantasmas del mal seno materno, que es en sí mismo una interpretación, que es en sí mismo un cuerpo parlante. Por eso Freud no interpreta otra cosa en el lenguaje de sus enfermos que lo que éstos le ofrecen como síntomas; su interpretación es la interpretación de una interpretación.” 51
Y añade que la interpretación precede al signo, que este no es sino una interpretación que no se asume como tal, una verdad que tiene por función recubrir, con lo cual pierde su ser simple de significante. Concluirá, siguiendo a Nietzsche, que la interpretación vuelve siempre sobre quien la plantea y que el principio de la interpretación no es otro que el intérprete, debiendo interpretarse siempre ella misma en un tiempo circular. Los signos son, por ende, el peligro supremo de la interpretación. La muerte de la interpretación consiste en creer que hay signos originarios, primarios, señales coherentes y sistemáticas, en tanto que la vida de la interpretación es creer que no hay sino interpretaciones en una hermenéutica donde el lenguaje no cesa de implicarse a sí mismo en la región medianera de la locura y el puro lenguaje donde, afirma, podemos reconocer a Nietzsche. 52
Superponiendo significados metafóricos y literales −esto es, prescindiendo de todo rigor− tal variada conjunción de elementos de disímiles niveles (la naturaleza, el mar, el murmullo de los árboles, los animales, los rostros, las máscaras, los gestos mudos, los traumatismos psíquicos) pasa a ser hablante, con lo cual Foucault plantea una vigorosa hipérbole del voluntarismo interpretativo y de la omnipresencia de la interpretación que, dejando de ser instrumento de indagación, deviene fin en sí misma. Comentando este trabajo crucial, el filósofo francés Vincent Descombes destaca que allí se resumen las tesis centrales del “nietzscheanismo francés” de la posguerra, añadiendo que Foucault presenta sus tesis en el tono de quien aporta la vía de una liberación gozosa en la buena nueva de una “vida de la interpretación”. 53
Cierto es que, como detalla el Capítulo 6, en un sentido amplio todo lo psíquico es interpretativo y esto abarca nuestra naturaleza instintiva: desde el comienzo de la vida animal y más aún en los mamíferos superiores los instintos son inferenciales, pero esto difiere del todo de lo que plantea Foucault. El aforismo romano Res ipsa loquitur (los hechos hablan por sí) que introdujo Cicerón y tiene amplio uso jurídico, no remite a que las piedras o las nubes se expresen, sino a que, en la evaluación de los asuntos humanos, la articulación de los eventos adquiere primacía. Volviendo a los instintos, el término alemán Trieb deriva de la forma verbal Treiben , con fuerte connotación de ser llevado por o arrastrado por, al modo en que es arrastrado un trozo de madera en un arroyo o un barco a la deriva por los vientos, las corrientes y las olas. Los impulsos instintivos son, pues, aquello que nos arrastra, que nos arrastra sin que lo sepamos, y son, insiste Freud, la parte más oscura y más importante del psicoanálisis.
Lo cual signa dos vertientes harto diferenciables en cuanto al pluralismo: por un lado, el reconocimiento de la pluralidad de métodos e interpretaciones en los ámbitos científicos, intelectuales y académicos, al no existir formas definitorias de resolver diferencias sino a través de la progresiva indagación y evaluación de las distintas evidencias en juego y, por el otro lado, la ideología posmodernista (que, con base en la infinitud de los significados posibles y de los métodos, tomados como equiparables y sustituibles) 54impone al modo de mandato la irrelevancia de cualquier planteo evidencial.
Tal como ocurría con Nietzsche, una concepción formalístico−mecanicista de qué es ciencia rige el pensamiento de Foucault, 55quien contrapone ámbitos científicos formalizados que proveen conocimiento científico ( connaissance ) y ámbitos arqueológicos puramente discursivos donde el saber ( savoir ) surge en prácticas diversas ubicadas a un mismo nivel: la ficción, la reflexión, las narraciones, las reglas institucionales y las decisiones políticas. Aquí no se trata de ciencias sino de “disciplinas” cuyas “prácticas discursivas” se emancipan de evidencias. 56
Con lo cual, en el universo foucaultiano, solo la formalización imprime carácter de cientificidad y solamente en las ciencias formalizadas –esto es, las ciencias puramente ideativas desligadas de la empiria como las matemáticas y las lógicas y, además, en las ciencias exactas− admitirá la existencia de evidencias a las cuales atenerse. La pregnancia del “realismo teórico” adjudicado a la formalización se desplaza al lenguaje discursivo −en el caso de Foucault, bajo el rótulo de “discursividad”. Este realismo retórico puramente verbal supone substituir de pleno derecho a la indagación de las evidencias pertinentes: estamos de lleno en el ámbito de la posverdad.
Cuando el lenguaje desborda su forma verbal (pues para Foucault en el mundo las cosas hablan sin ser lenguaje) la oratoria interpretativo-discursiva desborda a su vez sobre las cosas, interpretándose indefinidamente a sí misma en forma circular en una deriva interminable donde –como ya cité− “somos perpetuamente reenviados en un perpetuo juego de espejos.” 57Y atestigua la violencia que se autoatribuye tal “realismo retórico” lo que mencioné pero merece retomarse: que en esta nueva versión de la filosofía del martillo nietzcheana “la interpretación no aclara una materia a interpretar que le se ofrece pasivamente; no puede sino apoderarse violentamente, en una interpretación ya hecha, que debe invertir, revolver, despedazar a golpes de martillo.” 58La violencia protagónica del apoderamiento retórico asume, pues, libre vía.
Pasemos ahora a los tres usos que Nietzsche adscribió a la genealogía y retoma Foucault en Nietzsche, la genealogía, la historia . El primero, el uso paródico o farsesco, es destructor de la realidad, oponiéndose al tema de la historia como rememoración o reconocimiento. El segundo uso apunta contra la identidad buscando su disolución sistemática, se opone a los eventos históricos como continuidad o representantes de una tradición y toma la forma del carnaval o la charada. El tercer uso sacrifica al sujeto del conocimiento, dirigiéndose contra la verdad y la historia en cuanto conocimiento, en la idea de que todo conocimiento asienta en la injusticia por no lograr acceder a una verdad universal. El término alemán Schadenfreude (alegrarse con el mal de otros o con el daño causado a otros), emergiendo una y otra vez en la obra de Nietzsche, está al servicio de estos usos retomando, a más de 20 siglos de distancia, el uso que en la antigüedad griega el sofista Gorgias de Leontini adjudicaba al risus sophisticus : destruir con la risa la seriedad de los argumentos del adversario, pues al destruir la seriedad de lo que está en juego se destruye cualquier planteo evidencial. La burla y la coerción habitan el núcleo del escritor-guerrero nietzscheano, como afirma en Así habló Zarathustra : “Valientes, despreocupados, burlones, coercitivos −así nos desea la sabiduría: pues la sabiduría es mujer y ama solo a los guerreros.” 59Y hacia el final, en Ecce Homo, 60su autobiografía intelectual, reitera: “Mucho más allá de todo terror y de toda lástima, convertirse uno mismo en la eterna alegría del Devenir –esa alegría que incluye también la alegría de la destrucción.” 61A esto se unen el odio a la idea de desarrollo y el rol de la genealogía como ciencia curativa, rastreando trazas residuales de venenos para prescribir el mejor antídoto. 62
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