Básicamente, y con pocas variantes, el escritorio español se compone de una caja rectangular de aproximadamente un metro de ancho por la mitad de alto. La parte frontal o fachada, también llamada muestra, se organiza generalmente en tres calles, ocupada la central por un cajón normalmente decorado a modo de portada arquitectónica, mientras que en las laterales están divididas por una serie de puertecillas y gavetas que se disponen con uniformidad. Suele aparecer cerrado por una tapa abatible que sirve de soporte para escribir. A pesar de responder a una estructura bastante rígida, las tipologías que surgieron desde el siglo XVI fueron muy variadas, aunque en esta ocasión nos vamos a limitar a analizar aquellos modelos más frecuentes que se conservan en las colecciones nacionales.
Los escritorios de taracea, técnica empleada en otros muchos muebles, tuvieron un amplio desarrollo en el siglo XVI, sobre todo los de temas geométricos de tradición mudéjar, muy imitada en el siglo XIX y XX, y los de motivos platerescos, que a finales de aquel siglo van ser sustituidos por otros de influencia europea con conceptos decorativos radicalmente distintos, empleando marqueterías de complejas composiciones. Los escritorios de taracea del siglo XVI, ya sean de un tipo u otro, tienen como característica común que la decoración se extiende por toda la superficie, con el empleo sistemático del boj, no siendo muy abundantes los ejemplos que se conservan.
Desde principios del siglo XVII va a tener una gran aceptación un nuevo tipo de marquetería difundida en los llamados escritorios de Alemania, aquellos de maderas claras con ricas incrustaciones de marquetería, que rápidamente se imitarían en toda Europa, conservándose ejemplares de gran belleza en Inglaterra y Francia. Como se ha señalado, los materiales utilizados son muy variados, desde todo tipo de maderas a metales, piedras, hueso, asta, carey, marfil, nácar, etc., por citar solo los de uso más común. Las técnicas empleadas son muy variadas, pero desde el Renacimiento la más frecuente fue la denominada de elemento por elemento, generalmente utilizada para motivos pictóricos, consistente en recortar las diferentes maderas eligiendo las vetas que mejor encajan con el dibujo preparatorio[13]. Durante el siglo XVII los temas son principalmente de motivos vegetales, figuras y algún que otro animal. La misma decoración se va a repetir en el siglo siguiente, si bien los roleos vegetales empleados tienen un mayor desarrollo, apareciendo en muchos de ellos el águila bicéfala como elemento ornamental y no simbólico.
Pero, sin lugar a dudas, el escritorio más frecuente en el siglo XVII es el de carácter arquitectónico, que aunque mantiene la estructura habitual, la compartimentación de los cajones se realiza en torno a uno central, de mayores proporciones, que se rematan con frontispicios o cartelas, similares a los utilizados en la retablística o la arquitectura del momento. Dentro de este apartado también cabría citar los denominados escritorios de Salamanca, aunque se hicieron también en otras ciudades, ricamente decorados con aplicaciones de hueso y dorado. Asimismo, los de influencia flamenca y napolitana, con aplicaciones de concha, bronce, ébano y marfil, tuvieron un amplio desarrollo en España y América. (Fig.9) En el siglo XVIII se siguen ejecutando los mismos modelos, pero se diversifican las estructuras, cuya principal característica es la decoración a base de pinturas, dorado y, los menos frecuentes, decorados con laca. Este tipo de decoración vistosa y exuberante, con un fuerte carácter popular en el siglo XVIII, pasará también a decorar armarios e incluso se empleará en el mobiliario litúrgico, como se aprecia en algunos retablos, cajoneras o confesionarios. Resumiendo, se puede afirmar que el escritorio se convirtió en una pieza enormemente popular y en eso radicó, básicamente, su éxito y propagación en innumerables versiones.
Fig. 9. Escritorio. Hacia 1660.
Las mesas y bufetes fueron piezas muy abundantes, aunque no se conservan en gran número, debido principalmente al deterioro por uso. Es frecuente que las mesas, se cubran con tapetes, siguiendo la moda flamenca. Su clasificación se puede hacer por el tamaño y por la decoración. Las más abundantes son las de patas torneadas, unidas entre sí por medio de chambranas o travesaños y fiadores metálicos, soportes en forma de tornapuntas de metal que se atornillan en el centro del tablero en su cara interna. Entre las mesas de gran tamaño, se popularizó en España un modelo de amplia repercusión. Fueron conocidas desde fines del siglo XIX, cuando habitualmente se imitaron, como mesas de refectorio o de San Antonio. Las más antiguas presentan patas abalaustradas que irán evolucionando, siendo muy abundantes las de patas de lira, de origen italiano, pero que popularizó el mueble español. También estas mesas de gran tamaño iban destinadas a los espacios religiosos y en concreto a las sacristías. Estas suelen ser de gran riqueza, muchas de ellas con ricas tallas realzadas por el dorado y con tapas de mármol. Pero el mueble de apoyo más frecuente fue el bufete, que se colocaba arrimado a la pared, desplazándose al centro de la estancia cuando era necesario. Durante el siglo XVII se caracterizan por la chambrana en hache, de origen holandés, la pata de lira y los fiadores en forma de S. Las mismas características se dan en el llamado bufetillo, bufete pequeño y bajo con cajones que se utilizaba en el estrado. La decoración de unos y otros es muy amplia, empleándose marquetería, ébano y marfil, plata y materiales de lo más variados, con frecuencia preciosos, a veces a juego con los escritorios. Muy demandados en España fueron los lacados de origen oriental, imitándose con otras técnicas pero siempre con una gran riqueza decorativa.
Entre los muebles de asiento hay que destacar las sillas de cadera, también llamadas de tijeras o de camino. Su versátil estructura permite plegarlas para ser transportadas. Desde un principio, tuvieron un fuerte carácter representativo para, posteriormente, pasar a ser un mueble frecuente en las viviendas. Su uso corrió paralelo al de la silla de brazos, mal llamado sillón frailero, o frailera, que va a tener un amplio desarrollo, sustituyendo a la anterior en el siglo XVII y XVIII. La estructura evoluciona muy poco a lo largo de los años y se caracteriza principalmente por un alto respaldo, asiento rectangular y patas de diferentes secciones, unidas entre sí por medio de chambranas, elemento de carácter estructural pero con frecuencia ricamente tallado. Los respaldos suelen ser muy variados y aunque muchos no pierden su rigidez, los modelos de la primera mitad del siglo XVIII suelen ser más inclinados, aportando una mayor comodidad al mueble, con ricos copetes o penachos de talla, flanqueados por los largueros rematados en volutas o con perinolas de bronce dorado. Otros presentan el asiento y el respaldo forrados de terciopelo, a veces bordado y con galones y flecos o de cuero repujado, en muchas ocasiones policromado. El terciopelo y el cuero se fijan a la estructura del mueble por medio de clavos o tachas de hierro o bronce de diferentes diseños. Otros elementos que definen la evolución de este mueble son los brazos y las patas. Esta evolución se aprecia principalmente en que se sustituyen las patas prismáticas por elementos torneados o labrados y los brazos cambian su rigidez por una suave ondulación terminada en una voluta, cada vez más voluminosa.
Aunque el uso de la cama de aparato se generalizó en el siglo XVII, la mayoría de ellas no se ha conservado. La estructura de la cama está formada por un bastidor, donde se coloca el colchón, sujeto por montantes que se prolongan en forma de pilares, en número de dos o cuatro. En este último caso sirven de soporte a los doseles o cielo y en ellos se aprecian los cambios de estilo. Desde finales del XVI aparecen abalaustrados o entorchados, en muchas ocasiones hasta la mitad, tallándose el resto. Las más antiguas son las llamadas camas encajadas, colocadas sobre una tarima y cerradas por cortinas y cielo. Estas se usaron desde el siglo XV en Europa, pero debieron convivir con otros modelos en el siglo XVII, como se refleja en la pintura de la época. En la segunda mitad del siglo XVII triunfa la columna salomónica, con un amplio desarrollo de los torneados. El elemento más decorado es el cabecero, que va adquiriendo importancia a medida que avanzan los años. Durante el siglo XVII fueron muy abundantes las camas denominadas de arquillos, con varias filas superpuestas y rematadas en un amplio copete. La llegada a España de maderas americanas hizo que poco a poco se sustituyera el nogal por el granadillo, el ébano y el palosanto, maderas más usuales en la fabricación de estos muebles. En la documentación del siglo XVII se las cita como camas portuguesas, o de Portugal, a las de ébano, palosanto y bronce, mientras que las construidas con granadillo se las cita como sevillanas.
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