Juan Carlos Núñez Bustillos - Daguerrotipos

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Treinta entrevistas a personajes como Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Luis Cuevas, Vicente Leñero, Elías Nandino, Juan Soriano, Alicia Alonso y Consuelo Velázquez, elegidas de entre cientos de conversaciones y grabaciones para la radio, la prensa o la televisión realizadas a lo largo de tres décadas de periodismo cultural.

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—De ninguna manera le faltas al respeto a nadie. Te voy a decir: habrá quien pueda calificar un cuadro tuyo de irreverente; bueno, quizá para algunas mentalidades, pero creo que lo haces dándole ligereza a la pesadez y a los formalismos religiosos, lo cual es muy diferente de ser irreverente. En tu obra están presentes la ironía, el juego, la risa, elementos siempre presentes en toda expresión plástica.

—Sí. Mi intención no está chueca, no está torcida, ese cuadro que mencionas...

—“La pasión de los locos”.

—Sí, “La pasión de los locos”. En alguna ocasión me dio por visitar manicomios. Mi hermana Geny, que en paz descanse, trabajaba de administradora en San Juan de Dios, y yo le pedí —como alguna vez lo hizo el Greco y algunos artistas y lo siguen haciendo— que me permitiera acercarme a ver al ser humano que, la verdad, está perdiendo la vida en una locura, ¡quién sabe si es feliz!, o simplemente es un sufrimiento, está sufriendo, y uno contempla la esencia del ser humano. A mí siempre me ha llamado mucho la atención la locura, y a la vez, me ha hecho un poco más ser humano consciente. Yo iba a los manicomios y hacía apuntes. Entonces una enfermera, que me pareció también que estaba un poco alterada y sabía que yo era pintor, me dijo: “Oiga, ¿por qué no le pinta un Cristo a los locos?, ellos tienen derecho, pinte un Cristo loco para los locos, si no cómo se van a entender”. Y eso me puso a pensar profundamente en un Cristo loco, para los locos.

—Efectivamente, “La pasión de los locos”, ¡espléndido!, ¿supongo que pertenece a una colección privada?

—Sí.

—La mayoría de las piezas de la exposición son de colecciones privadas, ¿no?

—Sí. Hay algunas piezas que son de tu servidor, de mi colección personal, pero precisamente están ahí para reforzar la exposición.

—Nuestros amigos preguntan, ¿qué hay del cortometraje o largometraje que se está realizando sobre Alejandro Colunga?

—Hay dos. Nos tienen trabajando muchísimo, en realidad el documental es una manera de informar, el porqué cierto artista, en este caso tu servidor, pinta lo que pinta, y de dónde viene la raíz, de qué pared salió, de qué barrio, de qué ambientación, de qué viaje, y que a mí me parece también muy válido. Yo me estoy divirtiendo mucho, ayer filmamos desde las cinco de la mañana hasta las doce del día en un circo, ¡me vistieron de payaso!, lo cual a mí me encantó, porque el circo es un venero de mi obra, una influencia muy fuerte, como fue el arte religioso, como lo mencioné antes, y esa combinación fue un bombazo en mi vida.

—Pero no te subiste a algún trapecio, ¿o sí?

—Casi lo hago. Pero me volteé a ver la barriga y pensé: “Aquí me voy a reventar, o voy a reventar el trapecio”. Fue una experiencia maravillosa, muy agotadora. ¡Ah!, y también fuimos al barrio de las Nueve Esquinas, que yo sigo adorando; fuimos a la birriería, era como entrevista en el guión de la película, y me hicieron caminar por mis rutas de antes.

—¡Uy! ¿Tú naciste en ese barrio, Alejandro?

—No, yo nací en San Juan de Dios, en un hospital que era “catrín” por ahí, en aquellos tiempos, frente a la antigua plaza de toros El Progreso.

—¿Por ahí, por donde estaba el hospital Sánchez Arroyo?

—Creo que sí, ¡en el Sánchez Arroyo!, ahí nací.

—Era el hospital al que iba también mi familia, frente a la antigua Plaza de Toros, sí.

—Nosotros crecimos en el barrio del Pilar, y después, porque era una casa tan vieja que se estaba cayendo, nos cambiamos a las Nueve Esquinas, que a mí me pareció mágico. Fíjate, Yolanda, mucha gente tiene la idea de que yo no quiero a Guadalajara, pero no es cierto. Yo amo a Guadalajara, está llena de tantos recuerdos, es tanta la magia que hay aquí, que la gente no se da cuenta, pero ése es otro boleto.

—Así es, desgraciadamente la ciudad es un poco difícil para el artista.

—Pero qué bueno qué sea difícil, no es cuestión de queja. Yo les tengo mucho que agradecer a los tapatíos que sean tan difíciles, porque lo he mencionado alguna vez, que es como un gimnasio, uno se hace más fuerte.

—Cuando estuve nuevamente visitando la exposición me tocó ver un montón de muchachitos, jóvenes, algunos adolescentes, que sacaban su celular y tomaban la fotografía del cuadro, cosa que no se permite en otros museos, y lo comentaban entre ellos con mucho entusiasmo. A mí esto me encantó, porque no hay uso de flash, es solamente la fotografía, y no se van a hacer ricos por una sola foto de celular, pero se llevan un “cacho de Colunga”, ¿qué opinas de esto?

—Eso es algo que me hace muy feliz, porque llega a un momento en que se está cumpliendo el fin para el que fueron hechos los cuadros. Cuando yo observé, en un día que fui, a dos muchachas jóvenes que estaban intentando tomar una foto sin flash, y que uno de los guardias fue y se los prohibió, yo le dije: “Perdóneme, pero ésta es mi exposición y aquí sí se permiten fotos y se permite todo”.

—Con razón estaban los guardias muy accesibles, decían: “No hay problema, no hay problema, tome usted la foto si quiere”. No, pues encantados. Hasta yo tomé la fotografía de “La pesadilla del principito”.

—La verdad no entiendo por qué no dejan tomar fotos incluso sin flash, siento que a la obra no le va a hacer ningún daño, pero, en fin.

—Qué maravilla, Alejandro, el que de pronto los años tengan su ventaja y mire uno para atrás y diga: “¡Bien, ha valido la pena!”, valorando aquel remolino, aquel vértigo que uno traía de joven. Debes de sentirte muy satisfecho.

—Sí, cuando trabajas la conciencia y trabajas el estar aquí, trabajas el para qué estás aquí, yo pienso que es cuando uno madura y el mundo se vuelve más agradable, y uno se vuelve más generoso, e igual recibes generosidad, porque no podemos seguir viviendo así en medio de esta deshumanización tan grande. La tecnología no nos ha demostrado ningún adelanto, no vivimos un mundo mejor.

—Tienes razón, ¿a qué es llamado el ser humano, desde tu punto de vista?

—El ser humano está llamado a crecer, a evolucionar y a despertar de veras en el amor al prójimo; que palabra tan difícil, parece que a nadie le interesa, y yo no quiero ser una persona que se le eche encima a otra con el coche, o que le haga mal a alguien que te pide un cinco en una esquina. No se trata de eso. Primero hay que ser humanos con nosotros mismos, si no es imposible serlo con los demás. Hay una frase muy bonita de un sabio que la dijo en inglés: “Be kind with yourself”, o sea sé amable, amoroso, contigo mismo, y lo que va a surgir de ti va a ser eso, amor, y así puedes cambiar a tu alrededor. Yo tengo mucha fe, tengo muchos años practicándolo, y creo que sí funciona.

—Sí, llevarte bien contigo, y después, en consecuencia, con los demás. Alejandro, ¿qué le dirías a la sociedad jalisciense, a los tapatíos, a la gente de Guadalajara en relación con el arte?

—Que no tengan miedo, que no se van a enfrentar al chamuco ni a un cambio de religión. El arte es un aspecto necesario para la vida del ser humano, el arte, la cultura, la civilización. Todas las grandes civilizaciones nos lo han demostrado desde muchos milenios atrás, que el ser humano sin la cultura no podrá vivir, y que las grandes obras, de los grandes artistas han sido dedicadas a Dios, entonces ¿a qué le tienen miedo?

—Alejandro, he dejado para el final esta última consideración. Yo quisiera seguir conversando contigo toda la mañana, pero el tiempo corre. Percibo al “niño” en toda tu obra. Por ejemplo, el niño del volantín, de madera estofada y policromada, que es una belleza, y aparece el niño jugando en toda la obra. Pero también, de pronto, encuentro en tus piezas artísticas a Nietzsche; él hablaba de las transformaciones, primero el camello cargado con toda el peso social, luego el león, que se sacude la carga y decide no llevarla más, y finalmente el niño, que representa al artista. Yo encuentro al niño en toda tu obra, ¿ser niño para siempre sería una aspiración tuya?

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