Juan Carlos Núñez Bustillos - Daguerrotipos

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Treinta entrevistas a personajes como Juan Rulfo, Juan José Arreola, José Luis Cuevas, Vicente Leñero, Elías Nandino, Juan Soriano, Alicia Alonso y Consuelo Velázquez, elegidas de entre cientos de conversaciones y grabaciones para la radio, la prensa o la televisión realizadas a lo largo de tres décadas de periodismo cultural.

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—¡Qué les parece! —me dirijo al auditorio que nos escucha—. Emmanuel Carballo entrevistando a Carmen Gloria Lugo, y en el terreno de la estética femenina y masculina. ¡Vaya giro el que ha dado el programa! —nos reímos los tres y a ella no le queda más remedio que intentar responder:

—Bueno, yo opino que están muy bien los tapatíos.

—¿Guapos, guapos, guapos? —le pregunta Emmanuel ante la timidez de Carmen Gloria, quien añade siguiendo la broma:

—Pues sí, tal vez sea buena idea exportar.

El espacio musical llega como chorro refrescante con una canción de Joaquín Sabina. En cabina siguen las risas y Emmanuel no abandona ese tono lúdico e incisivo con el cual se siente cómodo. Recibo llamadas de un público muy participativo mientras escucho a Emmanuel decir:

—Es que si no es así, la gente se aburre y te cambia, así la gente que nos escucha tendrá ganas de quemarme en leña verde, y eso es lo bonito. Yo he hecho de la polémica un arte y de la disidencia una manera de vida. En el fondo soy como niño malcriado, no he dejado de ser eso, y te burlas de ti mismo y de los demás.

Entre las llamadas hay una del doctor César Hernández, quien le pide una opinión sobre la obra de Margarita Michelena, así como sobre lo que Carballo expresó recientemente en la revista Proceso sobre Octavio Paz. Emmanuel responde:

—Quiero decirle al doctor César Hernández que pierde su tiempo lamentablemente leyendo a Margarita Michelena. Es como si existiera Virginia Woolf y no se hubiera suicidado en aquel río cercano a su casa, y estuviera ahí su obra, y por otra parte, estuviera la obra de una mala escritora jalisciense y leyera a la mala escritora jalisciense y no a Virginia Woolf. Esta mujer —Michelena— escribió unos poemas interesantes cuando tenía veinte o veinticinco años y le pasó lo que decía Leopoldo Alas, “Clarín”, un crítico extraordinario y autor de la mejor novela española del siglo XIX, La regenta. Él hacía una definición de poetisa que me parece maravillosa y muy aplicable a Margarita Michelena. Decía: “Poetisa: mujer fea, que se hace el amor a sí misma en verso”. Y esta cuestión de Proceso la voy a contar muy brevemente, casi en forma telegráfica: Yo estuve en Torreón hace como un mes, y durante dos horas, minuciosamente, hice un análisis lo más pormenorizado posible de cómo andaban las letras mexicanas. Hablaba de los creadores, de sus obras, y lo que salió en Proceso es como la nata que le quitan a la leche —cuando todavía había leche y no leche en polvo importada, por supuesto—, y yo me querellé y publiqué una nota en mi periódico que es unomásuno, protestando sobre el hecho de que si yo había hablado dos horas, hubiesen publicado exclusivamente una frase. Tú sabes, cuando te has dedicado al periodismo, al radio y a la televisión, que tú puedes hacerle cirugía plástica a una frase y a un autor, y lograr hacer de un hombre bueno un hombre malo y viceversa; un hombre malo puede ser el más santo del mundo, un san Felipe de Jesús. Con Octavio Paz tengo una enorme deuda, fue mi maestro junto con Carlos Fuentes, creo que es el poeta más grande de México, y decía que Octavio Paz es un hombre que se ha endiosado, y que era como un sapo endiosado que en cualquier momento podría reventar. Y se publica esa sola frase y se olvida todo lo positivo que yo dije de Octavio Paz. Me están haciendo cirugía plástica y me están haciendo lo que hace el PRI en Michoacán: Me están haciendo la “Operación Manitas”. Me están rasurando la verdad, y metiendo mentiras. Yo sostengo lo que dije en Torreón, que Octavio Paz es un hombre que tiene una vanidad terrible, y que sus acólitos le pueden decir si pregunta: “¿Qué horas son? Las que usted guste, Octavio”. Ya no hay una posición crítica del alumno frente al maestro y eso es malo en cualquier país del mundo. Una gente que se endiosa llega al nepotismo, llega a la dictadura. Y eso no lo pusieron. A Octavio Paz le está pasando un poco lo que le pasó en política a Porfirio Díaz en los últimos años de su largo reinado de treinta años, que él pensaba que todo andaba bien en la república porque veía a los científicos, a Limantour, a Bernardo Reyes, a dos o tres gentes más que le decían que “todo andaba bien”, que el norte, el sur, el centro andaban perfectamente bien, mientras se estaba incubando un malestar muy grande entre los escritores, obreros, intelectuales, la clase media, los burócratas... y llegó el momento en que eso hizo explosión como una olla de presión en donde se cuecen los frijoles y empezó la Revolución mexicana. A Octavio Paz le va a pasar lo que le pasó a Porfirio Díaz por su manera de enfrentarse a los problemas diarios de los escritores mexicanos. Pero hablar de los defectos de Octavio Paz no es ir en contra de su obra. Paz no solamente es el poeta más grande de México, es uno de los grandes poetas del siglo xx a escala universal. Margarita Michelena, con tantos años de vida, y con la coquetería de no usar lentes, no pudo leer lo que yo dije, y además en Proceso, una revista absolutamente amarillista que no da más que una versión “por el ojo de la cerradura” de lo que pasa en el país, es decir, agarra lo malo y lo convierte en catastrófico, y todo lo bueno que pasa lo olvidan.

—También en Proceso apareció un comentario tuyo sobre José Emilio Pacheco, en el sentido de que es un escritor de un gran talento, pero que no había tenido el talento suficiente para crear “la gran obra, la obra maestra”.

—Mira, yo fui el descubridor de José Emilio Pacheco y de Carlos Monsiváis, como crítico literario. Yo los llevé al suplemento “México en la Cultura” de Novedades, con Fernando Benítez, de quien también hablo en estas entrevistas de Proceso. Yo decía que José Emilio Pacheco es un hombre que maneja admirablemente bien el español, que en poesía, que en prosa, es una de las personas que mejor ejercen el estilo en México, pero que no es un genio, y que las obras que ha producido no son Pedro Páramo, no son los textos de Confabulario, no es Dormir en tierra o El luto humano de Revueltas. No es un hombre que vaya a modificar la literatura mexicana. Y cuando tú no modificas la literatura mexicana, si eres mexicano, a la larga es como si no hubieras existido. Las historias de la literatura te dedicarán cuatro o cinco renglones. En cambio, un ser desaliñado, que llegó quién sabe de dónde, que por equis o zeta escribió el gran poema, escribió la gran noveleta, escribió la gran novela... por los siglos de los siglos su nombre será recordado.

—Tus comentarios, Emmanuel, me han hecho recordar los que hizo Juan José Arreola, en fecha reciente, en el marco de los talleres que imparte en el ex Convento del Carmen, a propósito de cómo se sentía en este momento de su vida, y él hablaba autocríticamente, señalando que sentía que le había faltado, precisamente, ese impulso, ese talento final para realizar “la gran obra”. Arreola añadía que en las últimas décadas no se había escrito la gran obra. ¿Qué opinas, Emmanuel?

—Bueno, yo coincido con Juan José en esto. Decía yo, y tal vez parezca una contradicción con lo que dije antes, que estamos viviendo un gran momento en la joven literatura mexicana que está transitando con paso firme y está abriendo nuevos caminos al andar, que sabe escribir, que tiene cosas que decir, que no somos rupestres, que somos contemporáneos de nuestros contemporáneos, que somos habitantes de fines del siglo xx, pero, efectivamente, no hay un Carlos Fuentes, no hay una La región más transparente, no hay una Muerte de Artemio Cruz, no hay un Terra Nostra, no hay Cristóbal Nonato, no hay Pedro Páramo de Rulfo, no hay Los errores de José Revueltas, no hay Noticias del Imperio de Fernando del Paso... pero, obviamente, y yo espero estar vivo para entonces, espero que antes de terminar el siglo xx, entre esos muchachos que andan entre los veinte y los treinta y cinco años surjan los que van a producir obras que cambien significativamente lo que hoy entendemos por cuento, novela, ensayo, teatro y poesía.

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