Juan Carlos Núñez Bustillos - Daguerrotipos
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Llegó puntual a la cita, en mangas de camisa, seguro de sí mismo, dispuesto a dialogar y a mantener esa imagen de “inteligente acidez” que le había caracterizado siempre en su papel de crítico, perfil que le acarreaba, sin duda, lectores y seguidores deseosos de leer y escuchar sus opiniones sobre los protagonistas de la literatura mexicana, pero también, sin duda, detractores y enemigos, en ocasiones, no muy satisfechos con su punzante crítica.
Sus ojos pequeños miraban con agudeza de musaraña, su amplia frente y un delgado bigote que de vez en vez se mesaba, le conferían cierta presencia despreocupada y dominio frente a los micrófonos. Le acompañaba la maestra Carmen Gloria Lugo, quien fungía como anfitriona por parte de la Dirección de Literatura de la Secretaría de Cultura de Jalisco. Ella inició nuestra charla comentando la sesión del día anterior.
—Fue un gusto tener a Emmanuel Carballo con su gran desempeño como crítico literario, con ese valor que tiene para destacar lo mejor de un escritor, y realzar, desde el punto de vista combativo a veces, los aspectos intrínsecos de una obra o de un personaje. Ayer fue muy interesante porque estuvo también el maestro Juan José Arreola en la sesión y leyó uno de sus cuentos: “La mujer amaestrada”, y luego Emmanuel Carballo estuvo comentando la entrevista que él mismo le hiciera años atrás.
—Gracias, Gloria, por tu presencia —le digo—, y dirigiéndome al escritor—: ¡Bienvenido al programa, Emmanuel Carballo! Cuéntanos sobre tu visita a Guadalajara, tú eres de esta ciudad, aunque radicas en la Ciudad de México ¿desde cuándo?
—Desde 1953. Pero vengo con cierta frecuencia. Antes venía cada fin de semana, después cada mes, después al inicio de cada estación del año y después una vez al año. Y espero, ahora que tengo sesenta años, venir “una vez al principio de cada década”, es decir, ahora vengo a los sesenta, vendré a los setenta, a los ochenta, a los noventa... para seguirle tomando el pulso a esta ciudad maravillosa, y al mismo tiempo deplorable.
—A ver, ahora tendrás que explicarnos eso de “deplorable”... ¿por qué dices que Guadalajara es deplorable?
—Me pasó una cosa curiosísima. Yo soy un devorador de letra impresa enorme. Quise saber lo que pasaba en Guadalajara. Bajé del hotel que está situado en la parte céntrica de Guadalajara, cosa que no me gusta, porque la parte hermosa de Guadalajara está en los suburbios. Zapopan es quizá la parte más hermosa de Guadalajara. Yo creo que de Lafayette para allá es una Guadalajara hermosísima, llena de árboles, de vegetación, de casas bellas, de rostros maravillosos, de cuerpos cimbreantes. Y como que por el centro de la ciudad se ha quedado la gente fea, la gente mal vestida. No la gente pobre, porque en México todos estamos pobres desde hace cuatro o cinco años. No hablo de la pobreza, sino de la manera de vestir, de encarar el mundo, de practicar el oficio de ser hombres todos los días. Entonces, me levanto, bajo a comprar los periódicos para saber qué pasaba en Guadalajara. Compré El Occidental y El Informador, me los leí religiosamente, y... ¡siguen siendo tan malos como cuando yo tenía veinte años! Tuve que comprar los periódicos de México para saber qué pasaba en Guadalajara, cosa que me pareció verdaderamente lamentable.
—Te escucho hablar y te percibo un poco como “desertor de nuestra ciudad”.
—Yo creo que al contrario. Quien no critica no ama. Quien viene a decir maravillas no ama a la ciudad. Yo amo a la ciudad porque le encuentro sus defectos. Porque yo formo parte de los defectos de esta ciudad. Los periódicos son así porque no hemos hecho nada por mejorarlos. Nos conformamos con lo que nos dan y no pedimos que nos den mejores cosas. Son una conglomeración de anuncios sin ton ni son, mal impresos. Nos dan basura y la aceptamos y todavía pagamos por ella.
—Hay barrios hermosísimos, Emmanuel. Tú mencionas sólo una zona de Guadalajara. Faltaría que visitaras, por ejemplo, el barrio de Analco, o Santa Tere.
—A mí me gustaba el barrio de Oblatos cuando era pequeño, ahí estaba el viejo parque Oro, a donde iba yo al futbol, al antepreliminar de las ocho de la mañana; a las diez veía el preliminar y a las doce veía el partido estelar, y me iba a pie y me regresaba a pie. Vivía yo cerca del templo Expiatorio, o sea que yo conocí Guadalajara más o menos bien, porque una ciudad se conoce caminando. Cuando uno se va en coche no conoce nada. En cambio, cuando platicas con las piedras, con las casas, cuando conoces a la señora que barre, que riega, al señor que vende el pan, a la viejita que va con su olla de peltre a traer la leche… tienes contacto con la ciudad y eres parte de la ciudad.
—Eso es precisamente a lo que me refería, Emmanuel.
—Pero yo ya no vengo a ver esto, vengo más o menos como turista. Entonces, me refiero a la parte hermosa de Guadalajara, a las niñas bellas de Guadalajara. Ahora pienso que aquí ya no hay mujeres hermosas, y la culpa la tiene el centro de Guadalajara. Creo que pocas ciudades tienen tan pocas mujeres guapas como Guadalajara en el centro de la ciudad. Por cada kilómetro cuadrado no encuentras una chica guapa. En cambio, de Lafayette para allá pululan de tal manera que en un kilómetro cuadrado te encuentras 512 mil muchachas guapas, es la ciudad más pródiga en belleza femenina.
—Te recuerdo que hay una frase que dice: “Cada quien encuentra precisamente lo que anda buscando”. ¿Qué es lo que andas buscando tú? Ahora que, en tus propias palabras, dices que una función del crítico es “redescubrir”, bueno, creo que habría que invitarte a que “redescubrieras” Guadalajara.
—Bueno, son maneras de ser. Hay que aceptar que muchas personas piensan de manera diferente. Cada quien ve con ojos distintos, del color que tú quieras, y tan amigos.
—De acuerdo, aunque ahora te vemos más como defeño que como tapatío, Emmanuel... —el escritor salta de inmediato, protestando:
—¡Noooo! Estoy absolutamente en desacuerdo contigo. Yo hablo todavía como jalisciense, y tengo treinta y tres años en el exilio.
—¿Tú crees, Emmanuel? Bueno, hablemos de literatura, ya que me dices que periódicamente vienes a Guadalajara a tomarle el pulso a la ciudad, supongo que el ámbito literario te es bastante conocido.
—Yo creo que lo que pasa en Guadalajara pasa en todo el país. México se está desbaratando como país política, económicamente, pero culturalmente es uno de los grandes momentos. Yo tengo sesenta años de vida y cuarenta de dedicarme a la crítica de la historia y de la literatura y pocas veces había visto un florecimiento tan grande del norte al sur, del este al oeste, de costa a costa, de frontera a frontera —casi parezco programa de televisión—, en poesía, en cuento, en novela, en ensayo, en teatro, en crítica literaria, en crónica, en periodismo cultural. Somos literariamente un país del primer mundo, y no podemos decir que seamos un país de primer mundo en economía cuando vivimos de prestado, ¡hasta los calzones nos presta el Banco Mundial para poder vivir! O sea que no podemos decir que económicamente seamos un país que ha resuelto sus problemas. En cambio, culturalmente estamos en una óptima circunstancia, tenemos muy buenos narradores, muy buenos poetas. Jalisco ha sido tradicionalmente una tierra de poetas excelentes, y sigue siéndolo.
En ese momento invito al público a participar a través de los teléfonos, así como a Carmen Gloria Lugo. De pronto, Emmanuel Carballo toma de nuevo el micrófono y nos sorprende porque vuelve a “las mujeres bellas de Guadalajara”, como si una espina le hubiese quedado clavada. Entonces, dirigiéndose a Gloria, dice:
—Yo hablo de las mujeres bellas que hay en Guadalajara, en ciertas zonas de Guadalajara, y la ausencia de mujeres bellas en otras zonas de la ciudad. Es decir, la concentración peligrosa de la belleza y de la fealdad por zonas. ¿Tú cómo ves el problema de los hombres en Guadalajara, el tapatío es bello, el tapatío es feo? ¿Habría que exportar jaliscienses a otras partes para mejorar la raza? ¿O qué deberíamos hacer, Gloria?
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