Juan Carlos Núñez Bustillos - Daguerrotipos
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—Entonces, maestro, ¿quién lo enseñó a jugar?
—Fue un amigo de mi padre, Carlos Preciado, quien me vino a enseñar a jugar ajedrez cuando yo tenía ya veinte años. Era el padre de una muchacha a la que yo pretendía; iba a su casa a diario con el pretexto del ajedrez, y en una ocasión me lo encontré frente al tablero. “¿Tú no juegas ajedrez?”, me dijo. Contesté que no, “Pues yo te enseño”. Dicho y hecho, la señora y la muchacha desaparecieron casi de la escena, y él y yo nos pusimos a jugar ajedrez. El hombre me ganaba todas las noches, interminablemente, hasta que encontré la forma de defenderme y empezar a ganarle, a tal grado que nunca me volvió a ganar una sola partida. A él le debo haber aprendido a jugar ajedrez.
—¿Y qué pasó cuando finalmente jugó con su padre?
—Él se llevó la sorpresa de que muy pronto tampoco me pudo ganar ni una sola partida. Porque mi padre, que gustaba mucho del ajedrez, era un hombre muy caprichudo, como yo. Él decía: “Todo se puede hacer en el ajedrez como a uno le da la gana”. Mi papá llegaba a tales movimientos de apertura, que es la única persona a la que yo le he dado el “mate del loco”, que es un mate en dos jugadas que se da con las negras, luego que las blancas han salido con dos peones de manera suicida. Es mucho más breve que el “mate del pastor”. Entre los amigos se habla de este jaque como una broma.
—El rey es la pieza para defender la partida.
—El rey, sí que es una pieza torpe, porque sólo se mueve una casilla para adelante, para atrás o para los lados, y está expuesto a ataques continuos. Es una pieza casi anodina, que de pronto se convierte en la pieza principal de los finales.
—Como sucede en su cuento “El rey negro”.
—Sí, efectivamente, yo tengo un pequeño texto que se llama “El rey negro”, que es un drama de amor pavoroso. Está basado en uno de los mates más difíciles y notables del ajedrez. Se llama “el mate de alfil y caballo”. No quedan más que los reyes, pero uno de ellos, el blanco, tiene dos piezas: el alfil y el caballo. Este hombre del cuento está tratando de que su adversario no lo pueda matar, y sigue jugando: “Ahora vago inútil por el tablero...”. El hombre, que pierde la dama, y por lo tanto la partida de una manera trágica, es realmente un hombre que ha perdido a la mujer amada por una inexplicable torpeza, por no haber sabido mover sus piezas. “Desde el principio jugué mal esta partida”, dice el personaje: adversidades en la apertura, cambio de piezas con clara desventaja, hasta que la partida ya no tiene remedio y al final dice: “Ahora vago inútil por el tablero de blancas noches y de negros días...”, como en el soneto de Borges que reproduce a su vez un texto de Khayyam, sólo que yo lo invierto y obtengo un nuevo resultado: blancas noches, noches en vela; negros días, de derrota y pérdida de amor.
—Maestro, ¿pecaría yo de imprudente al preguntarle si este cuento tiene que ver con su vida?
—¡Sí!
—¿Sí peco... o sí tiene que ver?
—No pecas y sí tiene que ver, porque yo no he escrito nada que no sea autobiográfico. Esto es una historia de amor que me ocurrió en la vida. Una muchacha era miembro de mi taller de literatura. Yo jugaba ajedrez con amigos, uno de ellos muy notable, que llegó a ser gran maestro de ajedrez en México, se llama Enrique Palos Báez, porque este amigo ajedrecista me acompañó en la derrota, en la pérdida de la mujer amada. Yo no encontraba más diversión que en el ajedrez y él venía todas las tardes a jugar conmigo para distraerme y para que yo superara el drama del amor. Lo logré y me rehice jugando con él, y de pronto se me ocurre el cuento; al escribirlo y dedicarlo a mi amigo, que me ayudó a olvidar, olvidé. Transformé el dolor, lo elaboré literariamente y esto me dio un bálsamo y logré algunas de las mejores frases que he escrito en mi vida con ese cuento del rey negro.
—Y si hemos hablado del rey, veamos ahora a la dama, maestro.
—La dama, sí, la pieza más poderosa del ajedrez. Aunque la dama nunca debe salir prematuramente. Sin embargo, hay jugadores que han hecho del sacar pronto la dama un arma frecuentemente mortal; pero es muy arriesgado que la dama ande danzando fuera de su casa —en este momento Arreola se ríe con cierta picardía, asumiendo con humor, por la expresión de mi rostro, el sesgo machista de su frase; pero no se detiene, y continúa con su charla—. En La feria tengo un pasaje en la confesión general que dice: “Me acuso padre, de que di un mate al rey con la reina sola, sin apoyo”. Esto me ha tocado a mí verlo, me tocó ver que un amigo le dio a otro mate con la reina sola. Al otro jugador todo lo que le hacía falta era hacer rey por dama, con su peón, pero como el adversario lo dijo tan contundente: ¡mate!, pues abandonó y se rindió.
—Y... ¡cuántas personas dan mate sin apoyo, en la vida, pero con tal seguridad y convicción que dejan a su adversario sin capacidad para responder!
—Sí. Puede ser un hombre de negocios que en un momento dado lo sorprenden y se da por perdido. Otras veces, en una partida correcta, las victorias se construyen con base en presencia de ánimo, dominio moral. Existe ese elemento psicológico que influye de tal manera que el jugador empieza cada vez a ser más débil, no sólo sin defensa sino colaborando al ataque del contrario. Hay muchos mates que son preciosos y figuran en las antologías de grandes partidas; mates que no podrían haber sido nunca sin la colaboración del vencido. El ganador realiza jugadas peligrosas, perdedoras, y sin embargo resultan, porque las hacen con toda la convicción del mundo, como el sacrificar una o dos piezas y acabar matando. Después el perdedor se da cuenta de que pudo haberse salvado por completo y de que nunca le habrían ganado si no se hubiera dejado intimidar.
—Ha mencionado la palabra sacrificio...
—¡Ah!, el sacrificio implica una condición masoquista; una actitud que acepte el sufrimiento, porque el que se sacrifica tiene que salir, no de un problema, sino de una serie de problemas. Yo pertenezco psicológicamente, existencialmente, moralmente... al mundo de los masoquistas. El masoquismo es importante como fenómeno humano y el término surge a partir de las novelas de Masoch, porque sus personajes tienen rasgos masoquistas. El sacrificio es un recurso de primer orden en el ajedrez. Yo soy un maniático sacrificante.
—¿Cuál es la función del sacrificio?
—¡El desconcierto! Todo adversario a quien su oponente le hace un sacrificio se desconcierta, y una de las primeras cualidades en la vida y el ajedrez es desconcertar a la persona que tenemos enfrente. Si existe un problema de diálogo con determinada persona, lo primero que tenemos que hacer para dominarla es desconcertarla. Entonces empieza a cavilar desde el hecho de aceptar o no el sacrificio, la mayoría opta por aceptarlo, y se crea entonces una situación de sacrificio, de inferioridad psicológica, porque el que sacrifica asume rápidamente una actitud de superioridad. El que sacrifica es un triunfador.
—En esta situación existe también una buena dosis de sadismo.
—Eso no tiene remedio. Todo el que gana una partida de ajedrez es un sádico porque ha jugado para ganar, para destrozar al adversario. Otra vez tenemos ahí a la vida misma. Esa pareja antagónica que existe: sadomasoquismo, está en el centro del ser humano y todos tenemos algo de ello. Yo, por ejemplo, me considero un masoquista auténtico, porque desde niño he sufrido situaciones de pérdida o desventaja. Tuve un hermano que era verdaderamente brillante por naturaleza: guapo, rubio y de una inteligencia, a su edad, privilegiada. Yo era todo lo contrario, lo demuestra el primer apodo que recibí: “Juan el Malhecho”. Frente a mi hermano, Rafael “el Bienhecho”, el capaz de todo. Yo fui siempre el feo, el incapaz. Entonces seguí un esquema muy curioso, era como un decir: “Yo nada puedo contra mi hermano, porque mi hermano es de una inteligencia superior”, y me batía en retirada. Yo me he dedicado toda la vida a destruir mis posibilidades de éxito personal, íntimo, sentimental, siguiendo ese esquema. Como mi viaje a París; fue algo masoquista aceptar este viaje desoyendo la felicidad en que vivía, de recién casado, con una hija preciosa y una esposa admirable. Por eso digo que soy esencialmente de condición masoquista. Creo que lo poco que he hecho en la vida, en la literatura, en el teatro, en el ajedrez, fue un propósito que finalmente se cumplió. Mi lucha con la vida no ha sido sino una lucha contra lo insuperable.
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