En este punto el informe coincidía con lo manifestado por los diplomáticos de ambos países: la única solución al problema de abastecimiento de Madrid era la evacuación. En ello también coincidían con las autoridades republicanas, que desde noviembre hacían campaña por la evacuación a través de todos los medios posibles. Sin embargo, la dificultad logística de esta tarea también era enorme: ni había medios de transporte suficientes para evacuar a las 400 000 personas que se calculaba debían abandonar la ciudad ni muchas de ellas estaban dispuestas a hacerlo, ya que nadie les garantizaba que su situación como refugiados fuera mejor que la que tenían en Madrid. Así, se calculaba que debían evacuar de la ciudad a unas 20 000 personas al día, pero los informes diplomáticos señalaban que el Gobierno republicano se daba por satisfecho si se llegaba a las 7000 diarias, 6 cifra que, según el informe de la delegación de la Sociedad de Naciones, realmente se alcanzaba. El 5 de febrero el francés afirmaba que la evacuación era irrealizable. 7
Los siguientes meses, durante los cuales se continuó desarrollando la batalla de Madrid, siguió estando muy presente la idea de que la ciudad podría acabar rindiéndose por hambre. 8 En un punto intermedio estaba la preocupación por el cierre del cerco en torno a la ciudad, que llevó a los encargados del Lycee Francais a elaborar una lista de necesidades de productos básicos que debía surtirles la embajada para tener existencias de cara a un asedio total. 9 En torno a esta cuestión, es preciso mencionar que se suele mantener cierta hipótesis en los informes enviados tanto al Foreign Office como al Quai d’Orsay: la de que las fuerzas de Franco podían haber cerrado por completo los accesos a Madrid, y que si no se había tomado dicha decisión se debía a la carga que representaba el abastecimiento de la ciudad. 10
El final de la batalla de Madrid y el traslado de la actividad militar a la franja norte del país llevó a los informadores a considerar que se había llegado a una suerte de empate de incapacidades en el que ninguno de los lados era suficientemente fuerte para imponerse en el campo de batalla. En julio de 1937 el diagnóstico seguía siendo el mismo: en un informe que recopilaba los acontecimientos durante el año que acababa de cumplir el conflicto, Chilton afirmaba que se encontraban ante una guerra de agotamiento. 11El final se veía lejano, coincidiendo además con una mejora general de los abastecimientos en la retaguardia republicana, de la que también participó Madrid.
Algunos, sin embargo, continuaron creyendo que la amenaza de hambruna era inminente en la ciudad. En el lado británico, sobre todo, se afirmaba que los más desfavorecidos eran las clases medias y altas, pues, al no estar respaldadas por partidos ni sindicatos, no accedían al reparto de comida. Por su parte, en los informes franceses se solía resaltar que las clases acomodadas podían obtener productos en el mercado negro, lo que desesperaba a las clases populares. 12 El enfoque que probablemente más se acercara a la realidad de la ciudad fue, sin embargo, el que utilizó el cónsul en Alicante para describir la situación de su ciudad, admitiendo que los más desesperados eran aquellos que no accedían al circuito de víveres alternativo protagonizado por aquellos que no tenían un puesto en un lugar privilegiado de la administración o fabricación de bienes de primera necesidad, no estaban afiliados a partidos y sindicatos ni contaban con un familiar que les hiciera participar de este circuito no oficial. 13
Durante la primavera y el verano de 1937, los informes diplomáticos ahondaron en las desigualdades y roces que percibían en la sociedad madrileña. En mayo, los franceses señalaron que la opinión pública madrileña no entendía el «egoísmo de Levante», al que consideraban que no hacía suficiente por Madrid, mientras que en junio destacaban la competencia entre el Ayuntamiento de la ciudad e Intendencia por los recursos que llegaban a Madrid. 14 Así, el descontento por la escasez y la desigualdad del reparto en general acabó por protagonizar los mítines de agosto, en los que se pasó de «incitar a la gente a tomar las armas contra el fascismo a expresar indignación por la situación de las subsistencias y quienes hacían negocio con ellas». 15
La conclusión era que la escasez de comida y la desigualdad en su reparto estaban abriendo importantes grietas entre los madrileños. Excepto los más privilegiados, la mayor parte de la población se mantenía con una dieta escasa y poco variada, sin aportes proteínicos ni vitaminas, pero suficiente para salir adelante. Un informe francés señalaba que, en los últimos meses, los madrileños se habían alimentado principalmente de arroz y legumbres secas. 16 El problema del abastecimiento de Madrid, por tanto, era grave, pero no había derivado en la hambruna tantas veces pronosticada ni había hundido la resistencia de la ciudad.
En este sentido, el sustituto de Forbes, John Leche, empezó a cuestionarse si el factor de los abastecimientos no estaba siendo sobreestimado por los informes británicos, una línea que continuaron otros británicos, entre ellos Henry Chilton, que señalaba que, mientras se mantuvieran bien alimentadas las fuerzas de seguridad y el ejército se podría conservar la resistencia republicana. Leche veía menos signos de colapso en noviembre de 1937 que en 1936. 17 ¿Y cómo era posible? Una de las respuestas preferidas por los diplomáticos de ambos países, teñida de los prejuicios de la época, era la de que «la resistencia española es mayor que la de otros países más civilizados», por estar más acostumbrados a la miseria que el resto de los europeos. 18
Con el segundo invierno de la guerra, el paréntesis del verano de 1937 quedó liquidado y la situación siguió evolucionando de manera desfavorable para la República. En los primeros meses de 1938, el Foreign Office recibió varios informes sobre la situación económica de la misma que reforzaron la idea de que el factor que acabaría terminando con la República era el hambre, pero que este fin podía prolongarse mucho. 19
La situación continuó deteriorándose a lo largo de 1938. En la primavera de dicho año, Francia encontró cada vez más difícil alimentar a la colonia y a los hospitales franceses en Madrid. 20 Las raciones de los madrileños de a pie eran cada vez más exiguas, y el cónsul francés afirmó en septiembre de 1938 que tanto él como el cónsul de Suiza habían visto a gente desmayarse por inanición. 21
Los informes diplomáticos señalan a una población cada vez más desmoralizada que ansía el final de la guerra. En este contexto, tanto unos como otros consideraron de forma unánime que los bombardeos de panecillos inaugurados en octubre resultaron exitosos, al contrario de lo que afirmó la prensa y las autoridades madrileñas. 22
Las protestas de mujeres en diciembre de 1939, ocasionadas por el parón en el suministro de leche, 23 llamaron poderosamente la atención de británicos y franceses, que ya habían señalado el protagonismo femenino en las colas; en las protestas de diciembre de 1936 y en un intento de acercamiento al presidente de la República, Manuel Azaña, cuando este visitó el barrio obrero de Cuatro Caminos en noviembre de 1937. 24
Esta situación generó una enorme campaña de solidaridad internacional que poco pudo hacer por evitar la descomposición republicana. Tras la caída de Cataluña, en febrero de 1939 ambos países reconocieron a Franco: al mes siguiente, el Foreign Office se puso manos a la obra para enviarle camiones y víveres destinados a Madrid para cuando la ciudad fuera finalmente conquistada. 25 Desde el cálculo político, y basándose en todas las informaciones remitidas por sus diplomáticos y agentes, haber preparado estos envíos antes solo habría servido para enemistarse con el que iba a alzarse con la victoria en la guerra.
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