La mayoría de los entrevistados, sin embargo, había optado por la vía regular para salir de Cuba. Esto implicaba el acoplamiento del proyecto personal migratorio a las clasificaciones y requisitos que exigían las políticas de salida cubanas, además de las de los países destino; y, a la par, que la estrategia de ajuste se transfigurara en una multiplicidad de tácticas que daban lugar a trayectorias migratorias diferentes y a interacciones disímiles entre los migrantes y las restricciones migratorias.
Dentro de este conglomerado, las prácticas de los migrantes que podían o tenían como objetivo residir en Estados Unidos se diferenciaban del resto por el grado superior de complejidad de los trámites, y porque implicaba, en muchas ocasiones, acceder a dicho país a través de otros, con lo cual el proceso se dificultaba bastante. Por lo general, además, se trataba de una salida sin regreso que a menudo involucraba a todo el núcleo familiar. En ese contexto, la apuesta por eua tenía en la obtención del visado su principal escollo. [41]
De ahí que la salida a través de terceros países para arribar finalmente a Estados Unidos se mantuviera como una práctica común. Los migrantes, con el apoyo de familiares radicados en aquella nación, utilizaban redes de “polleros” o lo realizaban de modo individual:
Se dio la oportunidad y contábamos con el dinero, porque nos ayudó mi hermana y vendimos el carro […] el viaje costó como siete mil dólares, pero nos garantizaban la llegada a México. Allí estuvimos dos días en un hotel de la Ciudad de México y de ahí nos llevaron a la frontera […] No pensé en ningún momento que las cosas fueran a salir mal, además yo no iba sola […] estábamos pagando, no veo por qué las cosas fueran a salir mal […] Cuando llegué a eua solo fue cosa de llamar a mi hermana para que nos recogiera (Entrevistada 10).
Sin embargo, no todos los entrevistados, al igual que sucede con la población migrante cubana en general, tenían como intención principal residir en eua. La elección de un destino migratorio se relacionaba con la oportunidad que se presentara más que con el deseo expreso y calculado de residir en el lugar, aunque también influyera lo segundo. En eso pesaba la contingencia, la existencia de vínculos afectivos de alguna especie (familiares por lo general), o redes de apoyo que acompañaban en el trámite de entrada y permanencia en el país:
Decidí quedarme aquí porque fue el país “que me tocó por la libreta”. [42]No obstante, te puedo poner algunos argumentos más: uno, pertenece al primer mundo, posee cierta estabilidad, bajos niveles de violencia y escaso peligro en sus calles; dos, se habla español (castellano, para ser exacto); tres, de este país salieron para Cuba mis tatarabuelos, bisabuelos; cuatro, mi mujer tenía una beca de dos años, con lo cual al menos uno de los dos estaría legal; cinco, se come bien, tiene una historia y cultura amplia, pintura y arquitectura envidiable, clima moderado; y, seis, pertenece a la Comunidad Europea, con lo cual mis oportunidades no se limitan a un país solamente […] Pero como antes intenté irme dos veces a otros países, queda claro que lo más importante es lo que decía al principio: este es el país que me tocó, el que pude concretar, no obstante me siento contento de que haya sido España. Lo más importante para los cubanos es que nos den la oportunidad de prosperar, “un cachito pa’ vivir” (Entrevistado 8).
También la elección de la modalidad migratoria y de las organizaciones con las que se iniciaban los trámites para la salida de Cuba nacía de las oportunidades y recursos de los entrevistados. Así, el viaje temporal a través del centro de trabajo, por lo común asociado a motivos laborales o de estudios, dependía en gran medida de que el proyecto individual se ajustara a los intereses de los centros donde se encontraban trabajando.
De la interacción de diferente naturaleza entre los proyectos individuales y los intereses institucionales surgían diversas prácticas, como aprovechar la posibilidad de viajar a través de la institución o sostener estancias muy largas en el extranjero avaladas por el centro de trabajo al que se pertenecía en Cuba. En ese sentido, se ponía en marcha la táctica del juego con el emplazamiento laboral, pues en algunos de estos no solo se garantizaba la tramitación expedita del permiso de salida, sino la estancia fuera del país sin perder el derecho de retorno.
Realizar trámites a través del centro de trabajo parecía facilitar, a algunos de los entrevistados que optaron por esta modalidad, tantear el terreno, experimentar cómo les podía ir fuera de Cuba para luego tomar decisiones migratorias permanentes, o bien no perder sus vínculos con el país, “no quemar las naves”. Sin embargo, este no era el caso de las personas cuyo permiso de migración se encontraba limitado por el sector o la profesión que ejercían. Para ellas el viaje temporal al exterior que ofrecía el centro de trabajo podía convertirse en el instrumento para la salida sin regreso. Esta decisión, a pesar de ir acompañada de una penalización para entrar posteriormente a Cuba, [43]devenía la solución ante las restricciones a la salida para algunos grupos de profesionales:
Lo decidí en el 2002, hice trámites en el 2003, los motivos verdaderos eran que estaba casada con un español y que quería residir fuera de Cuba […] pero esos no fueron los motivos de mi viaje. Al ser estomatóloga tenía que pedir un permiso de salida al ministro de Salud. Sin excepción, todas las personas que conozco y han hecho eso han tenido que esperar un tiempo que como norma es de cinco años para poder salir del país, y lo peor en mi opinión, son cambiadas de puesto de trabajo, evaluadas y etiquetadas como no confiables, y no quería pasar por eso. De ahí que el motivo por el cual hice los trámites fuera la presentación de un libro, del cual era coautora, en un congreso en España. Ya había hecho dos viajes similares anteriormente, uno en 1999 y otro en el 2001, no hubo muchos cambios y en el caso de los viajes de trabajo prácticamente no tienes que hacer nada; solo superar el estrés y los cargos de conciencia. Y me quedé. Fue la decisión más sencilla y la que menos sufrimiento me depararía (Entrevistada 3).
La imposibilidad de un permiso a través de las instituciones donde se trabajaba implicaba trámites a título individual, lo cual suponía enfrentarse con poca información, invertir gran cantidad de recursos y utilizar, o construir, redes para disminuir los costos. Así, aunque algunos de los entrevistados tramitaron su salida sin grandes dificultades, para otros, el ajuste a las diversas calidades migratorias implicó una gran energía de inversión e, incluso, la adopción de tácticas cuestionables moralmente para convertirse en persona aplicable, es decir, que correspondiera a los requisitos que imponían las políticas emigratorias.
De igual forma se sucedían los artificios en las diversas historias construidas por los migrantes para realizar todos los pasos de la tramitación: se utilizaba la oportunidad y la influencia, los recursos económicos y los amigos y conocidos. Esta actitud de “todo se vale”, que permea muchos de los testimonios sobre el proceso de salida, se anclaba en dos elementos fundamentales: el miedo a la negativa por parte de alguna de las instancias que intervenían en la expedición de documentos —temor a que el trámite se paralizara por algún motivo— y la validez y legitimidad de la decisión, incluso a costa de la violación de ciertos preceptos éticos y morales.
Una vez obtenido el permiso de salida, y en la medida en que la política emigratoria cubana también regía la estancia en el exterior, se activaba un conjunto de acciones creando un escenario donde las circunstancias, esta vez en el país destino, y las oportunidades, daban por resultado distintas decisiones con relación a los vínculos de los migrantes con Cuba.
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