Liliana Martínez Pérez - Cubanos en México

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¿Quiénes son las cubanas y los cubanos que han arribado a México durante la última década del siglo xx y la primera del xxi? ¿Cómo llegaron y por qué no siguieron, como muchos de sus connacionales, el camino hasta el vecino país del norte? ¿Cómo se insertan en el mundo laboral mexicano y con quién o quiénes comparten su vida cotidiana? Este libro responde estas y otras preguntas sobre uno de los flujos migratorios de más largo aliento y persistencia en la historia del Caribe; para ello se utilizan datos y análisis políticos, demográficos y antropológicos, los cuales permiten conocer un drama cuyos alcances sociales, económicos y políticos serán aún más visibles en los próximos años.

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La situación se complejizaba más para los individuos que pretendían residir de forma permanente fuera del país, pues se incrementaban los requisitos para obtener el permiso de salida. Con ello se convertían en gestores improvisados —artífices absolutos de su propia decisión migratoria— al tener que interactuar con un conglomerado de organizaciones para obtener los documentos necesarios e iniciar los trámites: la baja del centro de trabajo y, en caso de estar desvinculado laboralmente, del último centro laboral donde había trabajado o estudiado; su historial civil asentado en las actas de las Oficinas del Carnet de Identidad; [36]la constancia de certificado médico para el caso de los países que lo exigían; [37]y la carta de invitación ya mencionada. En caso de ser aprobado, los solicitantes debían presentar, al inicio de los trámites migratorios, además, la baja de la Oficina de Control y Distribución de Alimentos (oficoda). [38]

Debido a que todos estos documentos dependían de lógicas organizacionales distintas, el tiempo entre la decisión de emigrar y el inicio de los trámites devenía azaroso y sus resultados casuísticos. A ello se sumaban los requisitos de los diferentes países para otorgar los visados, lo cual complicaba y podía dilatar aún más la emigración.

Por ello resultó difícil obtener un patrón específico de los elementos que influían más en el retardo del acto de migrar. Mientras que para algunos entrevistados el proceso de inicio de los trámites había sido de dos meses, para otros, recopilar la documentación necesaria había demorado seis meses o, incluso, un año.

En el caso de las personas que habían realizado trámites a través de los centros de trabajo, la situación era distinta porque eran funcionarios de estas instituciones los que se encargaban de realizar los trámites en la die, desde la confección del pasaporte hasta el permiso de salida. No obstante, el grado de dificultad de esta modalidad radicaba en el interés que tuvieran esas instituciones laborales en la salida del individuo que solicitaba el permiso de viaje.

A partir del monopolio de la información migratoria, del tiempo de realización de los trámites y su gravamen económico, se hacían efectivos los mandatos de control y selección de la población. Ello implicaba, para los migrantes potenciales, un manejo sustancial de recursos —información, redes sociales de apoyo, recursos económicos— con el objetivo de disminuir los tiempos del proceso y, finalmente, concretar la emigración.

La información se convertía en el principal recurso en el proceso migratorio de salida: si se poseía la información correcta, resultaba expedito; si no se la tenía, los costos podían ser altos: desde elegir una calidad migratoria equivocada hasta el total extravío en el laberinto burocrático de la política.

Aunque muchos de los entrevistados contaban con información proveniente de experiencias migratorias previas, sobre todo de familiares y amigos, esta podía estar desvirtuada o desactualizada por los cambios en las normativas migratorias y el carácter casuístico que permeaba el proceso migratorio. El contexto de incertidumbre y desinformación de las personas que realizaban los trámites, por su parte, impedía una mayor comunicación de experiencias en las propias oficinas migratorias:

La información está fragmentada, oyes los comentarios de los demás, comparas sus situaciones con la tuya, pero al final es un rompecabezas que tienes que armar solo; tienes que invertir mucho tiempo organizando los datos, comparándolos, para saber cuál es la forma más rápida de hacer el trámite […] La gente que estaba haciendo los trámites junto conmigo yo los veía más desinformados que yo, con un nivel de paranoia altísimo […] los consejos que escuchaba en las tantas horas de espera a veces oscurecían más que aclaraban (Entrevistada 5).

Todo ello suponía que el alto nivel de desinformación era consustancial al proceso de salida de Cuba, en especial si los trámites se emprendían a nivel individual. Requería, por tanto, una gran inversión en tiempo y un arduo aprendizaje —a través de prueba y error— de los requisitos de la política.

Así, la demora del trámite, la percepción de “una falta de control del tiempo sobre el trámite”, eran una experiencia común entre todos los entrevistados que habían obtenido permisos de salida personales, lo cual generaba además un incremento de la incertidumbre:

El día que le dedicas al trámite es para eso solamente […] encuentras un asiento y puedes estar cinco o seis horas sentada; si tienes mala suerte tienes que sentarte en el contén […] Hay tanto tiempo de espera que oyes a las personas hablar, personas que te sacan conversación, que te preguntan, gente que está en una nube de desinformación […] El espacio es muy reducido, las áreas comunes de espera tienen pocos asientos y el techo es de zinc, que lo que baja es mucho cuando hay sol y, cuando llueve, el agua te llega al tobillo, como me pasó a mí. Claro, nadie se movía, a nadie se le ocurría irse de allí porque moverse de ahí implicaba invertirle, otro día, seis horas más al trámite (Entrevistada 6).

Si las políticas migratorias producían altos costos de información y tiempo, ¿hasta qué punto la tenencia de recursos económicos podía atenuar estos efectos? Como se comentó arriba, la racionalidad económica puesta en marcha alrededor del proceso migratorio pretendía agilizarlo, aunque siguiera supeditado a las demandas de seguridad nacional. En ese contexto, los recursos económicos podían disminuir los tiempos para ciertos trámites, como, por ejemplo, el del pasaporte a través de la Consultoría Jurídica Internacional, a un mayor costo que en las oficinas territoriales de la die. Sin embargo, según la política migratoria seguía respondiendo, en última instancia, a la demanda de supervivencia del orden sociopolítico cubano, la decisión de la salida seguía basándose en este criterio, con lo cual el principio de la seguridad se imponía al de la flexibilidad.

Las tensiones entre la decisión de emigrar y las prescripciones de la política emigratoria suponían “una intensa y fatigosa travesía, que no necesariamente sabes que va a salir bien, solo al final te das cuenta que ha salido bien” (Entrevistado 7).

En ese sentido, el primer elemento común a todos los sujetos entrevistados era la persistencia de la elección. Aunque la salida se dilatara en el tiempo o un proyecto migratorio no se concretara, en la mayoría de los casos, se buscaban alternativas, se hacían y rehacían los caminos que, finalmente, los llevaban a materializar el proyecto, lo cual se encontraba muy relacionado con la obtención de la visa: “Mi primer intento fue en 1993, intento fallido por cierto, era una estafa aquello […] Año 2000, fallido, me negaron la visa de trabajo a Colombia. 2003, dos meses de trámite, pérdida de 15 libras de peso producto del estrés, pero ya estoy aquí [España]. Las libras las recuperé en 10 días, a más de una diaria” (Entrevistado 8).

La variedad de experiencias individuales acompañantes de los procesos migratorios estaban relacionadas cercanamente con la puesta en marcha de tácticas que se constituían en respuestas individuales al marco regulatorio de la migración; eran soluciones a las contingencias y variaban de acuerdo al lugar social que se ocupaba y al capital social con que se contara. [39]En su conjunto, configuraban un repertorio de argucias, ardides e inventivas que modelaban las decisiones y el proyecto migratorio en su conjunto, dando por resultado estrategias migratorias diferenciadas, tal y como lo mostraban las narrativas de los entrevistados.

En ese contexto, la relación estrategias/tácticas permite distinguir dos grandes conjuntos de prácticas ante las restricciones migratorias: las que se fundamentan en el ajuste al marco institucional para concretar el proceso y las que se basan en su transgresión. Mientras las primeras optan por avanzar a través del complejo de procedimientos y organizaciones encargadas del proceso de ejecución de la política, las segundas deciden por la salida irregular, que ha significado abandonar por vía marítima el país, fundamentalmente con destino a eua: “Yo me apunté en cuanto bombo [40]había pero nunca me llegó la salida. Yo quería irme para Estados Unidos […] Y de pronto se aparece esta oportunidad [salida ilegal por vía marítima] con unos parientes y no lo pensé dos veces […] Me dijeron que el viaje duraría muy poco tiempo […]” (Entrevistada 9).

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