3.1.3. Discusión desde Cavarero y Todorov de los planteamientos del Grupo de Memoria Histórica
Víctimas y victimarios, ni santos ni monstruos. El Grupo de Memoria Histórica colombiano ha concentrado todos sus esfuerzos en mostrarnos a las víctimas como sobrevivientes a las atrocidades, y a los actores como sádicos, desalmados, sin humanidad. Pero cabe preguntarse hasta qué punto estos estereotipos son correctos, si verdaderamente las acciones y personajes que las perpetran son monstruos o si, por el contrario, son gente común (Todorov, 1993).
A la luz de lo anterior, creemos que en el caso colombiano se ha evitado la comprensión del victimario, se le ha clasificado siempre como atroz y terrorífico, pero no nos hemos tomado la labor de entender sus motivaciones, el funcionamiento de la moral en sus almas, y en ese punto el Centro de Memoria tiene una profunda deuda con la población. Otro punto por comprender es que la memoria no debe responder a un proyecto político, no se debe concentrar en la reconstrucción de los hechos desde una sola perspectiva y centrar de tal forma toda la responsabilidad en las víctimas, se debe incluir también a las diversas instituciones, los relatos y confesiones de quienes han cometido crímenes, para así poder construir un relato neutral.
Debemos entender que aquellos que nosotros llamamos culpables o perpetradores son, al igual que nosotros, seres humanos, que no existe una línea definitiva que separe el ellos del nosotros y que, por el contrario, se puede visualizar una relación entre ambas partes. Lo anterior puede ejemplificarse, ya que en muchos de los casos los sobrevivientes a los campos de exterminio reconocen en sus agresores humanidad, aceptan sus acciones, comprenden sus sentimientos y se hacen partícipes de su realidad; una vez más, es necesario afirmar que la memoria no solo puede partir de los hechos, sino que, a su vez, requiere una identificación y comprensión de aquellos que en el pasado hicieron daño.
Otro aspecto que se debe mencionar es que los victimarios pueden ser al mismo tiempo víctimas, tal y como lo ilustra el Grupo de Memoria Histórica a través del ejemplo de unas mujeres que vivieron alrededor de diez años a la merced de un grupo rebelde, el Ejército de Resistencia del Señor; estas mujeres fueron obligadas a casarse con comandantes de alto rango y tuvieron que mantener a sus hijos contiguos a las bases del ejército rebelde; tiempo después decidieron escapar y empezar una vida nueva en la ciudad de Gulu, puesto que en sus pueblos de origen fueron estigmatizadas como criminales por haber estado relacionadas con un grupo insurgente. Por lo anterior, podría decirse que Todorov es consecuente con sus palabras al señalar que no se debe tildar a los victimarios como personas violentas, crueles, inhumanas y degradantes.
Las masacres colombianas mencionadas anteriormente describen la definición de horror que Cavarero plantea en su libro Horrorismo. Para Cavarero, el horror tiene que ver con la repulsión que implica el desmembramiento del cuerpo, irrespetando la ontología de este. Los paramilitares, en el caso de Trujillo, reunían grupos de personas para horrorificarlos, pero a una de las personas la aterrorizaban y, posteriormente, la dejaban libre como testigo de lo sucedido. Cavarero diferencia el horror y el terror, de modo que el horror implica congelamiento (no poder huir), mientras que el terror solo implica miedo y la víctima es capaz de huir (Cavarero, 2009). El fin de este tipo de barbaries implica la deshumanización de las víctimas y un ultraje a su dignidad, todo esto como la muestra de la violencia contemporánea que se vive en el conflicto interno.
En el caso de la masacre de El Salado, ocurre algo similar, dado que en este lugar los paramilitares asesinaron de manera brutal a los que ellos pensaban que pertenecían a algún grupo guerrillero sin siquiera saber si la información era verídica, el horror se toma este territorio; según Cavarero, antes de hablar del terrorismo es preciso tener en cuenta la repulsión de los actos cometidos por los paramilitares, por lo tanto, se usa el concepto de horrorismo como reflejo de los actos violentos realizados por los paramilitares, los cuales reflejan la deshumanización de las víctimas por presuntos estigmas que rondaban por la población (Cavarero, 2009).
La masacre de Bojayá ocurrió cuando la guerrilla de las FARC optó por arrebatarle el territorio al grupo paramilitar AUC, el cilindro bomba fue detonado y apuntado a la iglesia principal del pueblo, en donde hubo cientos de muertos y la mayoría de estos quedaron en pedazos, mientras que los sobrevivientes vivían el horror al ver a niños y adultos desmembrados alrededor del recinto sagrado. Las víctimas de esta masacre, en términos de Cavarero, serían denominadas como inermes, ya que la situación vivida durante el horror de la guerra implicó que no tuvieran escapatoria alguna y, por ende, no pudieran defenderse. A su vez, el asesinato sistematizado cometido por los actores armados supone quitarle la dignidad a las personas (Cavarero, 2009).
3.2. Debate historiográfico
La inmensa burocratización de los procesos legales referentes al proceso de memoria histórica no parece asequible a las personas del común, pues en Colombia nos hemos acostumbrado a vivir en una constante búsqueda, donde cada proceso es constantemente remitido y no parece tener fin ni solución, esto para evitar siempre la responsabilidad de los funcionarios. El derecho y la justicia en Colombia han caído en una infinita cadena de trampas y trabas, donde nos vemos en la penosa obligación de darlo todo por la ley, la cual debería estar para facilitarnos y no para impedirnos. Igualmente, vemos cómo la Ley de Justicia y Paz se ha convertido en algo ajeno a la población, lleno de impersonalidades y altas figuras públicas que parecen inalcanzables para las personas humildes, parece que nos encontramos en una lucha individual contra el tiempo, donde nada de lo que hagamos vale, donde solamente gana el más fuerte y las puertas cada día se cierran más; un derecho donde la norma no representa la reparación a víctimas, sino que es una herramienta que se usa para que los actores políticos ganen popularidad.
3.2.1. Mario Aguilera, “Justicia guerrillera y población civil” (en El caleidoscopio de las justicias en Colombia)
Problemas centrales: el análisis de Aguilera pretende hacer visible no solo los fines políticos de las prácticas judiciales de la guerrilla, sino identificar los cambios en sus diferentes modalidades e instrumentos; parte, por lo tanto, de una mirada transversal a diferentes grupos insurgentes, desde sus orígenes hasta su actualidad, estableciendo puntos comunes y diferencias con relación a las prácticas judiciales que ejercen con respecto a la población civil. Busca mostrar el surgimiento de varias prácticas justicieras y su relación con la formación, influencia e ideología del grupo que las propugna, reafirmando de paso la existencia de una indisoluble conexión entre justicia y estrategia política guerrillera (Aguilera, 2000).
3.2.1.1. Tipos de justicias guerrilleras
La justicia ejemplarizante: los orígenes de la insurgencia se materializan entre 1964 y 1976. Los grupos guerrilleros anhelaban ganarse la voluntad de los campesinos, para así lograr asegurar su supervivencia y su expansión, no obstante, ante las decisiones apresuradas de dichos grupos por posicionarse y obtener una clara identidad, optaron por establecer una práctica judicial, la cual se fundamentó en la idea de utilizar la pena de muerte frente a los sujetos que pusieran en riesgo la integridad de los grupos guerrilleros y la seguridad de las zonas rurales campesinas, a estos sujetos se les denominó “chivos expiatorios” (Aguilera, 2000).
La justicia retaliadora: este tipo de justicia se estableció durante la crisis y reconstrucción de las guerrillas colombianas, es decir, entre 1976 y 1985, y fue influenciada por los movimientos revolucionarios de Uruguay y Argentina, los cuales se fundamentaron en una lucha en contra del Estado burgués y en un medio de defensa para el pueblo. La adopción del sistema de dichos países en Colombia permitió que las organizaciones guerrilleras se distanciaran de los partidos tradicionales y conformarán una verdadera y estable identidad, la cual estuvo en vía de extinción al mismo tiempo que se desarrolló paralelamente el surgimiento de movimientos de izquierda; unos de ellos fueron el M-19, la Autodefensa Obrera y el Quintín Lame; se podría asegurar que de todos estos grupos el que tuvo mayor relevancia fue el M-19, ya que se dedicó a la ampliación de la democracia, al uso de la propaganda, y recurrieron a realizar ciertas actuaciones como la toma de la Embajada de la República Dominicana (Aguilera, 2000).
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