Es un hecho innegable que Colón halló el Nuevo Mundo, y para Carpentier eso es lo que cuenta, pero en general Blasco Ibáñez trata de restarle importancia. Por eso escribe que “Sin Colón sólo se hubiese retardado el descubrimiento de la actual América unos pocos años”, debido a que “La navegación hasta el cabo de Buena Esperanza hacía inevitable el encuentro casual del Nuevo Mundo un día u otro” y la prueba es que “Seis años después del primer viaje de Colón, el portugués Cabral, que navegaba hacia el Asia, empujado por los vientos fue a dar sin saberlo con la costa de Brasil” (328). Es claro que Blasco Ibáñez polemiza con quienes han presentado a Colón como “un genio superior a todos sus contemporáneos” o “un ser providencial, poseedor de un secreto sólo conocido por él, hasta el punto que de haber muerto ningún otro hombre habría podido realizar su obra” (133); por eso recuerda que “no se vio aislado en medio de una ignorancia y torpeza generales”, sino que “tuvo que agitarse y mostrar impaciencia para que otros no se le adelantasen” (133-134). Sobretodo “Tenía miedo de que se le anticipasen los portugueses, que ya habían atravesado una gran parte del Atlántico en expediciones clandestinas” (133).
Alejo Carpentier admite todo esto cuando hace recordar a Colón:
cualquier noticia que me llegaba de navegaciones portuguesas, me tenía en sobresalto. De día, de noche, vivía en el temor de que me robasen el mar —mi mar— como temblaba ante posibles ladrones el avaro de la sátira latina. Este océano que contemplaba desde las empinadas costas de Porto Santo era de mi propiedad, y cada semana que pasara aumentaba el peligro de que me fuese hurtado (82).
Además, admite que no era Colón muy buen navegante y que ya en el primer viaje algunos marineros comenzaban a propalar que no sabía valerse del astrolabio y que de nada le servía el mapa de Toscanelli que llevaba en su cámara porque “era incapaz de entender las matemáticas del engreído magister” (99); incluso reconoce que en el viaje de regreso estuvieron a punto de naufragar durante una tormenta porque “había olvidado lastrar las naves de modo conveniente, sin pensar que ahora volvían vacíos los toneles que, en el viaje de ida, contuvieron la cecina, la salmuera, la harina, los vinos, de mucho tiempo comidos y bebidos” (129).7 Sin embargo, Carpentier sólo quiere mostrarnos a Colón como un hombre de carne y hueso, mientras que Blasco Ibáñez pretende quitarle méritos y darle más importancia a los españoles que patrocinaron la expedición y participaron en ella. Por eso no es extraño que sus versiones se opongan en varios puntos.
En el mismo capítulo en que se cuenta “cómo las carabelas fueron pasando entre islas que no han existido nunca”, Blasco Ibáñez relata “cómo [Colón] se vio próximo a morir en una terrible sublevación de sus marineros, inventada muchos años después” (178). De acuerdo con él, hubo “muchas murmuraciones, pero todas en voz baja” y debidas a que la tripulación no sentía el menor afecto por “un capitán que sólo habían conocido el primer día de la navegación” y que además de ser extranjero actuaba como “un aficionado”, pues en las naves mandadas por los Pinzones, “la gente marinera, toda de Palos y de Moguer, se mantenía tranquila, sin desconfiar de la pericia de sus capitanes” (188). Esas murmuraciones permitieron que los panegiristas del genovés “inventasen una terrible conspiración y un ruidoso motín en el cual los marineros amenazaron de muerte a su jefe con las armas en la mano, y éste les pidió un plazo de tres días, lo mismo que un personaje de ópera, para descubrir tierra” (188-189). Por el contrario, Paul Claudel presenta el motín en una escena culminante en la que Colón se enfrenta soberbio a los tripulantes y se burla de sus temores. Alejo Carpentier se apega a la leyenda y conserva el episodio, pero en El arpa y la sombra el genovés se muestra conciliador y procura calmar a los descontentos:
bajo la mirada socarrona del Martín Alonso —cada día me gusta menos que me decía: “cuélguelos”… “cuélguelos”, a sabiendas de que si me resolvía a ordenar que ahorcaran a alguno, nadie me hubiera obedecido —y menos los malditos gallegos y vizcaínos que para desgracia mía llevaba conmigo— perdiendo yo, al punto, toda autoridad de mando y vergüenza (y esto era, acaso, lo que quería el Martín Alonso… (101).
De nuevo, el mito es explicado de manera materialista.8
De acuerdo con Blasco Ibáñez, de las tres naves del primer viaje únicamente la Pinta y la Niña eran carabelas, porque Colón, “como capitán general de la armada, quería mandar un buque mayor que el de los otros, y había puesto sus ojos en la Marigalante, única nao de más de cien toneladas que estaba en el puerto” (140). Martín Alonso “era partidario de la carabela para las exploraciones, a causa de su rapidez en la marcha y de las facilidades con que se maniobraba su velamen. El peligro de esta excesiva ligereza, que le quitaba estabilidad, era poca cosa para marinos expertos como él” (140). Sin embargo, Colón se empeñó en llevar una nave más grande por vanidad y convenció al vizcaíno Juan de la Cosa de que prestara o alquilara la Marigalante y se enganchara como maestre. De esta forma, Blasco Ibáñez culpa a Colón del naufragio de la nave rebautizada Santa María, que encalló en la costa norte de La Española, obligándolo a dejar un grupo de hombres en el llamado Fuerte de Navidad, todos los cuales perecieron posteriormente a manos de los nativos. Hay que decir que Colón había culpado a los marineros de su nave de aquel desastre, primero porque contraviniendo una disposición suya, el guardia se fue a dormir y le dejó el timón a un grumete, y luego porque al percatarse de que la nave había encallado la tripulación se apresuró a huir en vez de obedecerlo; Blasco Ibáñez los defiende, argumentando que Colón consignó en su diario “todo lo que pasaba por su imaginación excitadísima en aquel momento” (268) y llamó cobarde a Juan de la Cosa, de quien “es lógico suponer que si se apresuró a ir en el batel a reclamar el auxilio de la Niña, fue por darse cuenta de que este accidente no tenía remedio” (268). De cualquier modo, hubo desobediencia. Además, una flota estaba mejor integrada por una nave y dos carabelas, pues con embarcaciones diferentes y complementarias aumentaban las posibilidades de sobrevivir y volver, de modo que aun en caso de que Colón haya decidido llevar una nave de mayores dimensiones, esto no puede atribuirse a simple vanidad, y lo más probable es que no haya habido otra a la mano.9
Desde luego, Blasco Ibáñez no sólo defiende a los españoles de las acusaciones de Colón y sus panegiristas. De acuerdo con él, Martín Alonso había obtenido en Roma un mapa en el que aparecía Cipango y estaba por organizar un viaje a Oriente cuando la reina decidió apoyar al genovés; éste lo convenció de que lo acompañara a cambio de “la mitad de todo el interés y de la honra y provecho que de ello se hubiese” (136); por eso Martín Alonso Pinzón aportó medio millón de maravedíes a la empresa. En esta forma, Blasco Ibáñez se coloca decididamente de parte de los Pinzón y recoge las declaraciones de sus partidarios en los llamados pleitos de Colón; lo hace para mostrar que la expedición, “que los reyes sólo habían costeado en parte, resultaba en el último momento una empresa popular” (144). La verdad es que la reina ordenó a los marineros de Palos que pusieran a la disposición de Colón dos carabelas con sus tripulaciones, a lo cual estaban obligados como castigo por una revuelta, pero éstos se mostraron renuentes, y es posible que Colón haya necesitado el respaldo de los Pinzón, que eran una familia de prestigio en el lugar, pero su ayuda se ha exagerado. Alejo Carpentier rechaza por completo las pretensiones de los pinzonistas. Blasco Ibáñez se refiere en tres capítulos a los preparativos de la expedición, pero para Carpentier una vez obtenido el apoyo de la reina, sólo quedaban algunos detalles que arreglar en los que no vale la pena detenerse. Así como en su novela ni siquiera se menciona el naufragio de la Santa María y la masacre del Fuerte de Navidad, también se omite todo lo que ocurrió entre el momento en que la reina decide patrocinar el viaje y la partida de la flota y en esa forma se le niega toda importancia.10
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