Gandía, Enrique de. Historia de Cristóbal Colón: Análisis crítico de las fuentes documentales y de los problemas colombinos, México, Editora Latino Americana, 1953.
Gerbi, Antonello. La naturaleza de las Indias nuevas, de Cristóbal Colón a Fernández de Oviedo, trad. de A. Alatorre, México, Fondo de Cultura Económica, 1978.
Heers, Jacques. Christophe Colomb, París, Hachette, 1981.
Leante, César. “Confesiones sencillas de un escritor barroco”, en Homenaje a Alejo Carpentier: Variaciones interpretativas en torno a su obra, ed. de Helmy Giacoman, Nueva York, Las Américas, 1970.
Madariaga, Salvador de. Vida del muy magnífico señor don Cristóbal Colón, 3a. ed., Buenos Aires-Sudamericana, 1944.
Menéndez Pidal, Marcelino. La lengua de Cristóbal Colón, 5a. ed., Madrid, Espasa-Calpe, col. Austral núm. 280, 1960.
Morison, Samuel Eliot. Admiral of the Ocean Sea, Boston, Little Brown and Company, 1942.
Wassermann, Jacob. Cristóbal Colón, el Quijote del océano, 5a. ed., Buenos Aires, Losada, 1958.
1“Le livre de Christophe Colomb” en Théatre, Bibliothèque de la Pléiade núm. 73, París-Gallimard, 1965, ii, 149-156 y 1139-1141.
2Véase “Colón y los vikingos”, de Arturo Arnaiz y Freg, una conferencia de 1965 publicada en Diorama (suplemento cultural del periódico Excélsior) el 31 de agosto y el 7 de septiembre de 1980.
3Así lo dice Jacques Heers. Christophe Colomb (París, Hachette, 1981), 25, pero en su bibliografía no figura ningún escrito de Vignaud publicado en 1913 y tampoco ningún trabajo de Nowell; sin embargo, Gandía menciona “Columbus, a Spaniard and a Jew” de Vignaud, publicado en la American Histórical Review, 18 (1913), núm. 3, así como “The Columbus Question”, de Nowell, publicado en la misma ahr, núm. 44 (1939), 802-822.
4De esta comedia se conserva una escena en las Gesammelte Werke (Reinbeck, 1972) de Kurt Tucholsky, que la escribió con Walter Hasenclever, además la describe Ernest Wetzel en Der Kolumbus-Stojff im deutschen Geistesleben (Breslau: 1935), 84-85, y la considera bastante mala.
5La descripción de la reina coincide con la de Hernando del Pulgar en Claros varones de Castillia, (Buenos Aires, Espasa-Calpe, colección Austral núm. 832, 1948), 135 y 136; la de Colón con la de su hijo Fernando, pero el genovés parece aquí mucho menos claro de piel, pues Carpentier no dice que tuviera “la color blanca y encendida”, sino que más bien lo presenta bronceado.
6Menéndez Pidal escribe que el cronista Alonso de Patencia “va recogiendo noticias de cómo aquí y allá las gentes murmuraban porque la voluntad del rey se supeditaba a la de la reina”, y anota que “el viajero Nicolau Von Poppelau, que en 1484 vio a los Reyes en Sevilla, pudo percibir cómo el rey no hacía nada sin consentimiento de la reina, no sellaba sus propias cartas sin que la reina las leyese, y si la reina desaprobaba alguna, el secretario la rasgaba en presencia del mismo rey; observaba también este viajero que las órdenes del rey, aun en Aragón o en Cataluña, no eran tenidas en mucho, pero todos temblaban al nombre de la reina”. Además, recuerda que Lucio Marineo Sículo había dicho que “tametsi multorum iudicio forma Regina pulchrior ingenio acutior animo splendidior et decoro gravior habebatur”, es decir, que “a juicio de muchos la reina era de aspecto más majestuoso, de ingenio más vivo, de alma más grande y de conducta más grave”, según traduce en una parte, pues en otra escribe simplemente que “a juicio de muchos, la reina era de ingenio más vivo, de corazón más grande y de mayor gravedad”. No hay duda de que Carpentier se basa en Menéndez Pidal y sólo modifica su traducción. Los Reyes Católicos y otros estudios (Buenos Aires, Espasa-Calpe, colección Austral núm. 1268, 1962), 31-32 y 62.
7Acerca de la navegación en esa época lo mejor es leer los capítulos ix, x, xi, xii, xiii, xiv y xv de Morison, sobre todo el xiii titulado “How Columbus navigated”.
8Wassermann escribe que “La dramática escena en la que la chusma alborotada otorga a Colón un plazo de tres días para descubrir tierra, sentenciándolo a muerte en caso de que fracase, este toque de folletín se remonta a Oviedo, compilador sin crítica de datos inseguros. Por muy escépticos que seamos respecto a las demás noticias suministradas por el almirante, podemos en este caso aceptar confiadamente su testimonio de que el motín no pasó a mayores; si los sublevados hubieran cometido semejantes excesos, de seguro no habría desperdiciado la ocasión de contárnoslo con la difusión y pompa que reserva para semejantes momentos; habría sido una oportunidad para tejerse una corona de laurel y alardear de la fuerza superior de su espíritu. No obstante habla de continuo únicamente de impaciencias pasajeras de la marinería, del desaliento que asoma para desaparecer de nuevo, de inquietud, de ahogo, hasta de insubordinación; de motines y excesos, ni una palabra. El día en que se supone que estalló el motín, el 1° de octubre, escribe: Aquí la gente ya no lo podía sufrir, quejábanse del largo viaje, el almirante se esforzó lo mejor que pudo, dándoles buena esperanza de los provechos que podían haber. Y añadía que por demás era quejarse inútilmente, puesto que él había venido a las Indias y que así habría de proseguir hasta hallarlas, con la ayuda de nuestro Señor” (61-62).
9De acuerdo con la relación del primer viaje compendiada por el padre Las Casas, “el marinero que gobernaba la nao acordó irse a dormir y dejó el gobernario a un mozo grumete, lo que mucho siempre había el almirante prohibido en todo el viaje, que hubiese viento o que hubiese calma”; en cuanto a Juan de la Cosa, asegura que “díjoles el almirante a él y a los otros que halasen el baten que traían por pora, y él con muchos otros saltaron en el batel, y pensaba el almirante que hacían lo que les había mandado [pero] no curaron sino de huir a la carabela que estaba barlovento media legua. La carabela no los quiso recibir haciéndolo virtuosamente y por esto volvieron a la nao; pero primero fue a ello la barca de la carabela”. Los cuatro viajes del Almirante y su testamento, de Ignacio B. Anzoátegui (Madrid, Espasa-Calpe, 6a. ed., 1977, colección Austral núm. 633, 107-108).
10Morison reconoce la importancia de los Pinzones, pero señala que “ningún documento contemporáneo les concede un papel privilegiado en la Gran Empresa”, y que “nada demuestra que hayan influido más o prestado mayor ayuda que otra familia de navegantes de la región de Niebla, los Niños, cuya condición económica y social en el cercano pueblo de Moguer era análoga a la de los Pinzones de Palos”. Recuerda que además de Juan, propietario y maestre de la Niña, y de Peralonso, piloto de la Santa María y luego piloto mayor de Castilla, que participaron en el primer viaje, Francisco fue Piloto de la Niña en el segundo viaje y compañero de Colón en el cuarto; por si fuera poco, estos Niños estaban emparentados con los Quintero de Moguer que también prestaron importantes servicios al almirante, pues Cristóbal era propietario de la Pinta y fue maestre del barco insignia en el tercer viaje, mientras que su hermano Juan es el único hombre que acompañó a Colón en sus cuatro viajes. De acuerdo con Morison, en estos hombres “reconoce uno ese tipo de marinero leal y competente, cuya labor es esencial para el éxito de cualquier viaje; hombres que nunca piden más que sus raciones, y que nunca murmuran a espaldas de su capitán”, sólo que “como nunca trataron de empañar la fama de Colón ni se volvieron los hijos predilectos de ninguna superchería patriotera, son menos conocidos que los Pinzones” (139-140).
11Guillermo Sheridan y Armando Pereira, “García Márquez en México” (entrevista) en Revista de la Universidad de México, 30, núm. 6 (febrero 1976).
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