Juan José Álvarez Carro - El fuego y el combustible

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En el año 2003, con la guerra de Irak a punto de iniciarse, el teniente Jabo Azpilcueta debe viajar a Málaga desde la Sección Fiscal de la Guardia Civil en Bilbao, para poner en marcha la Operación Virila .En pleno comienzo, el azar le conecta caprichosamente con acontecimientos de su infancia y con las razones de su ingreso en el Cuerpo. La Operación Virila es el detonante de la vida de Azpilcueta en la ciudad de Antequera y supone el prólogo a las aventuras narradas ya en 
Antequera Blues Express .Arte, Eric el Belga y la lucha antiterrorista de fondo desencadenan la que será una nueva vida del guardia civil vasco en la ciudad, la hermosa Atenas andaluza .

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EL FUEGO Y EL COMBUSTIBLE

JUANJO ÁLVAREZ CARRO EL FUEGO Y EL COMBUSTIBLE Un preludio para Antequera Blues - фото 1

JUANJO ÁLVAREZ CARRO

EL FUEGO Y EL COMBUSTIBLE

Un preludio para Antequera Blues

EXLIBRIC

ANTEQUERA 2019

EL FUEGO Y EL COMBUSTIBLE

© Juanjo Álvarez Carro

© de la imagen de cubiertas: Juanjo Álvarez Carro

Diseño de portada: Dpto. de Diseño Gráfico Exlibric

Iª edición

© ExLibric, 2019.

Editado por: ExLibric

c/ Cueva de Viera, 2, Local 3

Centro Negocios CADI

29200 Antequera (Málaga)

Teléfono: 952 70 60 04

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artística o científica.

ISBN: 978-84-17845-11-7

Nota de la editorial: ExLibric pertenece a Innovación y Cualificación S. L.

JUANJO ÁLVAREZ CARRO

EL FUEGO Y EL COMBUSTIBLE

Un preludio para Antequera Blues

A Pilar, que lo es en mi vida. A Laura, Pablo y Joaquín.

A quienes creen vivir con un hilo corto.

A Antequera.

Todas las horas, todos los besos,

cada recuerdo que fuimos echando en el fuego

un día tal vez darán calor.

Y más allá del espectro visible, habremos

sido el fuego y el combustible.

Jorge Drexler

La vida es encontrar un deber. Uno personal, que tú te creas y descubras por ti mismo y no el que otro quiera ponerte. Y a ese deber dárselo todo, pase lo que pase: te festejen o te maldigan, ganes o pierdas, cuando te

recompense o sea tu cruz.

Lejos del corazón. Lorenzo Silva

PRÓLOGO

Dicen que un escritor es lo que ha leído más lo que ha vivido junto a lo que ha inventado.

Desde muy crío me ha gustado leer. Pero, a ciertas edades, no siempre se tiene independencia para elegir lo que se lee. Por eso, quien se atreva a recomendar lecturas a un niño ha de tener cuidado con lo que hace.

Recuerdo mis primeras lecturas con Pinocho, de Carlo Collodi. Yo debía de estar en primero de primaria y a mi tío Pepe, profesor de una escuela mercantil, se le ocurrió aconsejarme la versión original, ni más ni menos, que yo disfrutaría con provecho dada mi inclinación a la lectura. Se me hizo largo —muy largo— ese relato.

Igualmente, después vino Edmondo de Amicis con Corazón y De los Apeninos a los Andes, relato en el que se basó la serie japonesa de Marco. De esos conservo una huella profunda: me hicieron consciente de la importancia de la amistad, la nobleza y los valores familiares, pero también me adentraron en las asperezas de la emigración, tan dura en origen como luego en destino. Así que, como ven, lo responsabilizo a él, a mi tío Pepe, tan de derechas él, de que le saliera este sobrino tan de… Pongan ustedes en ese espacio vacío lo que quieran, porque lo anterior seguirá siendo totalmente verdad.

Nacido en plena Guerra Fría, todo aquello que leí vino a sumarse a lo que viví. El cine de entonces tiene una temática casi exclusiva. Fuera el género el que fuera, todo desembocaba siempre en la lucha por la defensa de los valores de la sociedad occidental. Los japoneses y los chinos eran los malos, se los mirara como se los mirara. Qué decir de los nazis y luego los comunistas, entre quienes la fidelidad se imponía por ley y la disidencia conducía al desastre. Pero en nuestras sociedades democráticas, tanto si lo eran de forma sana o solo en apariencia, podían existir los disidentes, a quienes se toleraba un cierto grado de descreimiento, precisamente por lo descrito de los otros sistemas, con tal de que, a la hora de la verdad, no tuvieran dudas. Todos los héroes del momento —excepto los superhéroes de cómic, claro— eran disidentes intelectuales del régimen y, en la hora crítica, los únicos valores por los que se sacrificaban eran la dignidad, la fidelidad a sus principios y la honestidad. Recuerden los memorables papeles de Bogart, Mitchum o Peck interpretando a Marlowe, Sam Spade u otros en las junglas urbanas de la posguerra, con la conciencia todavía rota por sus acciones durante el segundo de los conflictos mundiales.

A eso hay que añadir la parte más moderna de la Guerra Fría, la tecnología. No les voy a hablar de la fascinación que ejercía un personaje como James Bond, nacido para colmo en la cuna de los espías, Gran Bretaña, sobre la mente hambrienta de historias de un crío en una ciudad pequeña del interior de Argentina, ciudad que, por cierto, había sido cuna y refugio de importantes activistas de la subversión guerrillera de los terribles setenta en aquellos lares.

No es extraño, como comprenderán, que todos los héroes que han andado por este ordenador sean militares, es decir, humanos hasta lo más elemental pero conscientes de que, por eso precisamente, hemos de vivir con valores mínimos autoimpuestos si no queremos que brote el mamífero cabrón que llevamos dentro. Amistad, fidelidad, la palabra dada como obligación moral.

Hablando de tecnología, recuerden quienes puedan a mi adorado Capitán Escarlata, serie británica de muñecos movidos por hilos. Les juro que sigo viendo los capítulos de los años sesenta por internet con el mismo deleite que tenía a los nueve años. Captain Scarlet vivía atado a unos hilos muy cortos. Literalmente.

Hoy en día me dedico a la enseñanza, así que soy consciente —como imaginan— de la responsabilidad con que manejo esos viejos valores. Por eso, algunos me dicen que escriba sobre cosas más próximas a la educación. Les pido siempre disculpas porque la narrativa tiene para mí ese componente de aventura, riesgo y lucha irrenunciable contra enemigos, de los reales y de los que lo son menos, pero presentes y necesarios. Si no, imagínense al primero que contó una historia al público junto al fuego en la caverna. Seguro que eran historias de osos o leones, o de la tribu del otro lado del río. De ahí la palabra rival.

Y ocurrió. En esta historia hay mucho de docencia.

En cualquier caso, les quiero contar de antemano que esta vez sí que me ha salido una historia bastante más cercana a nuestro mundo, el de la ciudad que me verá morir, y también cercana a lo que hago como profesor desde hace ya tres décadas.

Como niño recibí el empujón, la mano guiadora de alguien que quiso ser causa y efecto. El problema radica en entender que primero somos efecto y luego nos volvemos la causa para producir efecto en el siguiente. Somos de pequeños la llama hermosa del fuego, para ir aprendiendo poco a poco que luego, inevitablemente, tendremos que ser el combustible. Que siempre será así. Que, como canta Jorge Drexler, más allá del espectro visible, a lo largo de nuestra vida habremos sido tanto el fuego como el combustible.

El combustible del que está hecha esta historia se llama Emily Brontë, William Faulkner, García Márquez, Jorge Luis Borges, Edgar Allan Poe, Julio Verne, Emilio Salgari, Sven Hassel, Julio Cortázar, Joseph Conrad, Rodolfo Walsh, Hergé, Stan Lee, Hugo Pratt, las hermanas Giussani y, por supuesto, Arturo Pérez-Reverte y Lorenzo Silva, junto a sus colegas británicos John Le Carré y Frederick Forsyth.

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