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Sinopsis Sinopsis La historia de Pájaro y el niño que no crecía - La vida de Pájaro, un joven auditor en Madrid, da un vuelco de ciento ochenta grados cuando un día regresa a casa y comprueba que su novia lo ha abandonado dejando únicamente una carta de despedida que él no quiere leer. Este suceso coincide con un encuentro casual en una librería con una animosa chica que tiene el pelo de color azul. Llevado por los acontecimientos, decide dejar su vida para encaminarse a un lugar que aún no conoce, en la sierra de Huelva, en busca de un lobo que se le aparece en sueños y que, él cree, posee la clave de su identidad desvanecida. La historia de Pájaro y el niño que no crecía es un periplo existencial revestido de un onirismo tangible, denso y próximo que posee el eco inconfundible de los relatos de Haruki Murakami.
La historia de Pájaro y el niño que no crecía
PRIMERA PARTE PRIMERA PARTE
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SEGUNDA PARTE
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TERCERA PARTE
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NOTA DEL AUTOR
Datos de autor
La historia de Pájaro y el niño que no crecía -La vida de Pájaro, un joven auditor en Madrid, da un vuelco de ciento ochenta grados cuando un día regresa a casa y comprueba que su novia lo ha abandonado dejando únicamente una carta de despedida que él no quiere leer. Este suceso coincide con un encuentro casual en una librería con una animosa chica que tiene el pelo de color azul. Llevado por los acontecimientos, decide dejar su vida para encaminarse a un lugar que aún no conoce, en la sierra de Huelva, en busca de un lobo que se le aparece en sueños y que, él cree, posee la clave de su identidad desvanecida. La historia de Pájaro y el niño que no crecía es un periplo existencial revestido de un onirismo tangible, denso y próximo que posee el eco inconfundible de los relatos de Haruki Murakami.
La historia de Pájaro y el niño que no crecía
© 2022, José María Gentil
© 2022 , La Equilibrista
info@laequilibrista.es
www.laequilibrista.es
Primera edición: 2022
Maquetación: La Equilibrista
Imprime: Ulzama Digital
ISBN: 9788419126061
ISBN Ebook: 9788419126078
Depósito legal: T 59-2022
Queda prohibida la reproducción total o parcial de cualquier parte de este libro, incluido el diseño de cubierta, así como su almacenamiento, transmisión o tratamiento por ningún medio sea electrónico, mecánico, químico, óptico, de grabación o de fotocopia, sin el permiso previo por escrito de: NOCTIVORA, S.L.
Well, I am the boy who cried wolf
And I know I’ve lied in the past
But last night I saw his yellow eyes shining in the dark
Yeah, I know I spun tales with this voice
And I open my mouth too fast
But last night I saw his footprints in the path.
Passenger, «The boy who cried Wolf»
PRIMERA PARTE
Cuando cae el sol y suena el estruendo de los pájaros, de esos miles de gorriones que buscan un sitio para dormir en la enredadera, yo siempre me quedo mirándolos, y aunque a veces María Luisa cree que los admiro, en realidad pienso que son tontos. Parece que cada día todos han olvidado el hueco en que pasaron la noche anterior, y entonces tienen que volver a buscarlo, y basta con que unos cuantos (unos cuantos, que son cientos) se equivoquen y utilicen la madriguera de otro, para que estos a su vez, despistados, se metan en otra que no es suya, y que a veces ya está ocupada, y una y otra tarde se monta tal escandalera que a veces no se oye ni la campana llamando a misa.
Esa hora raramente tiene otras distracciones. Algún día viene Ramón a hacer una visita, o tía Lola se para a saludar mientras sube para la iglesia. Solo quieren hablar con María Luisa, pero yo me siento también en una sillita verde en el patio y los escucho, o en ocasiones hago como que los escucho mientras pienso en mis cosas. Luego recojo jazmines antes de que oscurezca y los dejo en el aparador, delante de la foto de papá y mamá, y a veces aún me doy un paseo por el pueblo ya de noche cerrada. La gente saca las sillas a la calle en verano y todos me saludan, y algunos me invitan a unirme a sus corrillos, y a veces entonces lo hago y también los escucho o finjo que los escucho.
Por las mañanas me gusta ir a la huerta, pero antes siempre repaso las trampas que haya puesto a los pájaros el día anterior. María Luisa se despierta más tarde que yo, así que mis ocupaciones de primera hora la dejan descansar todavía un rato. Como digo, repaso las trampas y unos días han caído algunos gorriones y otros, ninguno; yo los recojo uno a uno y los guardo en la percha, para luego llevarlos a la nevera y así hasta que juntemos unos cuantos para comerlos, casi siempre en domingo.
Algún día, no sé por qué, siento lástima de los pájaros: se me hace como un nudo en la garganta al verlos con las plumitas mojadas por el relente y los ojos cerrados. En los cepitos de alambre parece que estén dormidos. Pero cuando los libero no se despiertan ni echan a volar; permanecen inmóviles, tan quietos que dan miedo. Esos días, que suelen coincidir con los que no hay luna, guardo las trampas en mi caseta y las dejo estar por un tiempo.
En la huerta, lo que más me gusta es regar, pero eso lo tengo que dejar para la tarde, porque si no, las tomateras sufren mucho el calor. Es como si se acostumbrasen enseguida al agua cuando se la das, y que se les seque tan rápido con el sol pegando les duele. En cambio, si no las riegas hasta última hora, echan tan tranquilas el día entero. Nunca he hablado con una, pero estas cosas me hacen pensar que son incluso más tontas que los pájaros. Por la mañana entonces recojo tomates y pimientos, y, según me haya pedido María Luisa, algunas cebollas o berenjenas, que aguantan más en la mata y las puedes sacar el día que quieras.
Allí en la huerta puedo parar de trabajar cuando me apetece; nadie me mira ni me controla. Entonces a veces me siento en el suelo a pensar en mis cosas; cierro los ojos y me obligo a pensar en algo, por ejemplo en un burro, y luego a lo mejor lo convierto en un tigre como los que he visto en los libros, o en un perro de rehala, o en un gato (que me sale, casi siempre, atigrado y anaranjado, como el de la selva). Otros días digo: ahora voy a hablar con papá, y lo imagino allí mismo, en la puerta de la caseta, y hablamos de las plantas y de los animales, y me vuelve a decir las mismas cosas, que este año el pulgón está acabando con todo, o que a ver si el pozo no se seca con tanto tiempo sin lluvia; me pregunta por María Luisa, me recuerda que el limonero hay que podarlo, me dice que no me olvide de rezar por las noches, me da las gracias por los jazmines. Abro los ojos y en la caseta no hay nadie, y recojo los tomates y los pimientos, y a veces las cebollas y las berenjenas, y me voy a casa.
El primer jueves de junio, Pájaro volvió a su piso y lo encontró vacío de la mitad de cosas. De esa mitad de cosas que eran de Lucía. Por supuesto, tampoco estaba Lucía. Sin que él lo supiera, acababa de empezar la fase de demolición.
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