Luigi Garofalo - Lo jurídico como categoría del espíritu.

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En el estudio de Luigi Garofalo se reconstruye y analiza a fondo el pensamiento, en particular jurídico, de Nicolás Gómez Dávila, que, al concepto de derecho, a la noción de justicia y a la institución del Estado dedico un denso y penetrante trabajo, titulado De iure (redactado en torno a 1970 y
publicado en 1988 en Bogotá), junto a tantas de sus breves y agudas reflexiones recogidas sobre todo en los Cinco volúmenes de Escolios (editados también en Bogotá entre 1977 y 1992), los cuales han despertado gran interés por parte de varios filósofos europeos, especialmente alemanes e italianos, comenzando por Franco Volpi.

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En lugar de reprimir el deseo, como acaso se esperaría, el colombiano lo vivía, convencido de que es mejor no ser nunca nadie, no ser nunca nada que matarlo o extinguirlo 363, tanto más cuanto también el deseo puede fecundar ideas 364, las cuales –determinantes para el estilo 365– siempre “parecen productos de repentinos desequilibrios del cerebro”, diligente en volver “a su estólida estabilidad” 366. Y lo mucho que el tener ideas, obviamente entendidas como buenas ideas –para manejarlas, por otro lado, “con elegancia hereditaria” y no “con torpeza de nuevo rico” 367–, contaba para él, representante de la aristocracia de la inteligencia 368o, con mayor adherencia a sus palabras, ciudadano de su reino 369, se desprende de no pocos pensamientos confiados a los Escolios , entre los cuales los siguientes, traspasados por una cierta arrogancia mezclada con irrisión intempestiva: “las ideas tiranizan al que tiene pocas” 370; “las ideas tontas son inmortales. Cada nueva generación las inventa nuevamente” 371; “la idea confusa atrae al tonto como al insecto la llama” 372; “el tonto llama ambiguas las ideas expresadas con alguna delicadeza” y además “no se inquieta cuando le dicen que sus ideas son falsas, sino cuando le sugieren que pasaron de moda” 373; “las ideas son alimañas fabulosas que devoran a los tontos. Los tontos las alimentan y las envenenan” 374; “en la carroña de la idea proliferan larvas de imbéciles” 375; “para que la idea más sutil se vuelva tonta, no es necesario que un tonto la exponga, basta que la escuche” 376; “para castigar una idea los dioses la condenan a entusiasmar al tonto” 377; “el hecho clave de este siglo es la explosión demográfica de las ideas bobas” 378; “después de hospedarse en una mente norteamericana las ideas quedan sabiendo a Coca-Cola” 379; “los prejuicios protegen de las ideas estúpidas” 380; “desconfío de toda idea que no parezca obsoleta o grotesca a mis contemporáneos” 381; “el que inventa una idea le atribuye menos importancia que el que la compra” 382; “nadie se apropia de una idea superior a la que puede inventar. Quien cree adueñarse de una idea porque usurpa un vocabulario se parece al que se cree noble porque compra un título” 383; “las ideas sencillas sólo seducen a las inteligencias complejas” 384; “las grandes inteligencias exhiben ideas de mármol que el vulgo intelectual copia en yeso” 385; “independientemente de su posible elegancia verbal, la filosofía puede tener una elegancia intelectual que depende de la sintaxis elegante de la idea” 386.

Firme en su convicción de que erotismo, sensualidad y amor –representado como “acto que transforma su objeto de cosa en persona” 387, “adhesión del espíritu a otro cuerpo desnudo” 388, percepción de la “presión del cuerpo ausente contra el nuestro” 389, comprensión de la “razón que tuvo Dios para crear a lo que amamos” 390, lugar donde “el misterio se disuelve” 391– deben converger en la misma persona para no aparecer como enfermedades, vicios o estupideces 392, Gómez Dávila no cedía sin embargo al instinto grosero, a aquella sexualidad exasperada que “no resuelve ni los problemas sexuales” 393: esta, además, se le presentaba como “el refugio del hombre desposeído de Dios, el último recinto donde su desesperación se encara contra la divinidad que lo abandona” 394. Y de la misma obra de Sade, “apéndices clandestinos de la Encyclopédie ” 395, tenía este insólito juicio, que armoniza sin embargo con su horizonte intelectual: “es la única tentativa coherente de construir un universo rígidamente vacío de las tres Virtudes Teologales” 396.

Apreciaba la castidad practicada por el hombre salido de la juventud con base en una elección propia, considerando, por otra parte, que tiene que ver no tanto con la moral como con el “buen gusto” 397. Pero no por ello juzgaba los años de la lozanía superiores sin más a los de la madurez y los de la vejez. Más bien ironizaba sobre ellos: por ejemplo, diciendo que existen las “ideas de leche”, destinadas a cambiar con el paso del tiempo 398; o que “las opiniones filosóficas del joven sólo pueden interesar a su madrecita” 399. Paralelamente, pensaba que en presencia de la inteligencia, dote capaz de conservarse a lo largo del tiempo, la vejez no es en absoluto “siniestra” 400. Y sugería incluso confiar el gobierno a los ancianos, definidos burlonamente como “jóvenes decrépitos” 401, “no porque la incapacidad no crezca con los años, sino porque crece” 402. Llegaba a pensar que a una vejez que le parece bella a quien la vive “no hay belleza juvenil que le gane” 403. Y en el dolor unido al avance de los años y a la existencia en general prefería ver un “escándalo metafísico” más que un proceso fisiológico 404.

V. LOS OTROS ESCRITOS DE NICOLÁS GÓMEZ DÁVILA

A lo largo de los años Gómez Dávila no escribió solo los Escolios , que constituyen de todos modos su obra maestra, y las Notas , que, como hemos visto, representan su preludio. Hay además otras cuatro composiciones ulteriores, a saber: Textos I , un volumen publicado en 1959 en Bogotá, reimpreso en 2002 en la misma ciudad y en 2010 en Girona 405; De iure , un ensayo aparecido en 1988 en Bogotá, en un fascículo de la Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario (el número 542 de la anualidad LXXXI) editado en homenaje a nuestro pensador y que incluye aportaciones sobre su figura firmadas por varios autores; “El reaccionario auténtico”, un artículo aparecido en 1995, y en consecuencia póstumo, en Medellín, en la Revista de la Universidad de Antioquia 406, del que tenemos traducción al italiano 407;“Salomón”, un canto de proporciones moderadas y de fecha incierta desconocido por la mayoría hasta mayo de 2013, cuando fue publicado en un ‘especial’ del diario colombiano El Tiempo , y también traducido ya al italiano 408.

Con excepción de este Prosagedicht –un unicum de timbre fuertemente lírico, en el que sobresale el antiguo rey de Israel, meditabundo en las cercanías de la muerte–, se trata de producciones 409que se diferencian de las otras, porque en ellas el colombiano tiende a la construcción armónica en relación con ámbitos heterogéneos. Por lo demás, él mismo había advertido, en Notas , que hay dos maneras distintas de escribir, una “lenta y minuciosa” y una “breve y elíptica”, no sin añadir oportunas explicaciones al respecto. “Escribir de la primera manera”, precisaba, “es hundirse con delicia en el tema. Penetrar en él deliberadamente, abandonarse sin resistencia a sus meandros”; implica por tanto “morar en cada idea, durar en la contemplación de cada principio, instalarse perezosamente en cada consecuencia”; asimismo presupone la consciencia de que “las transiciones son, aquí, de una importancia soberana”, puesto que lo que se pone en juego es sobre todo la capacidad de captar el “contexto de la idea”, sus orígenes, sus sombras, sus nexos y sus “silenciosos remansos”. En cambio, “escribir de la segunda manera es asir el tema en su forma más abstracta, cuando apenas nace, o cuando muere dejando un puro esquema. La idea es aquí un centro ardiente, un foco de seca luz”; pero la idea, aunque logra generar “consecuencias infinitas”, no es todavía más que un germen, una “una promesa en sí misma encerrada”. Quien opta por este estilo, observaba todavía Gómez Dávila, toca solo “las cimas de la idea, una dura punta de diamante”. Deja que entre las ideas circule el aire y se abra el espacio. No pone al descubierto sus relaciones secretas, sus raíces escondidas. Y así, “el pensamiento que las une y las lleva no se revela en su trabajo, sino en sus frutos, en ellas, desatadas y solas, archipiélagos que afloran en un mar desconocido” 410. Así pues, si los Escolios y las prodrómicas Notas responden al segundo canon, las demás publicaciones del sudamericano –sin contar el “Salomón”, naturalmente–, centro actual de nuestra atención, constituyen expresión del primero.

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