Luigi Garofalo - Lo jurídico como categoría del espíritu.

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En el estudio de Luigi Garofalo se reconstruye y analiza a fondo el pensamiento, en particular jurídico, de Nicolás Gómez Dávila, que, al concepto de derecho, a la noción de justicia y a la institución del Estado dedico un denso y penetrante trabajo, titulado De iure (redactado en torno a 1970 y
publicado en 1988 en Bogotá), junto a tantas de sus breves y agudas reflexiones recogidas sobre todo en los Cinco volúmenes de Escolios (editados también en Bogotá entre 1977 y 1992), los cuales han despertado gran interés por parte de varios filósofos europeos, especialmente alemanes e italianos, comenzando por Franco Volpi.

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II. LOS ESCOLIOS Y UN ANTECEDENTE

Lo que encuentra el lector en los Escolios , la gran obra continua, según la definición de Cantoni 20, a la que dio vida Gómez Dávila, es un número impresionante –se han recontado más de diez mil 21– de anotaciones sintéticas y sentenciosas 22, dispuestas en secuencia libre, sobre argumentos diversos, entre los cuales, principalmente, los que recuerda el propio Cantoni 23, a saber, la filosofía, la religión, la historia, la política, el arte, la literatura, la costumbre corriente y también, se debe añadir, la ética y el derecho 24. Muchas de ellas, como observa Volpi 25, se refieren en particular a “Dios y el mundo, el tiempo y la eternidad, el hombre y su destino, la Iglesia y el Estado, pensamiento y poesía, razón y fe, eros y thanatos ”. De cualquier modo, todas son de fulgurante profundidad y precisamente por ello invitan y casi obligan a la reflexión –comenzando por aquella, repentina, instintivamente tendente al juicio sumario de aprobación o de disenso–, dando al mismo tiempo, gracias a su forma refinadísima, una insólita satisfacción estética. De manera que no sorprende en absoluto lo que confiesa el mismo Volpi 26justo después de haber recordado la aspiración de Gómez Dávila a ser reconocido como una voz inconfundible y pura: “de vez en cuando, en noches insomnes, hemos abierto sus páginas. Hemos escuchado su voz inconfundible y pura. Seguido su solitaria meditación. Desde entonces sus Escolios se han convertido en nuestro livre de chevet ”.

Recorriéndolos simplemente, se tiene la sensación de que encierran una especie de inmenso aparato de comentario crítico, entretejido de proposiciones rápidas que se siguen apremiantes e incesantes sin respetar ningún orden preestablecido 27, al entero corpus cultural de Occidente, de Homero a los contemporáneos 28.

En esto precisamente, según una hipótesis que suscita un amplio consenso entre los intérpretes 29, podría descubrirse entonces el misterioso “texto implícito” recurrente en los títulos, “genéricos” y “desnudos” 30, queridos por Gómez Dávila para las tres compilaciones de glosas. A no ser que lo identifiquemos, adhiriéndonos a una propuesta de Volpi 31, en el texto acabado que se prefigura sobre la base de las anotaciones del autor, concebidas por consiguiente como anuncios de una “totalidad” invisible, pero esbozada de todos modos por medio de ellos 32. Como sugeriría, en efecto, la cita de Shakespeare puesta como exergo del primer volumen de los Escolios : “una mano, un pie, una pierna, una cabeza dejan el conjunto a la imaginación” 33.

Pese a ser considerado comúnmente como un maestro del aforismo 34, Gómez Dávila excluye expresamente que sus “breves frases” pertenezcan a ese género; y precisa a la vez que son “toques cromáticos de una composición pointilliste ” 35, tanto más adecuada a quien, como él –y pronto volveremos sobre el tema–, se incluye entre los reaccionarios de la actualidad, si es cierto que estos, según se desprende de los Escolios , son los impresionistas del siglo XX 36. Deducir de esto una suerte de idiosincrasia o, peor, un sentimiento de pronunciada aversión del colombiano hacia el aforismo sería sin embargo excesivo: más bien se extrae la confirmación de que por debajo de su escritura concisa y discontinua hay “un pensamiento que mira al todo” 37, rara vez presente –conviene subrayarlo– en quien privilegia la forma literaria lapidaria y contundente. Por lo demás, toda duda al respecto es descartada por la benevolencia con que Gómez Dávila contempla el aforismo en líneas dispersas dentro de los Escolios : como aquellas en las que sostiene que “la ventaja del aforismo sobre el sistema es la facilidad con que se demuestra su insuficiencia” 38; o aquellas otras donde afirma que “acusar el aforismo de no expresar sino parte de la verdad equivale a suponer que el discurso prolijo puede expresarla toda” 39.

A expresarse del modo apuntado le induce una idea firme, reverbero de su predilección por un modelo de vida colocado bajo la enseña de la humildad, la reserva y la modestia 40: que a la literatura, para la cual es letal que todos escriban y no que no escriba ninguno 41, es necesario acercarse con reverencia, ejercitando al máximo en ella un papel sobrio como es el del escoliasta 42, ajustado a las capacidades personales y a la provisionalidad de los resultados alcanzados en la soledad de la ponderación de cada cual 43.

Sintomático al respecto es cuanto escribe Gómez Dávila en Notas , un trabajo aparecido en Ciudad de México en 1954 44–por voluntad de su hermano Ignacio, también hombre culto, en una edición no venal destinada a los amigos 45– y publicado de nuevo en Bogotá en 2003 46, traducido no hace mucho al italiano 47, donde se recogen observaciones, máximas y valoraciones más tarde reelaboradas y transfundidas por último en los Escolios , y que para nosotros es de gran interés puesto que, como observa Volpi 48, “nos permite entrar al laboratorio del escritor, recoger sus movimientos creativos desde su nacimiento, entender el espíritu, intuir la genialidad y degustar el estilo, inconfundiblemente construido ya sobre fulminantes cortocircuitos lingüísticos y mentales”. Pues bien, Gómez Dávila confía a aquel volumen estas reveladoras consideraciones: “la exposición didáctica, el tratado, el libro, sólo convienen a quien ha llegado a conclusiones que le satisfacen. Un pensamiento vacilante, henchido de contradicciones, que viaja sin comodidad en el vagón de una dialéctica desorientada, tolera apenas la nota, para que le sirva de punto de apoyo transitorio”. Mis frases, forjadas con austeridad y simplicidad, “las proclamo de nula importancia, y, por eso, son notas, glosas, escolios; es decir, la expresión verbal más discreta y más vecina al silencio”. Por otro lado, prescindiendo de todo lo que se encuentra inmanente en la observación de que la totalidad del universo existe tanto en el universo entero como en cada uno de sus fragmentos 49, “el diario, la nota, el apunte, que traicionan a todo gran espíritu que de ellos usa, pues, al exigirle poco, no le dejan manifestar ni sus dotes, ni sus raras virtudes, ayudan al contrario, como astutos cómplices, al mediocre que los emplea. Le ayudan, porque sugieren una prolongación ideal, una obra ficticia que no los acompaña” 50. He ahí, según Volpi 51, una indicación preciosa para convencernos de que “el texto implícito es el límite al que remiten y en el cual se prolongan las proposiciones de Gómez Dávila”. De todos modos, confiesa todavía el sudamericano, “no es una obra lo que quisiera dejar. Las únicas que me interesan se hallan a una distancia infinita de mis manos. Pero un pequeño volumen que, de cuando en cuando, alguien abra. Una tenue sombra que seduzca a unos pocos” 52.

Y sin embargo, el deseo de dejar precisamente una obra, en el sentido –ciertamente reductivo– de algo compactamente orgánico, sí le había tentado. “La ambición de sistematizar mis ideas me seduce intermitentemente”, testimonia un pasaje de Notas , que explica después el reparo del autor: “pero la evidente arbitrariedad de toda voluntad sistemática me impide sucumbir a una tentación en que no hallo sino la violación de la frágil verdad que he percibido” 53. Por otra parte, leemos más adelante, las ideas nacidas bajo la urgencia de la meditación o de la escritura “no presentan ningún orden necesario” o, para decirlo mejor, “presentan un desorden necesario”, que cambia de individuo a individuo, según la peculiar “estructura sistemática de la personalidad” 54.

Por otro lado, también en los Escolios salen a flote, aquí y allá, las motivaciones a favor de la técnica compositiva escogida por el autor, casi superado por la “maldita ambición”, como la llama Volpi 55, “de embutir siempre un libro entero en una página, una página entera en una frase y esta frase en una palabra”. En ellos se dice, por ejemplo, que el “texto breve” es particularmente apreciable porque “no es un pronunciamiento presuntuoso, sino un gesto que se disipa apenas esbozado” 56; porque, “sin el aparato usual de referencias y de citas”, anhela que sus solos ademanes lo acrediten 57; porque no pretende “influir” y por tanto es “indicio de respeto al lector” 58; porque obliga a quien lo escribe a “concluir antes de hastiar” 59, evitándole el peligro de ser catalogado entre los escritores torrenciales o, mejor, incontinentes 60; porque “entre pocas palabras es tan difícil esconderse como entre pocos árboles” 61; porque “el impacto de un texto es proporcional a la astucia de sus reticencias” 62y, en consecuencia, es negativo aquel texto que no es mínimamente alusivo, llevando al descubierto no una inteligencia libre, sino una “sensibilidad burda” 63.

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