Índice
Portada
Introducción
Hábitos de la mente
Ética y discernimiento público
El experimento democrático
La vida del intelecto y la política
Reconstrucción de la memoria, deliberación cívica y espacios públicos
El abuso de la religión
El cuidado de la diversidad
Mentalidades y conflicto político
El ejercicio de la memoria y los caminos de la reconciliación
La batalla de las ideas
¿Qué es un estado laico?
Sentido profético y memoria
Laicidad, sentido profético y cultura política democrática
La “ilusión del destino”
Ajustar la mirada
El espíritu de la educación universitaria
Créditos
Te damos las gracias por adquirir este EBOOK.
Visita www.uarm.edu.pe y conoce más sobre nuestras publicaciones y programas.
A mi padre, Pedro Gamio Palacio
INTRODUCCIÓN
LA CIMENTACIÓN DE UNA ÉTICA CÍVICA A TRAVÉS
DE UNA PEDAGOGÍA DELIBERATIVA1
1. Hacerse cargo de la propia historia
En 2001, el académico norteamericano Louis Menand publicó El club de los metafísicos, obra por la que se le otorgó el Premio Pulitzer de Historia2. Este libro examina la familia de ideas construida alrededor de la formación del pragmatismo, corriente filosófica desarrollada en los Estados Unidos entre las últimas décadas del siglo xix y los primeros años del siglo xx. Los trabajos de Charles S. Pierce, Oliver W. Holmes, William James y John Dewey se enmarcan en este importante proyecto filosófico-político, estrechamente vinculado a la defensa de la democracia como un ethos público, como una forma de vivir.
Se trata de un movimiento intelectual plural que reunió a pensadores que compartían una concepción básica sobre la naturaleza de las ideas, comprendidas como herramientas para encarar el mundo. Las ideas son guías para la acción; ellas buscan esclarecer y orientar las prácticas sociales con el objetivo de mejorar la vida de los agentes al interior de una comunidad democrática, pues son hábitos de la mente. El libro de Menand sirvió de fuente de inspiración para El abuso del mal, una investigación de Richard Bernstein acerca del discurso conservador en Estados Unidos tras los atentados del 11/9. Bernstein contrapone en su estudio la actitud falibilista propia del pragmatismo al integrismo religioso y político de la administración Bush3.
Menand y Bernstein sostienen que la construcción del proyecto filosófico mencionado constituyó una decidida reacción a la cruda experiencia de la guerra de secesión norteamericana que cobró la vida de tantos ciudadanos, incluyendo a familiares de los pensadores pragmatistas. Dicho movimiento fue el resultado de observar las cosas desde el borde del precipicio. La vivencia de un conflicto fratricida llevó a Pierce, Holmes, James y Dewey a tomar una clara conciencia de los peligros subyacentes a la imposición de un credo rígido y dogmático como eje rector de la conducta, tanto personal como social. Estaban convencidos de que una actitud integrista propicia la violencia. Tenían razón.
El Perú ha vivido también un conflicto armado de gran poder destructivo. Si bien no se trató de una guerra civil, sino de la insurrección armada de grupos terroristas en contra del Estado, vivimos el conflicto más cruento de la historia republicana del país. Cerca de setenta mil personas perdieron la vida o desaparecieron, víctimas de los crímenes perpetrados por los grupos subversivos o a causa de la represión de las fuerzas del orden. Llama la atención que una tragedia de esta magnitud no haya suscitado todavía –como en el caso del movimiento estudiado por Menand y Bernstein– el desarrollo de una corriente de pensamiento público que entronque con una preocupación por el cultivo de la libertad cívica y la búsqueda de justicia social. Una democracia liberal sólida requiere estructuras sociales justas e instituciones políticas fuertes, pero también exige el compromiso estricto con una cultura de la deliberación como expresión de la intervención de los ciudadanos en la vida pública.
Existen muchas razones por las cuales no se ha configurado aún una respuesta académica y cívica a la tragedia que el Perú vivió en esas dos décadas de conflicto –la pobreza y las grandes desigualdades que persisten en nuestra sociedad, la falta de integración entre la ciudad y el campo, la debilidad de nuestras instituciones sociales y políticas, la ausencia de un proyecto común orientado a la construcción de ciudadanía–. Asimismo, una razón que se debe considerar es la particular incapacidad de nuestra “clase política” –y de no pocos ciudadanos– de hacerse cargo de la historia. Nuestra responsabilidad cívica exige escuchar atentamente el testimonio de las víctimas con el propósito de asumir la defensa de sus derechos y establecer políticas de no repetición y discernir lo que pudimos hacer para evitar tantas muertes.
Luego de diecisiete años, la discusión rigurosa del Informe de la CVR permanece como una tarea pendiente para nuestro sistema político y para la sociedad civil. La reconstrucción pública de la memoria constituye un paso decisivo para edificar un proyecto de comunidad política. Examinar la memoria histórica es una condición esencial para actuar como genuinos agentes políticos, vale decir, como ciudadanos. He de reconocer que no hay muertos ajenos, así como enfrentar la tentación autoritaria que aún ronda la política nacional, constituyen retos para edificar una ética cívica entre nosotros.
2. Educación y ética cívica. La pedagogía deliberativa como forjadora de una cultura política democrática
La cimentación de una cultura ciudadana –fundada en la práctica de la deliberación y en la reconstrucción pública de la memoria– requiere de un modelo pedagógico de sólidas raíces filosóficas. Por mucho tiempo, nos hemos preguntado acerca de cómo se educa en materia de ética cívica y ética pública. Una comunidad política requiere de ciudadanos comprometidos con el control democrático del poder y con la conducción de la res publica. Sin embargo, resulta problemático reconocer qué condiciones deberían observarse para garantizar tales cualidades y saberes entre los ciudadanos y en nuestras eventuales autoridades. Está claro que la formación ética no puede ser examinada a partir de la exclusiva competencia académica. Esta formación implica no solo cultivar excelencias de razonamiento –que no se consiguen simplemente con una educación universitaria o profesional–, sino modos de desarrollar el carácter, a través de la adquisición de hábitos emocionales y actitudes que orienten la conducta de la persona a lo largo de su vida. Estas prácticas y estos modos de juicio constituyen lo que los antiguos griegos llamaban “virtudes”, vale decir, cualidades intelectuales y morales que aspiran a conducir la vida. No obstante, esta clase de situaciones pone en medio de la discusión la pregunta acerca de qué tipo de educación –tanto escolar como universitaria4– puede contribuir a la formación de ciudadanos libres, autorreflexivos y capaces de construir un sentido de justicia al interior de nuestra sociedad.
Читать дальше