03.En esta sección, se analizará el contenido de algunas de las obras de Simon después de la publicación de El Comportamiento Administrativo , orientando la búsqueda a los fundamentos de las proposiciones de valor y hecho.
En la década del cuarenta, en 1944 más precisamente, Simon comenzó a trabajar con la influencia de los juicios de valor y los juicios de hecho y su incidencia en el proceso de decisión y su incipiente vinculación con el esquema de la cadena de medios y fines (se recomienda analizar lo observado en los capítulos I y IV). Expresó en esa oportunidad: “Cualquier decisión racional puede ser vista como una conclusión derivada de ciertas premisas. Estas premisas son de dos diferentes clases: premisas de valor y premisas fácticas, equivalentes de manera aproximada a fines y medios, respectivamente. Dado un conjunto completo de premisas de valores y fácticas, solo es posible una única decisión que es consistente con la racionalidad. Así, con un sistema dado de valores y un especificado conjunto de alternativas, solo hay una alternativa de ese conjunto que es preferible a otras” (Simon, 1944). Tres años más tarde (1947), rescatando esa esencia, publicó la primera edición de esta obra.
En la década del cincuenta, publicó una obra en colaboración con los profesores Smithburg y Thompson, en la que señaló la importancia de la distinción entre las proposiciones de valor y las proposiciones de hecho en las decisiones en el ámbito público (Simon, et al., 1950). En 1952, Simon formalizó una dura réplica a las críticas de Dwight Waldo (33) que se incorporaron en una publicación que contenía también críticas de Peter Drucker y las réplicas del mismo Waldo (Simon, et al., 1952). En relación con el tema de hechos y valores, pueden considerarse (y así el mismo Simon lo indica) como las apreciaciones de mayor preponderancia en el tema, después de las enunciadas en esta obra. Sus observaciones y comentarios en dicho artículo fueron muy incisivos, ásperos y hasta despectivos hacia Waldo.
Comenzó con una expresión irónica: “Ámame y ama mi lógica”, y luego continuó: “Un científico no es adulado (y en mi personal sistema de valores, no debiera) si se le dice que sus conclusiones son buenas, pero que no sigue las premisas. Si el pie de página del señor Waldo es correcto, entonces yo debería ser condenado, no adulado . Seré perdonado, tal vez, por creer que las aseveraciones del pie de página son incorrectas y por desear que el señor Waldo deba indicar más específicamente dónde se encuentra la brecha lógica y cuáles son las premisas y líneas de razonamiento correctas para alcanzar las conclusiones a las que arribé. Espero que si el señor Waldo algún día emprende esta tarea, aplique el mismo estándar de rigor en sus razonamientos que el que yo traté de aplicar (quizás no siempre exitosamente) en El Comportamiento Administrativo” (Simon, et al., 1952).
En relación específicamente con el contenido de los hechos y valores, Simon fue aún más categórico y dijo: “ Para mí, aún mucho más inquietante que no poder descubrir más sobre las premisas en las que el señor Waldo basa su argumento, es exteriorizar falsa una de las premisas cruciales. Nadie que haya estudiado seriamente los escritos del positivismo lógico o mi propia discusión de hechos y valores en El Comportamiento Administrativo , podría atribuirnos la proposición de que hay ‘decisiones de valor’ y ‘decisiones de hecho’. Las frases ‘juicio de valor’ y ‘juicio de hecho’ son utilizadas en la página 5 de El Comportamiento Administrativo en un contexto que indica claramente para cualquier lector escrupuloso que el término ‘juicio’ se refiere a un elemento de decisión, no a una decisión en su totalidad; y si ese pasaje se rotula oscuro, la dilucidación resulta fácilmente alcanzable en la elaboración del tema en el Capítulo III. No intentaré aquí rehacer el interrogante hecho-valor. El capítulo de El Comportamiento Administrativo recién mencionado trata el problema en extensión y citas referenciales adicionales para los intelectuales curiosos. Para el bien de aquellos que no han examinado la literatura, pero que están siendo confundidos por las caricaturas del positivismo apreciado en la teoría política contemporánea, me gustaría, sin embargo, rescatar brevemente la esencia inconmovible de este tema”. Luego agregó, de modo irónico y sarcástico: “La explicación es intentada p ara apelar a quienes les sean familiares los rudimentos de la gramática del inglés y la naturaleza de la constatación lógica” (Simon, et al., 1952).
Para la demostración de la invalidez de la estructura de pensamiento de Waldo, Simon afirmó: “Una constatación es una serie finita de pronunciamientos en una forma particular. Algunos de los pronunciamientos de una constatación son supuestos, afirmados sin prueba. El resto, incluida la conclusión, son derivados de los supuestos, mediante ciertas reglas denominadas reglas lógicas. Hay un pequeño desacuerdo, excepto en cierta parte sofisticada de las matemáticas que no nos concierne aquí, respecto de hasta qué punto debiera ser investigado, aunque a veces es un asunto de considerable dificultad práctica, si las reglas han sido correctamente aplicadas en una verificación específica. Una decisión es una proposición en un modo imperativo. Es un direccionamiento propio hacia otra persona u otras personas. Para que una decisión aparezca como una conclusión en una constatación lógica, debe constituir uno de los siguientes casos: (1) es imposible, por las reglas lógicas, derivar proposiciones imperativas de supuestos, todos, en notaciones en modo indicativo, o (2) entre los supuestos, hay una o más sentencias en modo imperativo. Los positivistas lógicos rechazan la primera alternativa alegando que nadie ha demostrado por qué pase de manos puede lograrse. De ahí que ellos concluyan que una decisión puede ser validada lógicamente solo si al menos uno de los supuestos no probados es derivado de sentencias en el modo imperativo. A estas categorías no probadas las denominan premisas de valor. Además, ellos argumentan que estas premisas de valor no pueden ser derivadas solamente de observaciones empíricas, ya que estas establecen sentencias de la forma ‘si y solo si’: por ejemplo, las sentencias declarativas. Así que si el señor Waldo teme que la proposición previamente citada, que él atribuye a los positivistas, crea una ‘barricada en el camino de la administración democrática’ (¡qué rica prosa y cuán inadecuada para concluir un razonamiento!), puede recuperar su paz mental. Es una proposición verificable que un positivista preferiría ser quebrado sobre el escritorio a admitir que existen decisiones de valor y decisiones de hecho” (Simon, et al., 1952). (34)
Sus conclusiones no fueron menos ácidas. Dijo: “Aparte de si son correctas o incorrectas las premisas del señor Waldo, no veo cómo podemos progresar en filosofía política si continuamos pensando y escribiendo en el indolente, literario y metafórico estilo que él y otros teóricos políticos adoptan. El estándar de falta de rigorismo que se evidencia en la teoría política no recibiría un diploma en un curso elemental de lógica, aristotélica o simbólica. Si los filósofos políticos desean preservar la democracia de quienes ellos consideran aburridas termitas del positivismo, sugiero que como primer paso adquieran una conveniente habilidad técnica en análisis lógico para atacar al positivismo en su mismo campo. Muchos de los positivistas y empíricos de mi conocimiento estarían gustosos de recibirlos mucho más como aliados en la búsqueda de la verdad que como enemigos” (Simon, et al., 1952).
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