La bruja aportó una curiosa medicina al revés, a la que llegó para obrar exactamente a la inversa de lo que se hacía en el mundo sagrado. Este tenía horror a los venenos. Satán (o la bruja) los emplea y los convierte en remedios. La Iglesia creía (y cree) que por medios espirituales (sacramentos, plegarias) puede actuar sobre el cuerpo mismo. Satanás, a la inversa, emplea medios materiales para actuar sobre el alma. A las bendiciones del sacerdote opone los pases magnéticos hechos por suaves manos de mujeres que adormecen los dolores. La gran revolución de las brujas, el gran paso al revés contra el espíritu de la Edad Media, es lo que podríamos llamar la rehabilitación del vientre y de las funciones digestivas. Ellas afirmaron audazmente: «No hay nada impuro y nada inmundo. Nada hay impuro fuera del mal moral. Toda cosa física es pura, ninguna debe ser prohibida por un vago espiritualismo».
La Edad Media veía a la carne y a su representante, la Mujer, como impura. Al insistir en este error, la misma mujer se creía inmunda.
Explica Michelet muchos hechos curiosos de aquellos días (medievales), y entre ellos uno que concierne a la asnología. Se enternece al comprobar que el Asno sube en la estima del hombre y el rústico se hace esta pregunta: «¿Por qué mi burro no puede entrar en la iglesia? Sin duda, tiene defectos, es trabajador rudo, pero cabeza dura: es indócil, obstinado, terco, en fin, igual a mí». De ahí la fiesta de los Inocentes, de los Locos, del Burro. Es el pueblo mismo quien, en el Asno, arrastra su propia imagen y se presenta ante el altar feo, risible, humillado.
Esta fecha tenía un ceremonial que no pudo ser más grotesco. Ceremonial que dio vida a la prosa del asno que la cantaban a dos coros, imitando por intervalos y como estribillo el rebuzno asnal. Asoma en esta fiesta la herejía antigua, condenada por la Iglesia: la inocencia de la naturaleza. No es extraño que, de siglo en siglo, desde el siglo vii al xvi, la Iglesia haya intentado prohibir las grandes fiestas populares del Burro, de los Inocentes, de los Locos.
Aparte de ser totalmente herético este libro de Michelet (prueba de ello es su inclusión en el Índice), está saturado de noticias que nos hablan de una época sospechosa de religiosidad un tanto turbia. Evidentemente, Satanás, que siempre ha sido un corrompido y un corruptor, se puso de acuerdo con el religioso en el aquelarre. El fraile traía, en aquel desvarío infernal, a su benedicta, a su sacristana, que no tenía un papel demasiado sacristanesco.
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