El aire de los libros
I. EL AIRE DE LOS LIBROS
Escolios sine die
Mi biblioteca es un ducado suficientemente grande.
William Shakespeare
El Apocalipsis, texto escrito en los años más turbulentos de la historia de Israel, se caracteriza por la extrema violencia de sus invectivas dirigidas contra Babel, es decir, Roma, potencia pagana e imperialista, descrita en una retahíla de bestias míticas aterradoras.
Todo el Apocalipsis anuncia como cosa segura el fin del Imperio y el triunfo de la Nueva Jerusalén. Escrito hace unos veinte siglos, este texto tiene un valor permanente, dado su carácter paracrónico.
Una particularidad de este texto, denunciador por profético, son las misivas que contiene. A través de estas casi fulgurantes epístolas, resuena el fragor bíblico: «El que tiene oído, oiga». Tales advertencias misteriosas son admoniciones dirigidas a la Iglesia adulterada que anda en concierto con el mundo y en la que ha entrado la semilla del Maligno.
Es inquietante leer conjuntamente el Antiguo Testamento y el Corán. Este modo de lectura da mucho juego a la imaginación y es un ejercicio saludable para el espíritu crítico. Se necesitaron muchos años hasta llegar al acervo bíblico completo. Veintitrés duró la revelación mahomética. ¡Son años!
Mahoma debió recibir enseñanzas por medio de sueños, visiones diurnas y voces. Una buena parte de las sutras coránicas son resultado directo del material «canalizado» a través de las susodichas experiencias.
Al Corán lo definió Mahoma como un libro de amonestaciones, y realmente eso es, pero estas se suceden a modo de recordatorio. Si los judíos fueron inmisericordes con sus profetas, él lo ha sido con los judíos. Con ellos se muestra implacable, en la forma de juzgarlos. No tiene más que palabras hirientes para quienes prestaron, con sus fábulas, los fundamentos de la fe coránica.
Mahoma niega de plano la muerte de Jesús en la cruz, con un argumento endeble: que no pudo darse tan indigna muerte en un «cuerpo fantástico». Inconmovible siempre ha sido esta negación del Islam, al que la Cruz del Crucificado le inspira una piadosa sonrisa, queriendo decir: qué ignorancia supina tenéis los que esta creencia abrigáis.
A Mahoma lo saca de quicio un Dios trino. Entiende que tamaña concepción es excederse, además de jugar con la felicidad eterna. Tanto es así que exclama: ¡No es provechosa tal creencia! Los que no creen en el fideísmo utilitarista musulmán mediten dicha exclamación.
El Evangelio según Tomás (apócrifo-gnóstico)
Este es un Evangelio al que le falta el dinamismo narrativo que caracteriza a los canónicos, pero tal carencia no invalida su interés, dada la riqueza de palabras o dichos (secretos) que atesoran sus páginas. Han dado los estudiosos en llamar sentencias a tales dichos; por tanto, puede calificarse de sentenciario secreto de Jesús.
De las ciento catorce sentencias que figuran también en este documento evangélico, ochenta figuran también en nuestros cuatro Evangelios. De ahí que el lector se encuentre con algunas sorpresas verbales, pero nunca con sorpresivas noticias sobre la vida de Jesús. Es que en este Evangelio no se hallan noticias de la concepción, del bautismo, de las tentaciones, de la última cena, de la crucifixión, de la resurrección. El texto se limita a ser un receptáculo oral de fuente gnóstica, al que son ajenos los episodios históricos (llamémoslos así).
Al lector avezado al dinamismo narrativo de los Evangelios heredados a través de la Iglesia, este ha de resultarle eminentemente extático y, en cierto modo, manco, porque no contiene ni una historia real, ni una escatología definida. Tampoco contiene mención alguna de la vida palestinense y brilla por su ausencia la palabra pecado. En fin, en el Evangelio de Tomás, hay dichos que incluyen bendiciones y maldiciones, preguntas, suposiciones. Hay parábolas y diálogos, y aparecen los nombres familiares de Pedro, Mateo, Tomás, María y Salomé.
La verdadera historia de los cátaros, Anne Brenon
Antes de emprender la lectura de este libro, había leído varios estudios de especialistas que no acabaron de aclararme puntos oscuros del catarismo. Con ello, no quiero significar que los esfuerzos de autores como Fernando Neil hayan sido baldíos. Llegar a mis manos este libro ejemplar ha sido ingresar plenamente en el misterio cátaro. He de confesar que tenía un tanto descorrido el velo de dicho misterio, pero cuántos eran los matices ignorados. Ahora sé que los buenos hombres no fueron dualistas a secas, sino dualistas y cristianos, hasta el punto de que estimaban posible y plausible una lectura dualista del Nuevo Testamento. A mí jamás me asombró tal posibilidad, porque la vi expresa poéticamente en Blake, sobre todo en su Evangelio eterno.
Siempre pensé (y no iba desencaminado) que en una concepción como la cátara, que tacha de malo, totalmente malo, al mundo y a su Creador, no cabe redención alguna, y menos esperanza milenarista. Este libro me confirma que la Iglesia cátara no tenía vocación de predicar la esperanza en una justicia terrenal.
Respecto al juicio que les merecían los diferentes libros que componen las escrituras, los cátaros fueron bastante consecuentes. Condenaban el Génesis, las crónicas y la mayoría de los Profetas. Reconocían un indiscutible interés al Éxodo y aceptaban el contenido de «angst»[5] (angustia) de los Salmos y el nihilismo del Eclesiastés. No negaron jamás la importancia del Éxodo, un libro que siempre estimé tan mágico como Números. Los Evangelios merecieron siempre su respeto y nunca desmerecieron, en su conciencia crítica, el Apocalipsis y las epístolas paulinas. En cambio, a las fiestas fundamentales (Pascua, Navidad o Pentecostés) no les daban una importancia tan concreta como la concedida por la cristiandad.
La edición española de estas Notas viene en la colección «Metrópolis» de Tecnos y es reproducción «en seco» de las anotaciones contenidas en las tres boîtes que figuran con tres rótulos en el legado literario de este creador. Una vez más, comprobamos que el pintor moderno, sea Braque o Duchamp, ha dejado textos que podrían sacar los colores a más de un poeta consagrado. Se da así el caso de que, mientras no constituyan excepción, los poetas son incapaces de pintar.
Ante este texto, quienes somos o nos creemos escritores bien nacidos sentimos envidia de estas dotes, como envidiamos los cuadros de un Braque, aforismos perfectos, o los de Chirico, de Klee, etc.
Antes de leer estas Notas, había leído unas Conversaciones con Duchamp que me sorprendieron muchísimo. El hombre de risa y mirada pícara, que se fotografía con el habano en la boca, lo que induce a que tenga aire de nicotinizado, me resultó un crítico acorde con mis gustos. Le gustaba Laforgue y se mostraba amante de las palabras poéticas, que reducía a los juegos de palabras. Pensé que tal reducción era demasiado absoluta, pero ahora, al leer las notas, descubro que lo decía con toda la seriedad del que tiene talante aforístico. Pues ¿qué otra cosa es el aforismo, sino algo travieso, algo que tira a la travesura verbal?
Reproduzco algunos de estos juegos de palabras, que, sin dejarnos patidifusos, persisten en la memoria:
Máquina para decir misa / del dorso de la cuchara / al culo de la viuda.
Las vías férreas son el más largo cagadero del mundo.
Muslos registradores.
El sommelier ha dormitado sobre un somier atado de Somalia.
Pared aderezada de pereza de parroquia.
Ovario toda la noche.
Читать дальше