Colección de narrativa breve
No. 1
Los libros y la noche
Colección: La nave insólita, número 1
Primera edición, junio 2017
Primera edición digital diciembre 2020
Ciudad de México
Edición: Anaïs Blues y Luis Flores Ramos
Diseño de colección: Víctor Mendoza
D.R.© Andrés Galindo
D.R.© La Tinta del Silencio, 2018
latintadelsilencio@gmail.com
www.latintadelsilencio.com
ISBN impreso: 978-607-97072-7-9
ISBN digital: 978-607-99031-6-9
Se puede difundir de manera parcial esta obra sin fines de lucro, con el consentimiento de su autor y/o editores.
Al manco de Lepanto,
al ciego argentino.
Índice
Espejo negro que humea - José Manuel Ortíz Soto
Advertencia 1
Advertencia 2
Advertencia 3
Minimanual para reconocer minificciones
Fe de erratas
Cita a ciegas
Dedicatoria
Instrucciones
En pequeñas dosis
Había una vez
Los libros y la noche
El congreso
En un lugar de la Mancha
Inocente lector
Truculento cuento con final contento
Alfonsina y el mar
Berrinches, pasiones y rencores
La luz sigue encendida
Trilogía del mórbido amor
Buenas noches
El que acecha en la oscuridad
El anticristo
Inception 1.5
El caso del bicéfalo señor Edward Mordake
Justo por pecador
Algo hay ahí
Las noches de insomnio
Mercedes 1974
El abandonado
Historias febriles de José Eutanasio
Diagnóstico
Fábula del rey y el mendigo
Imposturas 1
Imposturas 2
Imposturas 3
Las inclemencias del amor
Copiar y pegar
Salvaje de corazón
Las rosas y los crisantemos
Tres fantasmas de Mariana
Había una vez una minificción que quería ser cuento...
Ensayo sobre “El dinosaurio”, de Augusto Monterroso donde el autor realiza una profunda reflexión que le lleva a concluir que dentro de una historia de la minificción sería engorrosa y atrevida la inclusión del relato de tan denotado escritor
Semblanza del autor
Un libro es un espejo; un libro de minificciones es muchos espejos.
A la mente del asiduo lector del más reciente de los géneros literarios vendrá inmediatamente el recuerdo de tres espejos icónicos: el de la madrastra de Blancanieves, el de Alicia y, el más discreto de todos, aquel donde se mira el vampiro. A ninguno de estos espejos se hace referencia directa en Los libros y la noche de Andrés Galindo, donde la palabra “espejos” se menciona tan sólo una vez (“Tres fantasmas de Mariana”). Sin embargo, se los puede encontrar de manera indirecta cada vez que se exhibe a una sociedad ciega que se niega a mirar su entorno o distorsiona la realidad para hacerla más llevadera.
Durante la lectura de Los libros y la noche , llama la atención la simetría que existe entre la forma y el fondo de los textos. El autor renuncia a maquillar las minificciones para que se lean bonitas, gusten y sean aplaudidas. Si bien, la aventura comienza con el clásico “Había una vez” en menos de un pestañeo se rompe el encantamiento y vemos, con sorpresa, que el libro que tenemos en las manos dejó de ser el cuento de hadas que creímos:
Había una vez
Pero dejó de haber, motivo por el que todo el pueblo se preocupó, consternó y dividió; o, como bien reza el sabio adagio: “pueblo chico, infierno grande”. Entonces, hubo conflicto.
Porque siempre hay conflicto, no importa que digan que no, que todo va de maravilla, que se vive en un mundo ideal.
En pleno uso de su libertad creativa, Andrés Galindo no tiene reparo en ofrecer al lector una realidad disparatada donde el guía, fácilmente reconocible, es un loco a quien “del poco dormir y del mucho leer se le secó el cerebro” (“Los libros y la noche”), pero ¿quién mejor que él para llevarnos por el mundo de las noches y los libros? En cuanto la lectura avanza ya no hay concesiones: el libro punza en las manos, el negro es negro, la desolación embarga y los fantasmas personales rondan. Ansiamos despertar, acabar la lectura y volver a ser nosotros nuevamente. Pero eso sería no haber asimilado la lectura, porque la locura —o lo que conduce a ella— no se encuentra en la penumbra, sino a plena luz, bajo los rayos del sol; el mismo sol que deshizo las alas de cera de Alfonsina, porque “ya se sabe que los poetas, soberbios, sólo escuchan el latido de su corazón”, la misma realidad que deshace nuestras alas diariamente. ¿Entonces cómo no esperar la noche con ansia para volcarnos en los libros que habrán de devolvernos la cordura?
Para Aristóteles el objetivo del arte es representar no la apariencia externa de las cosas, sino su significado interior, lo cual puede procurarnos goce, hacernos reflexionar o inquietarnos, pero nunca permanecer impávidos. No al menos después de leer Los libros y la noche , donde la única esperanza que el autor da a los lectores de su obra dura apenas lo que dura una minificción, menos de una cuartilla:
“Y así, fueron todos felices para siempre, hasta que…”
José Manuel Ortiz Soto
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría de Dios,
que con magnífica ironía
me ha dado a la vez los libros y la noche.
El poema de los dones
Jorge Luis Borges
Desocupado lector:
sin juramento me podrás creer que quisiera que este libro, como hijo del entendimiento, fuera el más hermoso, el más gallardo y más discreto que pudiera imaginarse. Pero no he podido yo contravenir al orden de naturaleza; que en ella cada cosa engendra su semejante.
El ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha,
Miguel de Cervantes Saavedra
Respetable y muy querido coleccionista de libros, me quito el sombrero, hago una reverencia y doy las más sinceras gratitudes por estar aquí, en esta presentación.
Si bien, ya todos los aquí presentes conocemos —hasta el hartazgo— la monótona ceremonia, no está en menos hacer un recuento, a fin de que el probable despistado tome las debidas precauciones.
Entre cuchicheos e impaciencias, la sala se irá llenando… de sillas vacías. Llegada la hora puntual, el presentador dirá: “esperaremos unos minutos más a ver si llega un poco más de gente”. A los quince minutos —para no hacer esperar más a la soledad, a los familiares, a los amigos y a dos o tres pagados del autor— se dará inicio al ritual. Como de sobra es sabido, el editor o el presentador concederán unas palabras de elogio, a las cuales el autor replicará: “sí, claro, en principio estoy de acuerdo, aunque en realidad lo que yo quise decir con este libro es…” Y de esta suerte continuará durante no más de tres minutos para finalmente concluir con un: “… bueno, lo importante es que estemos todos aquí reunidos al calor de la palabra. No quiero cerrar esta presentación sin antes dar gracias a mis editores, que tan atinadamente han sabido dar a la luz este pobre bastardo mío. También quiero agradecer a mi mujer, a mis padres, a mi abuela y a mi gato, por mis largas ausencias que soportan, y seguirán soportando, siempre en virtud del alto nombre del arte”.
Ahora sí, desocupado lector, piense una, dos y hasta tres veces antes de abrir su cartera para pagarse un ejemplar de Los libros y la noche . ¿Ya está seguro, completamente seguro? No corra, no empuje, no grite. Al acercarse a la mesa de autógrafos, de ser posible, escriba usted mismo en la primera página una muy sentida dedicatoria, nombre incluido y fecha en curso. Pero si se da el caso de que es usted de los románticos que buscan con afán la letra manuscrita del supuesto artesano de la palabra, por favor, sea claro y conciso en lo que quiera que diga su dedicatoria; sea consciente, se lo suplico, de que el denotado literato escribe apoyado por el autocorrector de la computadora, la tablet y el teléfono celular; fuera de eso, no espere grandes destellos de genialidad. Evíteme, al fin, la pena de arruinar para siempre su ejemplar con mi torpe caligrafía y peor ortografía… o de que le corte una mano.
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