Quienes aún hoy siguen hablando de que el manual es un libro aburrido, deslucido, complicado, cerrado, poco motivador están viendo otro canal que el de los buenos manuales de la actualidad.
Los docentes experimentados saben que con el manual pueden llegar más allá, pues parten de él, como tierra firme, hacia otros puntos. Insistimos: es una base de despegue, no un punto de arribo. Por supuesto que es actitud empobrecedora y autoritaria la de reducir todo conocimiento a un manual. Pero esto no tiene que ver con el manual en sí, sino con la actitud del docente que procede con estrechez reductiva, generada en la ignorancia, en la inseguridad, en la comodidad o en una ingenuidad peligrosa. No le echemos la culpa a la herramienta, sino al uso indebido que de ella se hace. Eso es pecado de manualismo. Es tan obvia la cuestión que no merece más abundancia de explicitación.
Con el manual se dispone de tierra firme desde donde avanzar hacia niveles más altos o espacios más distantes. Opera como base o trampolín para otras fuentes que amplíen el terreno esencial de base. Los buenos manuales que actualmente se elaboran son obras que articulan su materia con otras dimensiones, p. ej., con sitios electrónicos, con videos animados, que amplían, dan dinamismo, ilustran con abundancia de imágenes lo que en el manual es un párrafo escrito, al cabo del cual, figuran los conectores con lo electrónico.
Ya se sabe la verdad de la sentencia latina medieval, atribuida a más de un autor: Timeo hominen unius libri: ‘Temo al hombre de un solo libro’. Y si ese libro es un manual, es verdad redoblada. Claro está que también es temible, y mucho más que en el caso del manual, si ese libro es de corte ideológico en lo filosófico, lo político, lo económico, lo religioso, etc. Grandes conflictos de la humanidad se han dado por esta situación del libro único. Pero ellos no han sido precisamente manuales, a excepción, quizá, de El Príncipe, de Maquiavelo.
Es una seria dificultad en el campo bibliográfico en nuestros días el dar con obras que procuren la síntesis de campos más o menos complejos. El avance creciente de la especialización, imprescindible para el progreso de la investigación y el conocimiento, genera un tipo de intelectuales que definió Ortega y Gasset como aquellos que “saben cada vez más sobre cada vez menos materia”. Lo difícil en este siglo xxi es dar con generalistas, esto es, personas que tengan la capacidad de ofrecer síntesis claras y revisoras de todo un campo del saber, o de una problemática compleja.
El autor de un manual debe ser docente experimentado que, en la labor diaria, haya compulsado y evaluado las dificultades básicas de comprensión por parte de los alumnos.
El manual, inicialmente, facilita la lectura como vía comunicativa universitaria, pues esclarece los conceptos básicos y habitúa al manejo de la terminología específica. Con ello, se convierte en un eficaz elemento incluyente del alumno recién ingresado, y contribuye a disminuir el gravoso éxodo documentado de la deserción de los dos primeros años.
La presente obra es un producto nacido de sostenida práctica docente que supera las tres décadas frente a alumnos, lo que asegura la disposición espontánea, el hábito y la experiencia aquilatada de enseñar lo que exponen, de transmitirlo al lector. No somos hijos de libros ni pastores de biblioteca, sino gente de aula. Esto se advertirá en los planteos realistas que hacemos. La exposición teórica está reducida a lo fundamental. Evitamos lo teorético en que se cae, con facilidad, en este tipo de obras. Queremos que el manual sea funcional y operativo a los fines que nos hemos propuesto. Y otra nota peculiar: los autores asocian dos generaciones de experiencias universitarias complejas.22
El manual debe ser concebido y utilizado, dijimos, como plataforma de despegue o trampolín para el tratamiento de los temas.23 La compulsa previa a la clase sobre determinado tema, por parte del alumno, es lo que debe indicar el profesor. Leer y estudiar en las páginas sintéticas del manual.
Cabe aplicar, a partir del manual, lo que hemos propuesto en El aula invertida.24 Se indica un capítulo o pasaje del manual como texto base de ejercitaciones. Junto a esta anticipada indicación, es conveniente que el docente pida al alumno la realización de algunas tareas en su casa: de esta manera, se obvia una extensa y pasiva exposición oral de clase que llamamos magistral. Con las orientaciones apropiadas del docente, se le pueden solicitar —una vez cursadas las páginas de estudio indicadas— realizar algunas ejercitaciones y tareas conexas al tema, por ejemplo:
a) la respuesta a un cuestionario sobre lo leído,
b) la elaboración de un mapa conceptual sobre los contenidos estudiados u otros conexos,25
c) la búsqueda orientada ampliatoria de conceptos en Internet,26 etc.
Esta planificación hace ganar tiempo aular cuando, a la semana siguiente, enfoquemos en clase el tema estudiado por el alumno en el manual y ejercitado con tareas conexas en la etapa doméstica del proceso. El docente no debe exponer lo esencial del tema en clase magistral, pues está en el manual lo básico; se gana tiempo para ampliar los conocimientos, a partir de los contenidos del manual, facilitar el intercambio y hacer una clase interactiva eficaz, con mayores posibilidades de atención y dedicación personal a los alumnos. Se reduce el espacio de la clase meramente expositiva.
Si bien se mira, el manual opera como los videos en el método del aula invertida.27
Es obvia la utilidad de un manual para toda persona que se inicia en un campo del saber, pues hallará en esa obra los conceptos básicos, expuestos con claridad y coherencia. Y algo capital: todo uso de jerga profesional que se dé en el texto estará debidamente explicitada y bien definida en su acepción; de esta manera, el manual introduce al alumno que lo cursa en el manejo de la terminología específica de la disciplina.
El manual no es un texto científico, sino pedagógico. Esta naturaleza condiciona su forma expositiva, su orden de presentación de los temas, los pasos graduados, pestalozzianamente.
En síntesis, un manual ofrece las siguientes conveniencias para los alumnos recién ingresados al primer año:
1. Todo el curso —compleja población diversa de muy diferenciadas enciclopedias personales— dispone de una base común de conocimientos, de una plataforma común de despegue segura.
2. La lectura previa del capítulo correspondiente por parte de los alumnos y la realización de los ejercicios que, a partir de esa lectura de tal capítulo, se solicita a los alumnos desplazan la clase magistral y hacen, naturalmente, espacio mayor para el diálogo, la intercomunicación e intercambio de opiniones en el seno de la clase.
3. Consolida el manejo de los conceptos básicos de la disciplina que se estudia.
4. Es en esa generación de una clase activa y participativa que el profesor amplía, matiza, ejemplifica los conceptos esenciales del tema del capítulo que se trate. Y, con ello, se evitan las simplificaciones o dogmatismos que podrían generarse con la atadura a la letra estricta del manual.
5. Instala el diálogo en clase, realidad casi inexistente en las universidades del país.
6. Estimula al alumno a una relectura reflexiva.
7. Consolidan en el alumno el manejo cierto de tecnicismos y sobrentendidos propios de la disciplina que se estudia.
8. Habitúa al alumno al desarrollo graduado y lógicamente estructurado de su discurso expositivo.
9. Constituye, por todo lo antedicho, un efectivo factor de inclusión del alumno en la comunidad universitaria.
En síntesis, los factores señalados que consolidan la inclusión del ingresante en la universidad son: los cursos de alfabetización en medios comunicativos, la presencia de agentes asistentes, como los tutores; los cursos de Lectura y Comentario de Textos; el uso de buenos manuales. Todos aportan a la solución de una de las más complejas situaciones que se dan en nuestras universidades: la deserción de alumnos —del 50 % entre el primero y el tercer año, por desatención, por inadecuación de exigencias y por la ausencia de otros gestos que consolidan la inclusión—.
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