Los desafíos del jazz en Jalisco
se terminó de editar en diciembre de 2020 en las oficinas de la Editorial Universidad de Guadalajara, José Bonifacio Andrada 2679, Lomas de Guevara, 44657. Guadalajara, Jalisco.
Para la formación de este libro se utilizaron las tipografías Karmina y Karmina Sans diseñadas por José Scaglione y Veronika Burian.
Índice
Agradecimientos
Prólogo
Introducción
Primera parte. La historia
El jazz desde el principio en Estados Unidos
El jazz en México
El jazz en Jalisco
El desierto
Segunda parte. Los personajes
Los precursores del jazz jalisciense
Luis Padilla, el cantor
Juan José Verján, el maestro bohemio
Roberto el Chale Hernández, el modesto
El Copenhagen 77
Carlos de la Torre, el fulgurante
Pichón, el escudero
Javier Soto, el elegante
Beto Rivera, el timonel
El Conjunto de Jazz del DBA
Tanaka, el encantador de tambores
Manuel Cerda, el multifacético
La fusión
Willow, el virtuoso
Beverly Moore, la Lorelei
El Chamaco del sax
Jorge Salles, el imprescindible
Vía Libre
Memo Olivera, el baterista líder
Mundo Pérez, fiel al jazz
Conclusión
Anexo. Biografías adicionales
Fuentes de consulta y referencias
Agradecimientos
Dicen que el agradecimiento es la memoria del corazón, así que dedico este libro a Carlos de la Torre, pues todo empezó gracias a él. Su talento y su carisma atrajeron a varias generaciones de jazzistas, incluyéndome, lo que gestó una comunidad.
Quiero agradecer a mis dos primeros colegas de jazz en Guadalajara: Beto Rivera y José Luis Muñoz Pichón, por contarme tantas historias y anécdotas sobre Carlos de la Torre, y a la cantante y maestra Katya Padilla por los recuerdos de su padre, Luis Padilla, lo que alimentó mi curiosidad por el pasado del jazz tapatío. Extiendo mi reconocimiento a todos los compañeros músicos: Javier Soto, Mundo Pérez, Jorge Salles, Manuel Cerda, Beverly Moore, Willow, Beto Rivera, Pichón, Felipe de Jesús Espinosa, Tanaka, José Luis Chamaco Guerrero, así como a dos activistas de la cultura, Rogelio Flores y Alfredo Sánchez, que aceptaron ser filmados en sus entrevistas. Sus valiosas aportaciones representaron una fuente invaluable de información ante el vacío bibliográfico que enfrenté, y muchas veces tuve que buscarlos para aclarar mis dudas; con amabilidad me guiaron en la reconstrucción de un pasado del cual ignoraba todo. Mi gratitud también se dirige a las otras personas que aportaron documentos e información adicional, o que se dieron a la tarea de leer los capítulos en proceso y darme su opinión y sus comentarios: Jorge Salles, Juan Ornelas, Rafael Ornelas, Enrique Sandoval, Helga Jäger, Willow, Beverly, Patricia Reyes, John Morrison, Enrique Sandoval, Joëlle Chassin, Marie Hélène Touzalin y Jorge Andrés González, quien además grabó y mezcló las sesiones musicales de dúos, tríos y cuartetos, registradas en video por Jorge Bidault, donde amablemente aceptó tocar el guitarrista Mario Romero.
Mi gratitud se dirige también a la Secretaría de Cultura, a la doctora Myriam Vachez Plagnol, al director general de Desarrollo Cultural y Artístico, Juan Vázquez Gama, y a la Coordinadora de Música, Sibila Knobel —pertenecientes los tres a la administración estatal 2013-2018— ya que consideraron este libro un proyecto valioso para el patrimonio cultural de Jalisco.
Sabía desde el principio que al escribir este libro, por ser el español un idioma de adopción, necesitaría a una persona que detectara mis galicismos y corrigiera mi castellano más callejero que académico. ¿Quién mejor que la fina escritora Elena Méndez me habría podido acompañar en esta labor?, amiga francófona y francófila, conocida desde mis primeros tiempos en Guadalajara, amante del jazz y gran conocedora del mundo tapatío pasado y actual. Nuestras ilimitadas horas de lectura y correcciones de mis textos sellaron para siempre nuestra amistad.
Debo a Elisa Cárdenas Ayala mi aprecio y amor por Jalisco desde que, un atardecer de 1998, me llevó a conocer el templo de San Sebastián de Analco (1543), su plazoleta y la historia de los asentamientos de Guadalajara. Más de veinte años después, se ha interesado en la historia jalisciense que cuento yo, y agradezco infinitamente que haya revisado el texto desde su ángulo histórico, criticado con gentileza e insuflado el ánimo para terminar la tarea.
Gracias a mi hermano, Olivier Braux, cuyas palabras alentadoras al descubrir este texto renovaron mi energía en un momento crucial para encarar la recta final de este trabajo.
Asimismo, tengo una deuda de gratitud con Linda Caruso, por creer en mi capacidad de escribir un libro (acto totalmente ajeno a mi vida), por interesarse de manera continua en esta investigación y por respetar mi inmersión de años en la computadora, lo que a veces implicaba dejar otras diversiones para más tarde. Por su amor, cariño y generosidad, le doy mis infinitas gracias. Sin ella, sin su apoyo fundamental e incondicional, este libro no habría visto la luz.
Prólogo
Alfredo Sánchez
Nathalie Braux me dijo un día que México —y más específicamente Guadalajara— la había curado de muchos males, por ejemplo, del pánico escénico. Fue aquí donde poco a poco pudo desprenderse del juez interior implacable que la asediaba y le impedía disfrutar del escenario. Cuando llegó a nuestro país ya tocaba, pero fue aquí donde aprendió a gozar de verdad mientras lo hacía ante un público. Al ver hoy su desenvoltura escénica es difícil imaginarse aquellos días de miedo.
Aunque es francesa, Nathalie comparte varias “nacionalidades”: llegó al mundo en Santa Mónica, California y vivió en Estados Unidos hasta los cinco años de edad. La familia se mudó a París, donde Nathalie estudió y se desarrolló en áreas como la teoría musical, la interpretación y la musicología. Llegó a Guadalajara y aquí vivió durante veinte años; recientemente volvió al origen: Estados Unidos.
Yo la conocí en Guadalajara cuando terminaba el siglo XX y comenzaba el XXI. Había llegado a la ciudad poco antes, en 1998. Para su viaje se combinaron una relación amorosa, el hecho de que en París conoció a un grupo de académicos tapatíos y el ofrecimiento laboral de una escuela en Guadalajara. Así que con esos ingredientes tomó la decisión y se aventuró por estos rumbos inciertos. Llegó a trabajar como profesora de música, pronto aprendió a hablar bien el español sin perder, claro, su acento francés. Había estudiado varios años de piano clásico en Francia, pero su instrumento era el clarinete y su música era el jazz. En México también comenzó su relación con el saxofón, instrumento que se convirtió en su cómplice para ganarse la vida.
Seguramente nunca pensó que duraría tanto tiempo en México. El primer año fue difícil mas pronto se acostumbró a la gente, a la cultura, al calor: conoció músicos, tuvo amores y desamores, descifró los vericuetos del idioma y sus dobles sentidos, se adentró en el mundo del jazz, tocó en proyectos de todo tipo, hizo buenos amigos y se fue quedando. También comenzó a interesarse por otras cosas: la gente que tocaba con ella o los músicos conocidos de esa gente.
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