Esther Pascua Echegaray - Señores del paisaje

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Este libro es un estudio revisionista de ciertas asunciones de la historia económica, la historia social y la historia medieval cuando abordan el tema del pastoreo en España. La investigación cuestiona una narrativa dominante que sostiene que la actividad ganadera tuvo efectos negativos como la deforestación y el atraso de la agricultura española. En este libro se propone que los fundamentos comunitarios de la ganadería en la península Ibérica y sus usos colectivos sobre la tierra preservaron una demografía y una explotación sostenida de los montes hasta el siglo xvii que favoreció la reproducción de los pequeños ganaderos junto a los grandes y un paisaje de gran diversidad.

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DOCUMENTACIÓN REGIA Y ECLESIÁSTICA SOBRE GANADERÍA

El problema se vuelve doble cuando se quiere trabajar sobre paisaje y ganadería desde el documento escrito. El mundo de la ganadería es un mundo oral, sin contratos, sin renta escrita, regulado por la costumbre, donde la palabra del pastor se prueba por el número de corderos nacidos, las carcasas de los animales muertos y los quesos o arrobas de lana entregados. El producto de la ganadería se podía comprobar más fácilmente que el de la agricultura, no así el comportamiento de sus protagonistas. Los pastores trashumantes eran extraños para los pueblos y aldeas que atravesaban. Pasaban muchos meses en las montañas, en el bosque, al raso, en lugares inhóspitos, lejos de la casa, del señor, del poder, de la religión. Las promesas y los acuerdos se cerraban de año en año con detalladas obligaciones para asegurar la actividad de estos hombres, pero nada de esto ha dejado rastro en la documentación de casi ninguna institución.

La vida de las comunidades de montaña en la Península Ibérica estaba organizada en torno a la producción ganadera, como han demostrado los trabajos etnológicos de los siglos XIX y XX. La comunicación entre valles, las asambleas para la adjudicación de los animales que se extraviaban, los acuerdos con los pastores por San Juan y el santoral que guiaba el calendario así lo indican. La mentalidad y las creencias de estos grupos estaban marcadas por la naturaleza de su actividad. El uso de ceremoniales mágicos, la decoración profusa del ganado con collares, tatuajes y cencerros, el sangrado y sacrificio ritual de los animales, los ritos de fertilidad y la bendición de los pastos explican parte de la mala reputación de estas comunidades frente a la Iglesia, los señores y las propias villas de pastores ribereños del llano. Eran culturas sin lugar para la palabra escrita.

Sin embargo, se da la paradoja de que las dos asociaciones de ganaderos y pastores más importantes de la Península Ibérica, el Honrado Concejo de la Mesta castellano y la Casa de Ganaderos de Zaragoza, han creado unos volúmenes de documentación desconocidos para otros sectores productivos y sociales de la época. En ambos casos se trata de organizaciones de pastores y ganaderos trashumantes que tuvieron un desarrollo institucional muy elaborado. En ellas se reunían miembros que pertenecían a diferentes comunidades geográficas o socioeconómicas, y pastores que circulaban por varios términos municipales y atravesaban diversas jurisdicciones. Su actividad implicaba el mantenimiento de infraestructuras complejas de caminos, abrevaderos, corrales, pastos y descansaderos que no remitían al mundo del concejo o la aldea y sus términos. Por el contrario, su marco de actuación era el reino, o incluso más amplio, y necesitaban coordinar su actividad con la ganadería estante local. Ambas crearon organizaciones complejas con cargos claramente definidos en sus funciones, con potentes instrumentos jurídicos que les permitieron penetrar en los blindados mundos jurisdiccionales de los concejos y con una clara identidad. En ambas organizaciones, la batería de privilegios estaba completa en los dos primeros siglos de su existencia (siglos XIII y XIV). Estos privilegios atentaban directamente contra los de las comunidades territoriales de sus propios reinos y sus miembros fueron conscientes de la importancia de preservar sus cartas y pergaminos a salvo y conseguir la confirmación de estos por los reyes. Ambas detectaron la superioridad de recursos de poder que les otorgaba la escritura frente a comunidades de ganaderos estantes, de montaña o aljamas de campesinos mudéjares.

El patrón de trashumancia aragonesa y castellana era muy diferente. El primero era urbano y descentralizado, a diferencia del castellano, regio y centralizado. Los concejos castellanos tenían una trashumancia inversa, de la montaña a los pastos de invernada en el llano; mientras que la trashumancia en Aragón era de doble sentido: los zaragozanos trashumaban hacia los Pirineos, hacia los montes Universales y hacia las comunidades de Teruel, y los ganaderos de estas latitudes lo hacían hacia el valle del Ebro. Más importante que lo anterior es que en Aragón la ganadería riberiega y la trashumante fueron siempre un negocio de medianos propietarios, de ganaderos con menos de 2.000 cabezas. En Castilla, los pequeños y medianos ganaderos tuvieron mucho poder en la organización, pero siempre tuvieron que lidiar con fuertes propietarios de ganado.

Otros factores hacen las dos organizaciones similares. En ambas cofradías el fundamento de su legitimidad eran paradójicamente los ancestrales derechos de los vecinos de una comunidad sobre el territorio. En el caso de estas macroorganizaciones, el territorio era el reino y el rey su señor. La Casa de Ganaderos de Zaragoza era un ligallo , una cofradía de ganaderos y pastores cuyo poder derivaba de la idea, desde la conquista de la ciudad en 1118, de que los vecinos tenían abierto el acceso a los montes y términos de la ciudad, y por privilegio regio, a todo el realengo. 5

El Honrado concejo de La Mesta es un caso todavía más claro, pues era un concejo virtual desde su propia titulación. Como todo concejo tenía una asamblea que reunía a los cabezas de familia. Dada la fuerte organización territorial de Castilla, la Mesta era un concejo que pretendió hacer del reino su término municipal. Los miembros de las poblaciones serranas de la Meseta norte que formaban la Mesta lograron un reconocimiento político por parte de la monarquía inusual para una organización popular. Sus privilegios como vecinos y pastores se hicieron valer en todo el reino, hasta el punto de que cuando los riberiegos propietarios de ganado del sur entraron a formar parte de la organización necesitaban tener casa en los concejos del norte para ser miembros con voz (García Martín, 1993: 563).

A pesar de los volúmenes de documentación que ambas organizaciones crearon, al menos la que respecta a la Casa de Ganaderos no describe el paisaje, ni la de los siglos medievales, ni la mucho más concreta y detallada de los primeros siglos de la Edad Moderna. Así, tenemos la paradoja de que una documentación que trata principalmente sobre la gestión y los conflictos en torno a los montes, el agua, los pastos y el ganado no menciona la vegetación, sino en contadas ocasiones, de manera lateral y siempre como hitos en las delimitaciones acordadas con otras instituciones. El tipo de carta que predomina en la Edad Media eran privilegios regios y confirmaciones de pastura universal, pleitos con comunidades de los Pirineos, Moncayo y Teruel-Albarracín por pastos y aguas, prendas de ovejas, inspecciones de abrevaderos y delimitaciones, amojonamientos y pleitos por dehesas y territorios municipales. La documentación de los siglos XVI y XVII se convierte en material estadístico. La cofradía separó los libros de cuentas, los del matadero ( matançia ), las declaraciones que hacían los ganaderos del ganado que llevaban a la dehesa, las asignaciones de fincas a cada rebaño de ganado y las actas de las reuniones anuales de las asambleas de socios. En todos estos libros se puede estudiar la gestión de recursos, pero no los propios recursos. Sin embargo, aunque el paisaje no está descrito, sí está representado.

Cuando se sale del mundo de las organizaciones ganaderas no encontramos muchos textos que mencionen la ganadería. Esta actividad está ausente de casi todos los cartularios monásticos y libros episcopales, así como de la documentación regia en todos los siglos medievales. A pesar de ello, las escasas referencias permiten intuir un mundo en pleno funcionamiento en el que la ganadería informaba gran parte de la organización y las prácticas de señoríos, villas, valles y aldeas.

Merece la pena anotar el caso de la Iglesia de San Pedro de Siresa en el valle de Echo, la documentación más antigua de los valles pirenaicos de la que solo quedan muy pocos documentos en copia de Traggia. Las cartas registran, sobre todo, viñas, pues era un cultivo escaso dado el clima y los suelos, y por tanto apreciado. La temprana donación del conde Galindo Aznar, en el año 867, distingue en las sierras entre estivas, aborrales y corrales. 6 Es decir, los animales del valle, vacas u ovejas subían a puertos escalonadamente según avanzaba el verano, como sabemos por la historia oral del siglo XIX que se practicaba en los Pirineos.

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