Éste es el marco general en el que ubicaremos el tema de las conversiones al cristianismo. Como planteamiento inicial, la conversión no parece ser un buen negocio para sus protagonistas, por cuanto manifestaba el deseo de separación con respecto al grupo religioso al que inicialmente pertenecían. Un acto que denotaba falta de solidaridad y, en buena medida, se interpretaba como una traición inaceptable que expulsaba a las personas de su inicial comunidad, por cuanto ellas mismas se excluían también, de su entorno personal, familiar y humano, rechazándolo de grado o por fuerza. El desarraigo es una dura opción en cualquier tiempo y lugar. De ahí la necesidad, al menos en el ámbito de las leyes, de una firme protección legal a estos convertidos, en Valencia desde Jaime I hasta Alfonso V, que prodigarán amplias leyes donde se contemplaba el mantenimiento de ciertos derechos sobre el grupo mudéjar originario, en particular sobre los bienes y las herencias. Pero unas leyes que también evidencian los límites de esta nueva condición del converso: prohibición de vivir con los antiguos hermanos en la fe islámica, siquiera de conversación. El caso llegó al extremo de una aceptación, en el universo cristiano, del divorcio automático cuando uno de los esposos se convirtiese al cristianismo y el otro no. Una medida claramente excepcional para un matrimonio considerado como un sacramento insoluble y eterno por su naturaleza.
Podemos ver un ejemplo interesante en la historia de Azmet Abenrrajé, mudéjar de la morería de Valencia, convertido al cristianismo en fecha y circunstancias inciertas, cuando adoptó el nombre de su padrino en la nueva fe cristiana, Pere de Centelles. En 1377, trató de convencer a su antigua esposa mudéjar, Axa Algibudí, en estado de gestación bastante avanzado, de que ella debía convertirse también, más aun teniendo en cuenta que el hijo de ambos, que resultó ser una niña, iba a ser cristiano por fuerza de ley. La discusión que provocó tuvo como escenario las calles de Valencia y fue presenciada por numerosos testigos. Una acalorada controversia en unas calles embarradas por la lluvia que terminó muy mal, sobre todo para Axa. Ante la cerrada negativa de su esposa a convertirse, Centelles-Abenrrajé echó mano de un arma corta (un coltell o puñal); después echó a correr y desapareció de la escena, dejándola malherida. Fue atendida por la población del barrio, todos cristianos, a pesar de sus escrúpulos porque era «mora» y por la propia situación. El médico al que la llevaron, ante la gravedad de su estado, aconsejó que fuera conducida a la morería, donde ella y su hija, dado que el parto se aceleró, murieron. Inmediatamente, los mudéjares entregaron la niña difunta al capellán de la iglesia de Sant Nicolau, que la bautizó.
Treinta testigos acompañaron la denuncia que fue presentada por el hermano de la asesinada Axa, pero no sabemos cuál fue la sentencia finalmente dictada por el Justicia Criminal, porque mientras su defensor legal intentaba dilatar con triquiñuelas la presumible condena, Pere Centelles escapaba de la presó comuna , la cárcel municipal de Valencia, y desaparecía. Resultan interesantes algunos de los argumentos vertidos por el procurador de Centelles, que llegó a sugerir que fueron los propios habitantes de la morería los que dejaron morir a Axa, malogrando el nacimiento de la niña, puesto que iba a ser bautizada. 13
En otras ocasiones, encontramos conversiones de esclavos musulmanes o mudéjares, bien para tratar de escapar al yugo servil o bien, sobre todo, para evitar condenas graves por algún delito como el de robo o asesinato. Las noticias sobre esta clase de conversiones, muy poco aceptadas por cierto, jalonan la documentación de la Bailía General del reino de Valencia, y suelen ser recibidas como de escaso crédito desde el lado cristiano. 14
Lo cierto es que la cohesión islámica y la solidaridad entre musulmanes funcionaban bien y con fluidez, como demuestran las continuas ofertas ( profertes ) y compromisos de participación económica en la liberación de esclavos granadinos (por ejemplo, en los años de la guerra y especialmente entre 1487 y 1495) o norteafricanos, habitualmente pequeñas cantidades de dinero ofrecidas por los mudéjares de Valencia para liberar dichos esclavos. En un nivel superior, encontramos aquellos mudéjares que contaban con mayor solvencia económica, y realizaban una práctica considerada básica como fundamento de la fe islámica. Por ejemplo, Jucef Xupió, uno de los mercaderes más destacados de la morería de Valencia y representante de la elite mudéjar, tras abandonar, a partir de 1413, sus fracasadas aventuras políticas (como el apoyo prestado al candidato Jaume de Urgel frente a Fernando de Trastámara en su disputa por el trono aragonés durante la época del interregno, con la indirecta y sesgada colaboración de Yusuf III de Granada) y dejar la dirección de su empresa y de sus múltiples negocios en manos de su hijo, el celebérrimo Alí Xupió, ejerció como médico y daba importantes sumas de dinero para el rescate de cautivos musulmanes y mudéjares −hemos contado unos veinte entre 1414 y 1428−, una prueba de la práctica de la obligación islámica de la limosna ritual voluntaria. 15
Precisamente, la propia familia Xupió ofrece un caso interesante de conversión al cristianismo. Una de las hermanas de Jucef, llamada Anase, se convirtió, desconocemos en qué fecha, de qué manera y por qué, y sus hijos adoptaron el apellido Barceló, aunque por el momento no podamos establecer con seguridad la relación con la familia conversa −pero de antiguos judíos, al parecer−, que trabajó en la gestión de la ceca de Valencia en el siglo XV. Lo cierto es que tras la muerte de Alí, a principios de 1455, los Barceló reclamaron su parte en la herencia de su primo hermano, siendo apoyados en la reclamación por Juan, rey de Navarra y lugarteniente general del reino en aquellos momentos. En aquella ocasión alegaron el derecho de los nuevos convertidos a heredar a sus familiares, aunque profesaran una religión distinta a la musulmana; una normativa sobre conversos de moros que arrancaba de la época de Jaime I y formaba parte de las normas integradas por los Furs . Unos años después, desde 1458, Juan II, padre de Fernando el Católico, sería rey de Aragón y debía mediar en tema tan escabroso, que se zanjó con arreglos privados individuales y con el pago de 30 libras a los aspirantes a la herencia. 16
El argumento de la conversión, así como los límites de ésta, como pretexto para otros fines, como el robo y el saqueo de los mudéjares, se manifestaron con toda su crudeza en el asalto a la morería de 1455. En la campaña previa, un agente y agitador, conocido como Cervares −que tendrá unos años después, en la revuelta de los catalanes, un papel similar−, se dedicaba a soliviantar a la población cristiana contra los moros de la ciudad y su morería, mostrando una bula (calificada de freta e malvada ) otorgada supuestamente por Calixto III, recién elegido papa (el primero de los Borja valencianos en el solio pontificio), en la que se concedían numerosas indulgencias a los que participasen en el asalto. Pero el móvil proclamado para realizar la agresión, la «conversión de los moros», fue sólo un pretexto para perpetrar el saqueo de una morería cuyos habitantes gozaban una situación económica relativamente buena gracias a las importantes actividades económicas que había desarrollado, particularmente en los contactos con los puertos norteafricanos y con el propio reino de Granada. 17 No por casualidad, obtuvimos esta información cuando volvió a detectarse otra vez en Valencia a Cervares, hacia mediados de 1460, propagando por la ciudad todo tipo de habladurías respecto al conflicto catalán, que entonces se encontraba en sus prolegómenos, con la detención, por orden de Juan II, de Carlos, príncipe de Viana. Los Jurats de Valencia, tras explicar al monarca los antecedentes que hacían del aludido uno de los inductores directos del asalto de la morería en mayo de 1455, le informaban de que ahora volvía a la carga con nuevas murmuraciones. Según los munícipes, Cervares afirmaba, e iba propalando por la ciudad, que el gobernador de Catalunya, Galcerá de Requesens, ayudado por conversos judíos, había entrado en Barcelona con dos mil soldados gascones para imponer nuevamente a la Busca en el gobierno municipal de aquella ciudad. Los jurados añadían que habían intentado apresarlo, pero Cervares se había vuelto a escurrir mientras su mujer afirmaba que había sido asesinado por los conversos de Valencia. Unos meses después fue localizado en Almenara, población que pertenecía al término de la ciudad, hasta donde el justicia criminal se había desplazado para detenerlo, pero de nuevo desapareció. Al parecer, Cervares contaba con buenos padrinos. 18
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