AAVV - En el primer siglo de la Inquisición española

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En los tiempos inmediatos a su creación por los Reyes Católicos, el Santo Oficio de la Inquisición era un organismo poco articulado pero muy dinámico. Durante los siguientes cien años, evolucionó progresivamente hasta convertirse en una institución. Por el camino fueron quedando las víctimas, sobre todo las dos grandes minorías religiosas, judíos y musulmanes, a quienes la conversión al cristianismo, voluntaria o forzosa, puso a los pies de los caballos; pero también esa concepción medieval de la autonomía política que hacía del foralismo un escudo frente a las injerencias del poder monárquico. Las fuentes documentales que permiten analizar esa evolución proceden de los archivos inquisitorios y de fondos regios. Este volumen recoge las experiencias que medievalistas y modernistas de España y Francia han recabado en el terreno de estudio de la primera Inquisición.

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MUDÉJARES, CONVERSOS E INQUISICIÓN EN LA VALENCIA DEL SIGLO XV 1

Manuel Ruzafa García

Universitat de València

Una de las cuestiones básicas relacionadas con el establecimiento del Tribunal del Santo Oficio en Valencia, nos plantea el hecho de que su instauración en nuestras tierras iba a tener lugar en un medio donde existían otras comunidades no-cristianas. Nos referimos, concretamente, a la presencia de dos colectivos religiosos muy destacados: judíos y mudéjares. Dos minorías presentes en Valencia en época medieval, el grupo hebreo y la comunidad islámica, ambos de origen y referencia semita, en principio, aunque claramente diferenciados entre sí y con respecto a la comunidad dominante de los cristianos por su fe, cultura, mentalidades, costumbres, hábitos y civilización en general.

Ambos colectivos sociales y religiosos eran efectivamente un componente importante en nuestro entorno, contando con una activa aunque minoritaria presencia en la sociedad valenciana del Cuatrocientos. Si bien fueron instalados −y se encontraban− en un espacio social de exclusión, ambas comunidades diferentes de la cristiana no habían podido resultar completamente condenadas a la invisibilidad por causas diversas. Ello, a pesar de los intentos de algunos sectores y personas, pertenecientes a la sociedad hegemónica cristiana, por conducirlos al silencio del ostracismo ideológico y real. Era una clara muestra y signo de dominación de una triunfante y arrolladora sociedad que tendía a ser unitaria y cerradamente cristiana en cuanto a sus formas de vida y de pensamiento.

El lento pero evidente triunfo de la actuación inquisitorial coadyuvó a la resolución del conflicto, colaborando en la progresiva eliminación de judíos, mudéjares y moriscos de la escena social hispánica tras haber desatado su primera acción contra los grupos de nuevos convertidos, que fueron aniquilados o simplemente sometidos a una dura represión. El fin último, ejecutado por la institución inquisitorial, apuntó a solucionar definitivamente el doble problema planteado. Por un lado, por los conversos, peligroso elemento intermedio, en cuanto a fe y creencias, tal y como lo perciben y representan en medios cristianos a través de las propias actuaciones del Santo Oficio, y, por otro lado, la misma existencia y presencia de judíos y musulmanes, unas comunidades de religión no cristiana.

Resulta lógico suponer que el objetivo inquisitorial se centraría con mayor intensidad sobre estas comunidades, aprovechando además su condición de sometimiento y subordinación, tanto o más que sobre el propio grupo de los conversos. Se trataría así de romper viejos vínculos ancestrales y evitar, a la vez, toda posible interacción entre antiguos correligionarios. Pero la maniobra del Tribunal siempre apuntó al eslabón más débil, los conversos, por cuanto era la justificación de su propia existencia, y como una clara evidencia de que apuntaba a una actuación de mayor calado que terminó, finalmente, con la disidencia religiosa en la Península, condenando toda disconformidad ideológica y religiosa a la persecución, la clandestinidad y el ostracismo social.

Ciertamente, los conversos eran, en principio, cristianos, aunque la presunción de duda sobre la sinceridad de su fe siempre se mantuvo en medios cristianoviejos. Este recelo parece que intente acallar e imponerse a la discusión y a las vacilaciones acerca del procedimiento que se había empleado en su conversión, ejecutado normalmente bajo la presión social, la amenaza y la violencia. De ahí que judíos y musulmanes fueran, para los medios dirigentes cristianos, un referente fundamental y un «enemigo» a vigilar −si no a eliminar−, para impedir el regreso a su antigua fe de estos «nuevos convertidos», ya fuese su procedencia de mudéjares, ya, de manera más habitual en tiempos bajomedievales, de hebreos. Algo que, sin embargo, no sucedió así, mostrando acciones sociales diferentes según el grupo sujeto al control y a la vigilancia del Tribunal. Por tanto, el objetivo fue neutralizar a los conversos, no a judíos ni a moros que, en principio, se encontraban amparados por los pactos, la tradición social interreligiosa y sus propios estatutos diferenciales.

Ciertamente esta presencia, documental o percibida, de judíos y «moros», resistía en virtud de su propio estatuto, reconocido por la sociedad cristiana hegemónica, ya en medios eclesiásticos, ya laicos, dándole desde luego una acepción matizada y contextualizada a este último término. Una condición que parece afianzar la resistencia cristiana a perder, como se vio en coyunturas particularmente concretas, su dominio social.

Así pues, esta permisividad, protectora pero también discriminatoria, hacia los individuos de las «otras» dos religiones, además rivales, se vio reflejada tanto en la legislación como en el terreno de las costumbres y de las relaciones sociales interreligiosas, admitiendo un «estado» para hebreos y musulmanes, pero siempre bajo unas condiciones otorgadas por la propia sociedad cristiana tras la conquista. 2 Hacemos referencia aquí a unos escenarios que no dejaron de evolucionar en los siglos bajomedievales; aunque dichos cambios siempre estuvieron mediatizados por las diversas respuestas que la sociedad cristiana dominante impuso en cuanto a la propia inter-pretación y resolución de los conflictos, alterando la esencia originaria del mismo estatus legal de ambas comunidades. 3

Se trata de un hecho que suele ser presentado como una práctica social de carácter tradicional, consuetudinario y, en cierto modo, adecuado a su momento histórico peninsular durante la Edad Media. Esta pluralidad religiosa se presenta como una característica que ha sido considerada siempre como específicamente propia de la sociedad medieval, y se ha venido señalando como un factor de convivencia, si bien su naturaleza y carácter no siempre sean percibidos de manera unánime, ni por las sociedades que los vivieron, ni por los estudiosos que lo han analizado. 4 De ahí el objetivo último de la acción inquisitorial, que apuntó siempre a la liquidación de esta situación social de diversidad religiosa, por cuanto, en última instancia, perturbaba la uniformidad, la hegemonía y el dominio cristiano sobre su propia sociedad, a la que terminará por darle un signo de identidad marcado y unánime en la fe de Cristo, exclusivamente propagada por su Iglesia que −ahora sí− se verá amplificada e incluso proyectada a una constante presencia y una continua permanencia en la evolución social del medio sobre el que actuaba. Se cerraba así un capítulo social entendido como confuso.

La característica convivialidad de las comunidades y grupos religiosos hebreo e islámico en las sociedades cristianas, prolongada en el tiempo a partir de la conquista, tampoco resultaba exclusiva del medio social valenciano, sino que se extendía también al conjunto de la Península Ibérica medieval. Sus causas y raíces se explican por la propia expansión territorial de los reinos cristianos en las tierras de Al-Ándalus, para el caso mudéjar, y en la continua cohabitación de las comunidades hebreas entre cristianos, y también musulmanes, para el caso judío. La continuidad en cuanto a la presencia de ambos grupos entre las sociedades cristianas no dejó de manifestar tensiones y conflictos internos, tan destacables como la propia característica así como los perfiles concretos de una habituales relaciones de sociabilidad de carácter pacífico y cotidiano, más esquivas al investigador, no se olvide, que los conflictos específicos. 5

En el seno de la ideología cristiana y sus protagonistas, se muestran dos posturas que representarán opciones, tradiciones y actitudes diferentes. Una problemática clásica muy debatida hasta hoy, generando notables y continuas polémicas historiográficas de gran influencia en la investigación histórica, aunque de escasa resolución epistemológica. De ahí su renovada y cíclica discusión bajo planteamientos diversos, aunque convergentes todos ellos en el fondo del debate. Las actitudes y las propias posturas ideológicas que contienen se pueden resumir en dos posiciones. Por una parte, la propia de la aceptación de esta interrelación entre grupos confesionales bajo el paraguas protector de la legislación real, la colaboración de la Iglesia y el consenso de los grupos sociales dirigentes. Una actitud pragmática aunque, a la larga, conflictiva, por cuanto pasaba por la clara subordinación de los grupos minoritarios, hebreos y musulmanes, convertidos así en auténtico tesoro real que justificaba la «conveniencia» de su propio mantenimiento y protección. Por otra parte, la tendencia, bien palpable conforme avanzamos en el siglo XV, a una progresiva igualación ideológica cristianizadora. Era la consecuencia última −y más o menos lejana en el tiempo− de la resolución del proceso de conquista cristiana y expansión occidental que significaba, como así sucedió en la Península Ibérica, la expulsión o la absorción por la sociedad cristiana de las comunidades minoritarias hebrea y musulmana. Una expresión clara del cierre ideológico del conjunto de la sociedad cristiana hacia las personas, confesiones e ideologías calificadas como «diferentes»; y evidentemente, un signo de reafirmación identitaria de la sociedad cristiana con un denso carácter excluyente con relación a los «otros», los inasimilables seguidores de las dos grandes religiones monoteístas mediterráneas con presencia en nuestras tierras.

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