AAVV - La polémica sobre la cultura de masas en el periodo de entreguerras

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Este libro pretende ilustrar el debate sobre la cultura de masas en su momento inaugural y sin duda más apasionado: el periodo de entreguerras del siglo pasado. Los textos elegidos, todos inéditos hasta ahora en español excepto uno, vienen comentados y anotados por especialistas en la materia para acercarlos al lector de hoy. Se reúnen en este volumen textos que pertenecen a pensadores, críticos y creadores que reflexionaron sobre el auge de la cultura de masas, sus causas y sus efectos. No es exagerado decir que se trata de textos donde se gestan las categorías que ordenarán durante el siguiente medio siglo la reflexión sobre la cultura, así como el papel que juega en ella el «intelectual»: ocio de masas (Kracauer), reproductibilidad del arte y la cultura (Collingwood), perfiles y niveles culturales (Priestley y Woolf), incluso una teoría del receptor y los efectos (Adorno).

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Esa nueva situación, que ha sido llamada postmasiva -por seguir con la moda del prefijo de marras antepuesto a casi cualquier categoría de las ciencias sociales y humanas, y que no puede ser desvinculada de sus parientes cercanos postindustrial y postfordista - ha sido bien estudiada y explicada, pero parece claro que no es algo que afecte exclusivamente al consumo de cultura. Se diría que eran los productos culturales los que exigían una más acelerada rotación, que era el consumo cultural el más necesitado de nuevos estímulos: tramas, personajes, formatos, soportes. Y ello porque, siendo esos productos inagotables en cuanto a su fruición (y por lo tanto susceptibles de constituir un catálogo y alimentar un consumo long tail ), esa inagotabilidad no era incompatible, sino que en cierto modo era solidaria o funcional, con la exacerbación del prurito de nuevos consumos, con el deseo movilizado de nuevos libros, películas, canciones.

Ahora bien, no es sólo el producto cultural el que padece esa aceleración. Es todo el rango de los bienes y servicios puestos en manos de los usuarios y consumidores los que han asumido las estrategias pseudoindividualizadoras de la industria cultural. Es la Industria Cultural la que ha enseñado de vuelta al resto de industrias a diferenciar sus productos con matices cada vez más nimios pero más decisivos para el consumidor, la que ha sabido, haciendo de los símbolos su producto, mostrar al resto de industrias que debían hacer otro tanto, por muy utilitario y prosaico que fuera éste. Pero esa nueva situación, que a grandes rasgos se gestó tras la Segunda Guerra Mundial, es ilustrada por otros autores y merecería un tratamiento que excede el propósito de estas páginas.

1. Sobre el debate acerca la cultura de masas, cfr. las recopilaciones ya clásicas de Rosenberg y White (1958) y Jacobs (1959) y el libro de Hall y Whannel (1965). En español son imprescindibles la edición de Dorfles (1973) y las recopilaciones de MacDonald y otros (1969) y Bell y otros (1979). Sendas revisiones y puestas al día muy interesantes del concepto de «cultura de masas» las encontramos en el n.º 9 de la revista Cuadernos de Información y Comunicación (2004), editada por la Universidad Complutense de Madrid, y en el n.º 290-1 de la Revista de Occidente (julio de 2005), dedicadas ambas monográficamente a este tema. Por parecernos de especial interés, recomendamos también las monografías de Carroll (2002), Pardo (2007), Busquet (2008) y Carey (2009). Entiéndase lo anotado como un breve apunte bibliográfico sobre la discusión crítica acerca de la cultura de masas, sus defensores y detractores –sobre todo en los textos de los cincuenta, sesenta y setenta. No podemos abordar aquí ni siquiera una bibliografía mínima sobre los análisis de productos de la cultura de masas (literatura popular, radio, cine, televisión, etc.) que han proliferado en los últimos treinta años.

2. Sobre las definiciones de «cultura», cfr. Williams, 1976, 1994 y 2008. Cfr. también Cuche, 1996; Sini 1993: 52-60; Martínez Sauquillo 1997: 173-195. Una panorámica del estado de la recorded culture o «cultura documentada» a finales del siglo XX lo encontramos en Crane, 1992.

3. Sería sin embargo injusto pensar que la segregación de una minoría de elegidos de una turbamulta de condenados (eso quiere decir segregar: separar de la grey) es asunto de la cultura judeocristiana. En los mismos orígenes del pensamiento griego Heráclito distinguía ya entre una elite moral e intelectual (los aristoi , es decir, «los buenos») y una masa conformista y sin ánimo de pensar y esforzarse (los polloi , «los muchos»). Y en Platón la dicotomía podría quizá encarnarse en los términos Urania o Celeste contra Pandemia , y se halla en El banquete . Bien es cierto que allí los términos se refieren a dos tipos de amor, pero quizá no sea descabellado intentar su transposición al «amor» por la cultura y el conocimiento. El amor, como argumenta Pausanias en el diálogo, no se dice de una sola manera, sino de dos al menos, como corresponde a las dos Afroditas: una es la Afrodita Urania o Celeste, la más antigua, la que se dirige a la inteligencia y al espíritu, y la otra la Afrodita Pandémica o popular, que es sensual y hasta brutal, del goce inmediato. La primera aspira a lo mejor, en una búsqueda con perfeccionamiento; la segunda en cambio «ama sin selección», ansía la variedad, el deslumbramiento momentáneo y efímero. La primera es la vía que toman los hombres egregios, la segunda la de los hombres vulgares, por emplear la versión orteguiana del arquetipo. Como es obvio, Platón aboga por la Celeste, la que inspira el genuino «amor platónico».

4. Aunque también, no lo olvidemos, alentaba una esperanza: era, desde otro punto de vista, sin duda minoritario, una forma de auspiciar una sana rebeldía contra toda forma de elitismo y aristocratismo cultural, al abogar por la democratización de la cultura. Para encontrar una defensa de la «masa» en su dimensión cultural sería necesario recurrir a algunos textos del Proletkult de Alexander Bogdanov o del productivismo de Boris Arvatov de los años veinte (Bogdanov, 1924; Arvatov, 1973).

5. Quizá Ortega fue el crítico de la sociedad de masas que mejor y más coherentemente conjugó ambas posiciones: para él el hombre vulgar, el hombre masa, no distingue el goce estético del resto de sus apetitos vitales, de ahí que se afane en satisfacerlos al tiempo con determinación finalista (la consecución de la risa o el llanto) y con economía de recursos (la ley del mínimo esfuerzo), lo cual no hace sino confirmar que el hedonismo, contra lo que se cree, no es dispendio y debilidad, sino también ahorro y cálculo. El hombre selecto, en cambio, no lo es por nobleza de sangre o posesión de rentas, sino por su severa autoexigencia, que ve recompensado el esfuerzo con goces inalcanzables para la masa satisfecha (Ortega y Gasset, 1991 y 1998).

6. Lynes ofrece un retrato del middlebrow prototípico: «lee memorias y biografías por entregas, acude a las inauguraciones de exposiciones artísticas y a estrenos teatrales, posee algunos óleos, pero también reproducciones a color de cuadros de Cézanne o Toulouse-Lautrec, su casa está decorada según los dictados de la moda tal y como se recoge en las revistas del ramo, frecuenta mercadillos o rastros donde compra bibelots o lámparas antiguas, su biblioteca acoge best-sellers, que lee más con curiosidad que con interés, posee primeras ediciones firmadas por sus autores y antologías poéticas y está suscrito a revistas culturales» (Lynes, 1954: 321-322).

7. Dwight MacDonald escribió en 1944 un artículo clásico, «A Theory of Popular Culture» que reescribió cinco años más tarde con el título «A Theory of Mass Culture», en un significativo cambio terminológico al tiempo que radicalización crítica. MacDonald siguió revisando su texto, que alcanzó en 1955 una redacción más elaborada y extensa, donde ya exponía una nomenclatura que hizo fortuna, masscult y midcult . La equivalencia o alternancia de los términos «masivo» y «popular» se mantuvo en la que quizá siga siendo la más completa recopilación de textos sobre la cultura de masas, a pesar de remontarse a finales de los años cincuenta. La antología se tituló Mass Culture. The Popular Arts in America (Rosenberg y White, 1958). Sobre la precisión del término «popular culture» en la tradición anglosajona, con deslindes muy pertinentes, nada mejor que recurrir al artículo de Stuart Hall «Notas sobre la desconstrucción de ‘lo popular’» (Samuel, 1984: 93-110). Cfr. también Storey, 2003.

8. El rescate de esas culturas precoloniales sin duda se vio favorecido por el impulso del turismo y de la búsqueda del sabor local, como sucedió con las fotografías y documentales de carácter antropológico de Edwin S. Curtis en In the land of the Headhunters (1914) y de Robert Flaherty en Nanuk el esquimal (1922). Con respecto a los negros de Norteamérica cabe citar los trabajos de Alan Lomax Negro Sinful Songs (1939 –disco–) y Negro Folksongs sung by Leadbelly (1936 –libro–). En cualquier caso, se trata de folclore mediado industrialmente.

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