AAVV - Las izquierdas en tiempos de transición

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La crisis terminal del franquismo estuvo marcada por la dialéctica entre la movilización social impulsada por la oposición de izquierdas para forzar la «ruptura democrática» y los intentos de parte del personal del régimen de llevar a cabo una «reforma» más o menos limitada. Para contribuir a un mejor conocimiento de una realidad sobre el cambio político en España, el presente volumen recoge aportaciones de distinto carácter sobre las izquierdas en los años setenta. Tras una mirada a los países de la Europa meridional, se aborda el papel y la acción del PSOE, el PCE y la izquierda revolucionaria. Siguen un análisis del movimiento sindical a lo largo de la transición, una visión del particular y complejo panorama de las izquierdas vascas y, cerrando el volumen, tres textos centrados en aspectos específicos de la acción cultural, institucional y movilizadora de las izquierdas en Cataluña.

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«LA DEBACLE»

Hay crisis interna o dudas que todavía no se expresan fuera del partido. Sin embargo, en las preparaciones de los congresos que se organizan cada 24 o 30 meses, el debate interno se puede desbordar. El congreso que acabará siendo el de las disonancias es el XXII, que tiene lugar en febrero de 1976. Son múltiples. Las críticas dirigidas al Partido Socialista se multiplican y, dentro del partido, las fuerzas conservadoras y las reformistas se enfrentan. El elemento más llamativo es el abandono por el Partido Comunista de la dictadura del proletariado como concepto. Mientras las discusiones en las agrupaciones prosiguen sobre otros temas, en enero los comunistas se enteran por la radio y por la boca del secretario general de que el partido va a decidir este abandono: «La dictadura del proletariado no coincide con la realidad de nuestra política ni de lo que proponemos hoy al país». 54Las críticas se multiplican desde los que ven en ello un gesto de pura demagogia teórica y política hasta los que no aceptan que las cosas no se debatan internamente antes de pasar por la vía de los medios de comunicación. En cierto modo, a muchos comunistas no les gusta enterarse por la radio de lo que va a decidir el congreso. Las protestas vienen primero de filósofos comunistas como Louis Althusser, Étienne Balibar o Georges Labica. La falta de respeto a la disciplina interna y la aparente soltura con la cual el secretario general utiliza los medios de comunicación para orientar los debates del congreso van a crear un doble movimiento: aprobación plebiscitaria por una parte y crítica al método por otra. La crítica sobre el fondo de la validez del concepto de «abandono» y sobre el método la debemos a Louis Althusser, que publica una conferencia impartida en diciembre de 1976 ante el círculo de filósofos de la UEC de la Sorbona. El título de este corto texto es clarísimo: 22ème congrès . 55Afirma primero que «el abandono» del concepto es más bien un sacrificio simbólico que en realidad significa, sin expresarlo claramente, que los comunistas franceses rechazan el modelo estalinista de socialismo. De paso, indica que abandonar un concepto no tiene sentido, que ningún concepto científico puede ser objeto de una decisión política. Otra crítica recae sobre algo que Althusser apunta: si se abandona uno de los pilares de la teoría marxista, se hace patente la obligación de transformar el partido abandonando sus prácticas, 56y entonces habrá que examinar de nuevo otro concepto que rige el partido revolucionario: el centralismo democrático, o por lo menos su forma burocrática, la que rige el partido francés. Aceptar las diferencias, reconocer que «una parte del aparato del partido dispone de todos los medios materiales para pensar en lugar de los militantes». Dice Althusser:

Está claro que existen en el partido nuevas aspiraciones, nuevas exigencias para nuevas formas de expresión, de comunicación, de información, de intercambio de experiencias, de discusiones y debates.

Este texto tiene efectos considerables porque va a justificar que muchos miembros del partido critiquen los métodos del grupo dirigente y se expresen fuera del partido. Se va a desatar entonces una batalla entre la cúpula del partido y formas variadas y divergentes de disidencia teórica y política.

Mientras tanto, Portugal y España están en plena transición política. Nace una idea rigurosamente contemporánea a aquellas transiciones, idea que quedará periférica en el PCF, a pesar del interés que suscitó en España e Italia: el eurocomunismo. Las reticencias son claras: el PCF ha definido una vía nacional al socialismo y, por consiguiente, a pesar de reconocer «convergencias», reafirma que las estrategias tienen que ser nacionales. En el discurso que Georges Marchais pronuncia en Madrid en marzo de 1977, insiste más en las diferencias: «Las situaciones en que luchamos son diversas. Las respuestas que necesitan tienen que ser diferentes». 57El concepto ha dejado algunos trabajos interesantes, entre los que destaca el de Fernando Claudín, cuya traducción al francés publica la editorial Maspero el mismo año. 58

LA RUPTURA

El tema del eurocomunismo se superpone al debate interno al PCF. El grupo dirigente dispone de medios de control muy potentes y una vieja tradición antidemocrática que conlleva el uso de toda clase de maniobras, chantajes y descalificaciones –práctica de filtrado de candidatos a cualquier tipo de responsabilidad, aislamiento de camaradas sospechosos de divergencia– que se creían abandonadas desde el año 1970 y la exclusión de Roger Garaudy. Claro que ahora no hay exclusiones, pero sí un control férreo de todas las estructuras de base: agrupaciones, secciones y federaciones. Mientras tanto, la unión de la izquierda y el programa común viven momentos difíciles. La voluntad de reequilibrar la relación de fuerzas entre los dos partidos se hace cada día más clara en el Partido Socialista. Es decir, que, a nivel político, en la izquierda supuestamente unida, se abre una lucha despiadada por la hegemonía. En 1977 las elecciones municipales permiten a la alianza de la izquierda ganar varios grandes municipios. Como se perfilan las elecciones al Parlamento para la primavera del año siguiente, los comunistas proponen que se actualice el contenido del programa común. Desean darle un contenido más social, nacionalizar grandes sectores estratégicos (siderurgia, energía y automóvil). La ejecutiva de la CGT apoya esta demanda y subraya la necesidad urgente de nacionalizar los grandes grupos financieros desde el principio de la legislatura «para asegurar la coherencia y los medios de un nuevo crecimiento». Se negocia entre finales de mayo y finales de julio, los socialistas quieren limitar el número de empresas nacionalizables así como el principio de la nacionalización al cien por cien de sus activos. Proponen modular la participación del Estado. Hay otros motivos de desacuerdo pero su base es social y económica. Las negociaciones entabladas en mayo se interrumpen y se rompen definitivamente el 22 de septiembre. La ruptura no supone el final de los acuerdos electorales ni tampoco el abandono formal del programa común, pero indica que la lucha por la hegemonía dentro de la izquierda toma rasgos distintos. Dentro del partido se percibe cierto malestar, que va a amplificarse en la preparación del XXIII Congreso, previsto para finales de 1978. En la primavera, la izquierda va unida a las elecciones al Parlamento, por lo menos en la base de los acuerdos de 1965. Los partidos de izquierda progresan en términos de escaños, pero el PCF, aunque pase del 20%, resultado en cierto sentido satisfactorio, queda por detrás de la izquierda reformista, que lo supera en casi 4 puntos y unos treinta escaños. El malestar que evocábamos va a concentrarse en la preparación del congreso de mayo de 1979. Por una parte, las críticas contra el Partido Socialista siguen muy vivas, pero por otra se mantienen relaciones de tipo electoral, como se ha visto en las últimas elecciones. Como dice Bernard Pudal, se ha formado una pinza entre el bloqueo estratégico de la alianza política que no podía tener otra perspectiva que la reunificación a largo plazo de los partidos de la izquierda, y el aggiornamento que ya estaba en marcha y que podía acabar por el cuestionamiento del «cuerpo partidista». 59Este se desata en los meses anteriores al congreso. La ruptura de las negociaciones y el malestar ya instalado entre algunos sectores de militantes por la conducta del congreso anterior hacen de este periodo el momento en que la crisis interna, constantemente minimizada por la dirección, adopta un carácter masivo y sistemático.

Dos hechos son emblemáticos de la crisis interna. El primero es una iniciativa del Buró Político: invitar a cuatrocientos «intelectuales» del partido a discutir en un encuentro bilateral supuestamente bastante informal, para «valorar lo que es la aportación específica de los intelectuales y proceder a un intercambio de pareceres». Esta reunión se hace a principios de diciembre y el periódico L’Humanité se hace eco de los debates dando resúmenes de las distintas intervenciones, pero de manera controlada. La iniciativa, además de ser extraña por su forma (¿por qué cuatrocientos?, ¿por qué estos y no otros?), supone que los problemas vividos por el partido son problemas que no vienen de la base obrera y popular, sino que son preocupaciones esencialmente propias de intelectuales. Tras una larga intervención introductoria de Georges Marchais, los presentes, disponiendo de muy poco tiempo, van a presentar algunas de sus críticas o interrogantes. No todas las intervenciones son críticas, puesto que los criterios de elección de los invitados son selectivos. Ante la escasez de la reproducción de aquellas intervenciones en L’Humanité y en La Nouvelle Critique , diez de los presentes publican el texto completo de sus intervenciones en la pequeña colección «Débats communistes». 60Las intervenciones críticas que podemos leer en este libro tratan no solo de temas políticos y estratégicos, sino también del funcionamiento interno del PCF. Algunos se preguntan si tras la ruptura de la unión de la izquierda el partido dispone todavía de alguna estrategia, y si una de las fórmulas del texto preparatorio del congreso («el balance globalmente positivo de los países socialistas»), reafirmada por Georges Marchais en un artículo publicado en L’Humanité el 13 de febrero de 1979, 61más que una apreciación fundada en criterios serios, es la señal de un gran paso atrás en el proceso de aggiornamento . El segundo hecho que cierra definitivamente el periodo es el apoyo político dado a la Unión Soviética cuando sus tropas entran en Afganistán. Como siempre, de este apoyo se enteran los comunistas por televisión y de la propia boca de Georges Marchais, en directo desde Moscú, el 11 de enero de 1980. Las disidencias y renuncias se multiplican y no afectan solo a «intelectuales», sino también a cuadros intermedios del partido, a responsables de federaciones territoriales importantes, la de París y de su extrarradio, pero igualmente a muchos sectores de implantación histórica del PCF. Muchos comunistas anónimos se van sin expresar motivos. Lo dejan miles de comunistas, en aquellos primeros meses de 1980; ruptura ideológica, estratégica y generacional.

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