LAS SOMBRAS
DE LA TRANSICIÓN
EL RELATO CRÍTICO
DE LOS CORRESPONSALES EXTRANJEROS
(1975-1978)
LAS SOMBRAS
DE LA TRANSICIÓN
EL RELATO CRÍTICO
DE LOS CORRESPONSALES EXTRANJEROS
(1975-1978)
Marcel Mauri, Ruth Rodríguez-Martínez,
Tobias Reckling, Francesc Salgado, Christopher Tulloch
Jaume Guillamet (ed.)
UNIVERSITAT DE VALÈNCIA
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© Los autores, 2016
© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2016
Publicacions de la Universitat de València
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Ilustración de la cubierta: Prensa internacional
Maquetación: Textual IM
Corrección: Pau Viciano
ISBN: 978-84-9134-034-8
ÍNDICE
INTRODUCCIÓN: «MISSION TO MADRID»
I. ADIÓS ADELANTADO A FRANCO
El general Franco cierra el camino
El príncipe que no dice nada
El hombre que finalmente murió
II. DUDAS SOBRE EL REY
El último bastión contra el monarca
El desafío catalán
Un vacío peligroso
Un rey para la democracia
III. HABILIDAD DE SUÁREZ
Amnistía limitada
Amenaza terrorista a la reforma
España da el paso
IV. ELECCIONES BAJO PRESIÓN
Vía tempestuosa hacia la democracia
La fase más delicada de la transición
Tan limpias como se puede esperar
España ha escogido el centro
V. CONSTITUCIÓN MAL CERRADA
Reservas entre los Nueve
El ejemplo catalán
La complejidad del problema vasco
Un aniversario silencioso
Sí, pero
EPÍLOGO: LA LLAMADA DE EUROPA
APÉNDICES
Listas de corresponsales, enviados y articulistas
Otros periodistas y articulistas citados
Cronología de la Transición
Índice onomástico
INTRODUCCIÓN: «MISSION TO MADRID»
Martha Gellhorn regresó a Madrid tras la muerte de Franco, producida el 20 de noviembre de 1975. Con 67 años cumplidos, la legendaria corresponsal estadounidense esperaba revivir las emociones de la Guerra Civil, que cubrió junto al que más tarde sería su marido, Ernest Hemingway, y otros célebres reporteros como John Dos Passos, André Malraux, Herbert Matthews o Robert Capa. Gellhorn Esperaba encontrar más acción en las tensiones políticas y sindicales de las primeras semanas de la Monarquía. En vano le pedía a Tom Burns Marañón, 1 por entonces joven reportero hispano-británico de la agencia Reuters, que la llevara a la cárcel de Carabanchel y a todas las manifestaciones.
No fue el único caso. Otros periodistas extranjeros llegaron a España con el temor a que se desencadenarban duros enfrentamientos, incluso una nueva guerra civil. Varios corresponsales estadounidenses llegaron directamente desde la larga guerra de Vietnam, que estaba tocando el final. James M. Markham ( The New York Times ), tras pasar por Laos, Tailandia, Camboya y Beirut, se hizo cargo de la delegación en Madrid, como relevo de Henry Giniger, que antes había estado en México y Chile, donde cubrió el golpe de Pinochet, en 1973. A la misma delegación se incorporó el alemán Henry Kamm, fogueado en Asia y África, mientras que Flora Lewis, otra veterana de Vietnam y las guerras arabo-israelíes, viajó como refuerzo desde la corresponsalía en París.
Uno de los veteranos de Vietnam de más renombre fue Malcolm Browne, antiguo jefe de la delegación de Associated Press en Saigón. Junto con Peter Arnett, Neil Sheehan (United Press International) y David Halberstam ( The New York Times ) formaron el llamado «Vietnam brat pack» o banda de revoltosos de Vietnam, acusada por el Pentágo de haber «perdido la guerra» para los Estados Unidos. Pese a ello, obtuvo un premio Pulitzer, que añadió al premio World Press Photo de 1963 por la imagen de la auto-inmolación del monje budista Thích Quảng Dúc. Tras salir de Saigon, Browne viajó a Suramérica antes de ser enviado en otoño de 1975 a cubrir la enfermedad definitiva de Franco.
Diversos corresponsales norteamericanos y europeos en los inicios de la Transición procedían de otras zonas calientes del globo. Jim Hoagland ( The Washington Post ) procedía de Beirut y la guerra del Líbano y antes había recibido un premio Pulitzer por sus reportajes sobre el régimen de apartheid sudafricano. Paolo Bugialli 2 ( Corriere della Sera ) había estado en Oriente Medio y África, y Mimmo Càndito ( La Stampa ) en los disturbios de Irlanda del Norte.
Marcel Niedergang ( Le Monde ), que ya había comenzado a ocuparse de España, era especialista en Latinoamérica, como Richard Gott ( The Guardian ), que había estado también en Chile. John Hooper, del mismo diario, se había estrenado en la Guerra Civil de Nigeria y la invasión turca de Chipre tras un golpe de estado pro-griego. Los enviados a la revolución portuguesa de abril de 1974 viajaron a menudo desde Lisboa durante los últimos meses de vida de Franco, como James MacManus y Peter Niesewand ( The Guardian ) o, más tarde, Jimmy Burns y Diana Smith ( Financial Times ).
Un total de 419 corresponsales y enviados de todo el mundo –incluyendo agencias, prensa, radio y televisión– se acreditaron ante el Ministerio de Información y Turismo 3 para asistir al funeral de Franco, el 23 de noviembre de 1975. Se puede estimar entre 120 y 140 el número de los periodistas acreditados permanentemente hasta junio de 1977, fecha a partir de la cual no se dispone de datos. Como en 1936, España volvía a estar en el foco de la atención internacional. España volvía a ser noticia, evocando el título dado por José Mario Armero al primer libro 4 sobre el papel de los corresponsales extranjeros en la Guerra Civil, publicado en 1976. A medida que pasaron las semanas fue cundiendo la esperanza que esta vez la noticia sería positiva.
La extraordinaria afluencia de corresponsales durante la Guerra Civil fue un paréntesis excepcional de la limitada atención que la prensa internacional concedió tradicionalmente a España. A partir de 1939, sólo las agencias internacionales mantuvieron oficinas abiertas en Madrid y los grandes diarios se valieron de corresponsales locales ( stringers ) o de enviados especiales cuando la ocasión lo requería.
El 22 de julio de 1969, el nombramiento por las Cortes del príncipe Juan Carlos de Borbón como sucesor de Franco a título de rey abrió una expectativa sobre el futuro del régimen, en conflicto con la legitimidad dinástica encarnada en la persona de su padre Juan de Borbón, el heredero de Alfonso XIII. El 20 de diciembre de 1973, el espectacular asesinato por ETA del almirante Luis Carrero Blanco, en quien unos meses antes Franco había delegado por primera vez la presidencia del Gobierno, despertó el temor a la inestabilidad. El 2 de marzo de 1974, la ejecución de las penas de muerte a Salvador Puig Antich y Heinz Chez, en Barcelona y Tarragona, indicaron un endurecimiento del régimen.
El 9 de julio de 1974, la primera enfermedad de Franco y su substitución temporal por el príncipe como Jefe del Estado, de 19 de julio a 31 de agosto, activó la llegada a Madrid de corresponsales y enviados. El 27 de septiembre de 1975, la ejecución de cinco penas de muerte a miembros de ETA y FRAP sumió a España en una crisis internacional que preludiaba serias dificultades ante la muerte del Caudillo, que se produjo dos meses más tarde, tras una larga agonía y en medio de los pesimistas augurios de la prensa internacional.
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