Es importante que los terapeutas, si bien ejercemos el rol de expertos en la relación terapéutica, nos centremos en nuestro consultante, lo tomemos como un ser humano que sufre, y por tanto debemos colocarnos a su servicio. Este enfoque de la terapia centrada en el consultante ha revolucionado la manera en la que se manejaban los psicólogos y ha resultado sumamente enriquecedor para el ámbito de las terapias; su impulsor fue Carl Rogers, una de las grandes figuras de la psicología humanista, con su propuesta acerca de la Terapia Centrada en el Cliente.
Nuestro rol en la relación terapéutica es la de ser los propulsores de esta relación; somos los responsables de generar la conexión interpersonal y la confianza necesaria para que el consultante logre realizar los cambios que necesita en su vida. Para eso necesitamos escuchar y entender a nuestros consultantes, y que ellos sientan que son comprendidos por nosotros. Esta conexión, que debemos propiciar desde el inicio, es lo que sustentará todo el proceso terapéutico.
Para plasmar este rol recurriremos a la “escalera de la confianza”, un gráfico que encontramos en diversos libros de negociación, adaptándolo al ámbito terapéutico. Aquí se postulan una serie de escalones o pasos para generar confianza en los clientes (consultantes) y propiciar los cambios comportamentales necesarios, es decir, lograr los objetivos propuestos.
La confianza se va generando cuando dedicamos tiempo a escuchar al otro y le prestamos nuestra total atención. Con la inteligencia emocional del terapeuta como base se genera una apertura que permite el contacto inicial, luego con el manejo de la empatía y el rapport seremos capaces de generar esa confianza necesaria para que podamos conducir y guiar a nuestros consultantes por su propio proceso terapéutico, y así que logren realizar los cambios, los movimientos y transformaciones que necesitan en sus vidas. El momento del cambio se dará naturalmente si transitamos esta escalera, si preparamos a nuestros consultantes, si los escuchamos y entendemos…
Características de las relaciones terapéuticas
Las relaciones terapéuticas presentan características diferentes a otros tipos de relaciones interpersonales de ayuda, por ejemplo, la de amistad; en este sentido Kanfer y Goldstein (1993) describen sus características distintivas:
Son unilaterales, porque el foco de la relación y todas las actividades están centradas en el consultante: la resolución de sus problemas y/o la mejora de su calidad de vida. Los problemas personales, los acontecimientos privados, las preocupaciones y los deseos del profesional, se dejan deliberadamente a un lado.
Son sistemáticas, porque se establecen acuerdos desde el inicio sobre los propósitos y objetivos, y el terapeuta planifica y pone en marcha los procedimientos que conducen al cumplimiento de los objetivos.
Son formales, porque la interacción está limitada a tiempos y lugares concretos. Los roles, obligaciones y responsabilidades del terapeuta son aquellos definidos en el contrato terapéutico. Aunque a veces el terapeuta puede crear intencionadamente una atmósfera informal a los fines del tipo de terapia que propone, pero también, aunque la relación sea más informal, se rige por ciertos parámetros de tiempo, espacio y fundamentalmente, roles específicos y diferenciados entre terapeuta y consultante.
Tienen un tiempo limitado, porque la relación termina de forma ideal por mutuo acuerdo cuando se alcanzan los objetivos y metas inicialmente pactados. El fin de la relación terapéutica forma parte de la interacción y puede darse también por iniciativa del consultante que puede desear finalizar el tratamiento o cambiar de terapeuta, o por iniciativa del terapeuta, que puede finalizar el tratamiento por haber cumplido con los objetivos –equivalente al ‘alta’ médica– o porque considera que es pertinente derivar a otro profesional.
Este vínculo de características únicas ha sido objeto de numerosas investigaciones que concluyeron que es uno de los principales elementos predictores del éxito de la terapia.
La importancia de establecer una alianza terapéutica positiva
El psicólogo y docente Edward Bordin (1979) afirma que la alianza terapéutica depende esencialmente de tres componentes:
El vínculo positivo establecido con el paciente, es decir, la conexión entre consultante y terapeuta. Si bien el vínculo por sí solo no es suficiente para crear una alianza terapéutica, la base de esa alianza es que el consultante sea comprendido, respetado y aceptado por el terapeuta. Es lo que Carl Rogers llama “aceptación positiva incondicional”.
El grado de acuerdo de los objetivos a conseguir: en el inicio del proceso el terapeuta debe proponer y ayudar al consultante a definir claramente los objetivos que el consultante desea lograr con la terapia y llegar a un acuerdo, para que ambos, terapeuta y consultante, puedan dirigir sus esfuerzos hacia el mismo lugar. Se puede establecer aquí una jerarquía de objetivos, es decir, generales y específicos, y dentro de los específicos, a cuáles se atenderá en primer lugar, cuáles tienen mayor urgencia y cuáles pueden ser atendidos posteriormente.
La aceptación y el compromiso con las tareas necesarias para conseguir los objetivos terapéuticos planteados: el terapeuta debe dejar muy claro, explicándole al consultante, cuáles serán las técnicas que utilizará en las consultas y el consultante deberá estar de acuerdo con ellas y tener la posibilidad de rechazar las que no crea convenientes. Si el consultante tiene dudas respecto de la terapia, el inicio de la misma es un momento adecuado para esclarecerlas, para que pueda implicarse activamente, participar y comprometerse con su propio proceso.
Solo después de que la alianza terapéutica está constituida es posible continuar avanzando, pues el consultante ha logrado disminuir sus resistencias y comenzar a manifestar su esencia. Al respecto, una habilidad esencial que la Programación NeuroLingüística (PNL) ha destacado, es la de establecer Rapport con nuestros consultantes, es decir, la habilidad de crear las condiciones para generar sintonía con nuestros consultantes. Para esto, propiciar tanto la confianza como la comunicación son fundamentales, y en este sentido, la PNL plantea que es de gran importancia identificar el sistema representacional predominante en cada consultante, es decir, cuál es su principal canal de comunicación (visual, auditivo, kinestésico, olfativo o gustativo), y adaptar nuestra comunicación a la forma en la que el consultante se expresa, favoreciendo así una verdadera conexión y empatía.
¿Es lo mismo cura y sanación?
Todo proceso terapéutico tiene una finalidad, una meta, un norte hacia donde se dirige, que son los objetivos terapéuticos que se plantean en función de cada consultante particular. Si bien a veces estos objetivos pueden ser relativamente simples (como mejorar su calidad de vida, o autoconocerse), en general los consultantes acuden a terapia porque han llegado a una situación límite en la que necesitan resolver problemas que no consiguen afrontar o resolver por sus propios medios, y deben aprender a superar sus dificultades, dolores, carencias, obstáculos o trabas en su vida.
La solución que podemos ofrecer a lo que trae el consultante como preocupación o motivo de consulta, puede ser, básicamente, de dos tipos: curación o sanación. Si bien en muchos casos ambos términos son tomados como sinónimos, es importante diferenciarlos, para saber dónde posicionarnos y qué pretendemos lograr con nuestra terapia. De acuerdo a nuestra formación terapéutica, habilidades conquistadas y metas personales que deseamos lograr como terapeutas, es decir, qué nos genera satisfacción en lo personal con nuestros logros terapéuticos, nos centraremos en uno u otro proceso:
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