2 El segundo gran momento lo representa el TRATAMIENTO PROPIAMENTE DICHO; es el más extenso y consiste en la planificación, diagramación y puesta en marcha del plan de acción concreto para cada consultante en particular. Aquí es donde se implementan de forma estratégica las técnicas y/o protocolos específicos de tratamiento.Cada terapia plantea estrategias de abordaje propias, que son, en definitiva, los medios para llegar al fin, entre ellas podemos mencionar: la palabra, técnicas de inducción, trabajo con fuentes energéticas, con máquinas, con elementos (agujas, ventosas, aceites esenciales, etc.), técnicas manuales, técnicas de respiración, etc. Cuanto más idóneos seamos en nuestro rol y más experiencia vayamos adquiriendo, podremos tener mayor claridad y efectividad en la aplicación de un tipo de técnicas u otras, para que se adecúen y adapten a cada consultante en particular; de esto dependerá en gran parte el éxito de la terapia.Debemos tener en cuenta que antes de aplicar una técnica o llevar a cabo un procedimiento es importante que lo hablemos con anticipación con el consultante, que le contemos en qué consiste, para que esté de acuerdo en realizarlo, pueda entregarse con confianza al proceso y logre mejores resultados de cada experiencia vivenciada. Y en el caso de que un consultante no desee realizarlo, debemos respetarlo y proponer otra alternativa de abordaje.Frecuentemente ocurre que notamos que el consultante necesita, además de nuestra terapia, un tipo de ayuda que nosotros no le podemos ofrecer; en esos casos es muy favorable para el proceso que le recomendemos al consultante un profesional idóneo para que complemente nuestro trabajo. Por ejemplo, en un proceso psicoterapéutico o de coaching, en ciertas circunstancias se puede sugerir consultar a un auriculoterapeuta, nutricionista, practicar yoga y meditar, según el caso. Esta incorporación de otro terapeuta y otras técnicas estratégicamente planificadas, resultarán en extremo beneficiosas para el consultante y potenciarán extraordinariamente los efectos de nuestra terapia. Por supuesto debemos ser prudentes, pues el extremo de la ‘hiperterapeutización’ puede provocar aún más confusión. El criterio, como veremos a lo largo de toda esta capacitación es “el justo medio entre dos extremos”, es decir, ni pobreza de recursos terapéuticos, ni exceso de terapias y técnicas, para que no resulte contraproducente.Las terapias que el consultante vaya haciendo en paralelo también formarán parte del proceso terapéutico, pues complementarán y potenciarán nuestro trabajo, y podremos de esta manera abordar al consultante de manera integral, expandiéndose enormemente nuestro campo de acción. Si no trabajamos en un espacio terapéutico o institución multidisciplinaria, podemos establecer acuerdos profesionales con terapeutas que sepamos que comparten los mismos lineamientos generales que nosotros en su terapia, por ejemplo: visión holística, complementariedad de las terapias, valoración del trabajo en equipo, etc., y que esto no sea solo un discurso, sino que realmente se conduzcan de esa forma en su terapia. Gracias a los lineamientos generales compartidos será posible tener una comunicación fluida respecto de la evolución de los consultantes en común y poder ir en la misma dirección, lo que optimizará las posibilidades y alcances del proceso terapéutico.Lo que no debemos olvidarnos en este segundo momento del proceso es que todas las acciones que desarrollemos y propongamos deben estar dirigidas al logro de los objetivos terapéuticos planteados en el primer momento.
3 El tercer momento se refiere al SEGUIMIENTO Y CIERRE del proceso terapéutico. Cuando vemos que el consultante ha llegado a un punto de evolución en el que no hay más posibilidad de avance pues aparentemente se han cumplido los objetivos terapéuticos planteados, es necesario realizar una reevaluación para confirmar que efectivamente han sido cumplidos, logrados... Si lo corroboramos, será momento de proponer al consultante el cierre del proceso terapéutico. Para que no resulte abrupto, podemos proponerle ir espaciando la frecuencia de las consultas, que se orientarán a sostener los cambios que ha ido realizando durante todo el proceso, y a prevenir recaídas.Cuando los logros del proceso han sido consolidados y se han cumplido todos los objetivos, puede darse por finalizado, con éxito, el proceso terapéutico. Esto implica que el consultante ha alcanzado una transformación vital profunda, una mejora evidente en su calidad de vida, una adquisición de herramientas y habilidades para continuar evolucionando y un traslado de todo lo aprendido en la terapia a su vida cotidiana.Por supuesto, el cierre definitivo del tratamiento debe ser realizado de común acuerdo, y es fundamental hacer una devolución final al consultante. También aquí es importante dejar en claro que, si en otro momento de su vida necesita nuevamente de nuestra ayuda y guía, puede contar con nosotros.
Todo lo que ocurre desde el inicio hasta el cierre de la terapia, incluso entre consultas, forma parte del proceso terapéutico, pues todo contribuye, por una parte, a la toma de consciencia del consultante, a la comprensión profunda de sus motivos de consulta y hacia dónde quiere llegar, y, por otra parte, a que esa comprensión, con la guía adecuada del terapeuta, pueda ser convertida en acción en su vida cotidiana. Por tanto, para aprovechar al máximo los beneficios de la terapia, es importante que nuestros consultantes sean activos en su proceso, lo que implica que continúen trabajando sobre sí mismos también fuera de las consultas, que es donde se verán realmente plasmados de forma duradera, los logros conquistados.
“La relación terapéutica debe despojarse del rol de seguridad del terapeuta para pasar a ser un encuentro de ser humano a ser humano”.
Carl Rogers
Todo proceso terapéutico es atravesado, indefectiblemente, por la relación interpersonal que se establece entre terapeuta y consultante, pues ambos comparten un espacio, un tiempo, intercambios y una conexión personal necesaria y fundamental para el éxito de la terapia, que va más allá del trato estrictamente profesional. Esta relación, como todas las relaciones humanas, se basa en la conexión interpersonal, es decir, en la interacción recíproca donde la comunicación tiene un rol protagónico: según cómo hacemos sentir a nuestros consultantes podemos propiciar la honestidad, transparencia, apertura y confianza hacia nosotros y la terapia que desarrollamos. Para esto, los terapeutas necesitamos tener una actitud de calidez, escucha, aceptación, no juzgamiento y valoración de la persona que tenemos frente a nosotros. Esta conexión interpersonal es lo que da sentido y significado a la terapia y es uno de los grandes factores predictores de éxito o fracaso del proceso terapéutico.
Es por esto que el proceso terapéutico no puede ser desvinculado de la relación interpersonal que se genera entre terapeuta y consultante, y es por esto que debemos tenerlo en cuenta cuando realizamos diagnósticos o elaboramos hipótesis, pues nuestra influencia puede cambiar por completo el rumbo de la evolución del consultante.
En este sentido, Paul Wachtel, profesor de Psicología y defensor de la integración y convergencia de las ciencias humanas, afirma que “el terapeuta que no tiene en cuenta que lo que observa no es al paciente, sino al paciente en relación con él, está intentando resolver las ecuaciones equivocadas, ya que no incluyen el factor de su propia influencia sobre el paciente, y por tanto, van a arrojar soluciones equivocadas” (Wachtel, 2008).
Por ejemplo, podemos inferir que un consultante es ‘tímido’ porque se muestra cerrado o no se entrega a nuestra terapia, pero es posible que en realidad seamos nosotros los que no logremos ser verdaderamente empáticos con él y que no generemos en él la confianza suficiente que necesita para abrirse, incluso es posible que le hagamos recordar a una figura de autoridad a la que le temía o le teme y a la que no puede enfrentar. Aquí es donde se producen los fenómenos transferenciales y contratransferenciales (en términos psicoanalíticos), que todo terapeuta necesita aprender a manejar, tanto para evolucionar como terapeutas, como para que la relación prospere y la terapia genere resultados positivos. Por supuesto no es tarea sencilla, pero con la práctica todo resulta posible.
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