Las herramientas, técn;as específicas y habilidades terapéuticas necesarias para el trabajo concreto en el que cada terapeuta se ha formado, y la actualización constante de saberes.
El conocimiento acerca de nociones básicas respecto de lo que el consultante puede presentar en consulta (personalidad, cuadros psicopatológicos posibles, de qué manera abordar los síntomas, etc.)
Una metodología científica en la cual respaldar y estructurar el “paso a paso” de nuestra terapia.
El desarrollo personal del terapeuta como condición sine qua non, es decir, los procesos terapéuticos propios que debe y necesita transitar cada terapeuta en lo personal para tener integridad profesional.
Atendiendo a estos factores sin dudas será posible, junto con el compromiso y esfuerzo de los consultantes en su mejoría, propiciar transformaciones reales, profundas y duraderas, convirtiéndonos así en terapeutas de excelencia.
Los ejes del proceso terapéutico
Todo proceso terapéutico está compuesto por 4 pilares principales:
El consultante: la persona que busca ayuda para resolver aquellos problemas que no puede con sus recursos propios y que desea mejorar su calidad de vida. Para ayudarlo, primero debemos conocerlo, saber qué tipo de situaciones se pueden presentar en nuestra consulta y cuáles son los mejores modos de actuar que debemos tener los terapeutas frente a la diversidad de circunstancias que se nos plantea en la consulta.
El terapeuta: el instrumento de cambio, la persona que se capacitó ampliamente y posee las habilidades y herramientas necesarias para brindar ayuda, siendo un guía en el proceso de evolución de sus consultantes.
La relación terapéutica entre ambos: el encuentro entre consultante y terapeuta mediante la construcción conjunta de una relación de confianza, apertura y aceptación. Necesitamos promover un vínculo positivo que propicie, motive e impulse al consultante a realizar los cambios que necesita.
Un método terapéutico: un modo estructurado de establecer relaciones entre hechos, de proceder para llegar a un resultado determinado (cumplir con los objetivos terapéuticos propuestos). Sirve para organizar y ordenar el tratamiento del inicio al fin, orientar nuestro abordaje y contextualizar las técnicas y estrategias terapéuticas que utilizamos, potenciando la efectividad de nuestro trabajo.
En toda terapia los dos polos, que son consultante y terapeuta, van atravesando por diversas fases, que como dijimos, no son estáticas ni lineales, pues dependen de gran cantidad de variables. Ambos polos atraviesan el proceso de manera diferente, pues sus roles son totalmente diferentes: mientras el consultante va vivenciando en sí mismo sus movimientos internos, sus cambios y transformaciones, el terapeuta va proponiendo caminos posibles, pasos a seguir, herramientas, habilidades, estrategias, lo va ayudando a transitar su proceso, se presenta como guía… Veamos el recorrido que necesitan hacer ambos polos del proceso terapéutico:
Si bien la combinación de variables que presenta cada consultante es única y cada proceso terapéutico es singular, todos los procesos terapéuticos experimentan avances, mesetas, retrocesos o recaídas, reformulaciones y nuevos avances.
Muchas veces podemos percibir que el consultante avanza tres pasos y luego retrocede dos, para luego permanecer por un tiempo allí “estancado”, hasta que nuevamente algo se despierta, el consultante se “destraba” y puede avanzar nuevamente, incluso con más fuerzas, con mayor impulso. Y es así como todo proceso avanza, no es rectilíneo, no es uniforme, no es constante, pero es la forma en que el ser humano transita sus procesos. Entender esto hará que estemos preparados para acompañar a nuestros consultantes en todos esos momentos y que ellos sientan que estancarse o retroceder también es parte del proceso, mientras no se pierdan de vista los objetivos terapéuticos, la meta hacia donde queremos llegar con la terapia.
Ir cumpliendo los objetivos terapéuticos, que el consultante vaya logrando resultados, aunque pequeños, es lo que lo mantendrá motivado en el proceso. Los objetivos terapéuticos pueden ser de lo más variados, por ejemplo: vivir con mejores condiciones de salud, aprender a reconocer, entender y manejar las emociones y pensamientos nocivos, construir relaciones interpersonales sanas, adquirir mayor autoconfianza y seguridad, superar los miedos que no permiten avanzar, conectarse con el sentido de su vida, etc.
Si pudiésemos graficar de manera simple el proceso terapéutico que atraviesa el consultante, resultaría más o menos de la siguiente forma:
Si bien el ritmo, velocidad, capacidad de superar obstáculos y continuar avanzando es particular de cada consultante, existen ciertas constantes si el proceso es estratégica y metodológicamente apropiadamente guiado por el terapeuta:
1 FASE DE AVANCE INICIAL: En el inicio el consultante comienza en su punto cero, cargando consigo todo su bagaje de preocupaciones y situaciones a resolver; este comienzo es un momento de gran confusión. Muchas veces, por primera vez, logra exteriorizar sus emociones y pensamientos y trabajarlos a niveles profundos, por lo que rápidamente comienza a sentir que se le abren nuevas puertas y posibilidades para darle cauce a sus emociones, comprenderse a sí mismo de una forma amorosa, comenzar a percibir cambios en el pensar, el sentir y el actuar, es decir, comienza a percibir los primeros resultados. Esta es una fase de gran entusiasmo y descubrimientos.
2 FASE DE MESETA O RETROCESO: Luego de un tiempo y de algunas conquistas, es posible que comience a percibir que ya ha avanzado lo suficiente (aunque sepa que su objetivo aún está lejos) y tiene momentos donde parece que se detiene su progreso, que son los momentos de meseta, totalmente naturales dentro del proceso. Pero esto hace decaer la motivación y puede comenzar a sentir que incluso empiezan a decaer los avances que había logrado. Muchos consultantes proyectan su sensación de estancamiento en el proceso mismo de la terapia y afirman que hacer terapia ya no les sirve, pues se sienten igual, o hasta peor que cuando comenzaron.En Psicología solemos ver esta la parte del proceso de meseta, o incluso de recaída como aquella crisis de curación que relatan muchos médicos, es decir, una reacción del cuerpo donde aparecen nuevos síntomas o se exacerban los existentes, que en realidad sirve para depurar al organismo y permitir la mejoría. Yendo al terreno psicológico, podemos ver esta fase de meseta o retroceso como la antesala del surgimiento de contenidos más profundos, reprimidos y ocultos, pues al acercarnos más a ellos, erigen sus defensas más fuertemente provocando algunas veces inclusive síntomas físicos (deseos de vomitar, fuertes dolores de cabeza, mareos, etc.). Es importante explicarle al consultante que esto forma parte del proceso, que es frecuente que ocurra, pero que es la manera que tiene el psiquismo de limpiar, de sanar, de eliminar lo acumulado que estaba haciendo daño, y que no desista, que resista, pues lo más probable es que si en ese momento abandona la terapia, su síntoma, el problema o la situación por la cual acudió por primera vez, no remita o que hasta resurja con más fuerza.Aquí es donde el terapeuta puede intervenir con estrategias para bajar los niveles de ansiedad, miedo, amenaza, tristeza o frustración que generan altos niveles de cortisol, que puede llegar a ser tóxico para el organismo. Podemos utilizar técnicas como meditaciones o relajaciones profundas para que el consultante tome consciencia y logre ubicarse dentro de su proceso. Se puede realizar también una visualización donde se invite al consultante a que haga un recorrido intentando recordar sus emociones, desde su estado previo a la terapia, en qué condiciones llegó a la consulta inicial, lo que ha transitado hasta ahora, su presente actual, los logros, el futuro inmediato luego de superar esta crisis y el futuro más a largo plazo, con todos sus objetivos ya cumplidos.Con estas simples estrategias y sabiendo realizar aportes pertinentes en los momentos adecuados para volver a conectar al consultante con su proceso, destacando los puntos positivos y las conquistas que ha ido experimentando, lograremos situarlo dentro de la totalidad de su proceso, para que pueda ver con claridad dónde se encuentra y valorar su trabajo personal, su esfuerzo y su evolución. Esta es una instancia crucial, pues se pueden dar dos posibilidades en el consultante:Que igualmente abandone la terapia, porque ya era algo que tenía decidido y nada lo puede hacer cambiar de opinión, o porque la motivación que le damos no resulte suficiente para continuar, o porque no nos quiera contar sus razones; en cualquier caso, debemos respetar su decisión y acompañar ese proceso de cierre. En estos casos es importante dejar la puerta abierta para nuevas consultas cuando el consultante lo sienta o necesite.Que, a pesar de su desgano y desmotivación, continúe, pues los objetivos planteados aún no han sido logrados, entiende el momento del proceso que está atravesando y decide afrontarlo con sus fuerzas renovadas. Por supuesto se descarta que los terapeutas debemos contar con las herramientas necesarias para que el consultante pueda seguir profundizando; de lo contrario, si nos damos cuenta de que no podemos dar más que lo que dimos hasta ese momento, la recomendación es derivar a otro profesional, quizás más experimentado o que practique otro tipo de terapia y que pueda continuar lo que hemos comenzado y alcanzar los objetivos propuestos.
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