Con estos parámetros, además de brindar un servicio de gran calidad, se estarán sentando algunas bases importantes para el reconocimiento científico y legal de las terapias que aún no lo están. De esta forma los consultantes podrán entregarse a ellas con confianza, y los terapeutas integrativos y complementarios también podrán trabajar libremente y en paz.
En la actualidad cada vez más se está demostrando científicamente la eficacia de los resultados de las TICs y diversas prácticas de Oriente, como está ocurriendo con los indudables efectos positivos de la meditación, por citar un ejemplo, o la inclusión por parte de la OMS de enfermedades y síndromes de la Medicina Tradicional China en la Clasificación Internacional de Enfermedades, CIE-11. Por esto es que no debemos desistir, y la mejor forma de hacerlo es luchar por ser mejores terapeutas, más competentes, talentosos e idóneos, cada quien, desde su lugar. Recordemos las palabras de Eduardo Galeano: “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.
El eje fundamental del proceso terapéutico
A veces ocurre que nuestra atención y fundamentalmente la de nuestros formadores se centra en convertirnos en expertos de técnicas específicas según el tipo de práctica en la que nos estemos capacitando, pero suele pasarse por alto que el eje fundamental para que una terapia tenga éxito, es el terapeuta, su persona, como herramienta.
Ser eficientes en la aplicación de técnicas es importante, pero solo es una parte dentro de los numerosos aspectos significativos que todo terapeuta debe desarrollar; no basta con ser los técnicos más expertos, necesitamos mucho más que eso: pasar por todo un proceso de formación integral, entre los que se destacan:
Aprender a cultivar las habilidades terapéuticas necesarias para nuestro ejercicio profesional, con la empatía como habilidad terapéutica por excelencia, para poder entender el trasfondo cognitivo, emocional, relacional y conductual de nuestros consultantes, así como sus necesidades y deseos más profundos y de esta manera, en primer lugar, saber generar conexión para luego poder brindarles una propuesta terapéutica estratégicamente planificada y adecuada para cada uno de ellos.
Incluir el desarrollo personal como pilar fundamental para poder anclar los saberes teóricos en la experiencia personal y aprehender los conocimientos, es decir, hacerlos propios, asimilarlos y que formen parte de nosotros, y que creamos en aquello que promovemos, para poder transmitirlo con plena convicción. Asimismo, este punto debería ser condición sine qua non para el ejercicio profesional, ya que los terapeutas necesitamos haber superado conflictos, dificultades y limitaciones propias (que todo ser humano tiene por el simple hecho de ser ‘humano’), para ayudar efectivamente a otros a transitar ese camino, ese es el rol del guía. Es por esto que se suele afirmar que “nadie puede dar aquello que no tiene”.
Desplegar el proceso dentro de un contexto terapéutico, para poder conocer a nuestro consultante y comprender exactamente qué recursos técnicos son acertados para esa persona en particular. Así personalizamos nuestra terapia sin estereotipar, generando mejores resultados y transformaciones más profundas y duraderas en nuestros consultantes.
Estructurar el trabajo en función de una metodología de eficacia comprobada (mucho más amplio que las técnicas a ser aplicadas), un paso a paso que nos haga sentir seguros del tipo de servicio y la calidad del proceso que estamos desarrollando.
Adquirir conocimientos significativos y útiles relacionados con los perfiles psicopatológicos, pues asumiendo que no existe la “normalidad” en psicología, cada consultante presentará un tipo de rasgos u otros. Saber identificarlos es muy importante, no para encasillar sino para saber hacia dónde orientar nuestro trabajo.
Lograr un balance entre conocimientos teóricos y prácticos (del ejercicio terapéutico), tanto de la terapia donde nos hemos formado, como de terapias complementarias, para ser profesionales integrales, idóneos y verdaderamente efectivos en nuestro rol.
Alineando criterios y terminologías…
Si bien cada especialidad y cada terapeuta utiliza un lenguaje propio, para acordar en un lenguaje común y asumiendo que cada lector le atribuirá la palabra acorde a su preferencia, los términos frecuentes que utilizaremos aquí, son:
Terapia o consulta: es la práctica que se centra en el restablecimiento de la salud y la mejora de la calidad de vida del ser humano en todas sus dimensiones: física, emocional, cognitiva, espiritual, comportamental, social... Es una instancia que no se define por las circunstancias, es decir, por el espacio físico en el que se desarrolla, pues puede realizarse en un consultorio, en una sala o en un espacio abierto; ni por la cantidad de integrantes, ya que puede ser grupal o individual; ni por su presencialidad o virtualidad; ni por la cantidad de tiempo que requiera cada consulta. Dentro de la gran gama de terapias existentes, todas tienen en común su propósito: la ayuda, asistencia y cuidado del ser humano doliente y/o el incremento de su bienestar.En simples términos la terapia es un encuentro entre dos o más personas, cuyo vínculo tiene características, procesos y situaciones particulares que no se asemejan a otro tipo de relaciones como la amistad, el compañerismo, la pareja o las relaciones familiares.
Consultante: es la persona que acude a una consulta terapéutica porque necesita ayuda. Cada terapeuta tiene sus motivos para nombrarlo de una u otra forma, pero “consultante” representa un término genérico, y será utilizado como equivalente a: paciente, cliente, participante, asistente, etc.
Terapeuta: es aquella persona capacitada, formada e idónea para ejercer una terapia, práctica o profesión que se centra en la atención de la salud del ser humano en alguna o varias de sus dimensiones: física, emocional, cognitiva, social, espiritual… y cuyo objetivo es el restablecimiento de la salud y/o el incremento del bienestar de sus consultantes. El terapeuta es la herramienta de ayuda, el instrumento de cambio. Es un término que usaremos aquí como equivalente a: doctor, facilitador, licenciado, terapeuta integrativo, psicoterapeuta, musicoterapeuta, terapeuta holístico, coach, nutricionista, hipnoterapeuta, reikista, reflexólogo…Lo importante es que todos comparten el mismo sujeto de estudio: el ser humano, y el propósito: ayudarlo, asistirlo y/o cuidarlo para que logre mejorar su calidad de vida, ya sea aliviando una dolencia o enfermedad (cura) o realizando un proceso de profunda transformación (sanación).
Proceso terapéutico: es todo lo que ocurre desde el inicio, es decir, desde la solicitud de consulta o pedido de ayuda, incluyendo lo que transcurre entre consultas (pues toda terapia tiene repercusiones en la vida cotidiana de los consultantes), hasta el fin del tratamiento o cierre, que puede darse por voluntad del consultante o por el cumplimiento de los objetivos terapéuticos; lo que en medicina y otras disciplinas se denomina “dar de alta”.
Vínculo terapéutico: es la relación particular, el encuentro que se da entre dos partes: una parte que se ha capacitado y brinda herramientas de ayuda (terapeuta) y otra parte que requiere y solicita la ayuda que el terapeuta está capacitado para ofrecer (consultante). Para que esta relación resulte significativa y beneficiosa para el proceso de cambio del consultante, ambos deben participar activamente y establecer una alianza basada en la confianza y el entendimiento mutuo.
TICs: es la abreviación de Terapias Integrativas y Complementarias. En esta capacitación no hablaremos de terapias alternativas porque las prácticas a las que aquí nos referimos no son tomadas en lugar de los tratamientos convencionales, es decir, no son una alternativa a otros procedimientos, sino que los complementan. Cada una atiende a diversos aspectos del ser humano (físico, emocional, cognitivo, energético, espiritual, comportamental, relacional) y lo aborda desde diferentes paradigmas, bases teóricas y técnicas, y profundizan más en un área que en otras.Las TICs no son excluyentes entre sí, sino que se complementan entre ellas y con las terapias tradicionales, logrando un abordaje holístico e integrador, y, por tanto, más efectivo.De esta forma, el trabajo multidisciplinario es sumamente enriquecedor, tanto para los terapeutas, que aprendemos y nos nutrimos de los aportes de otras prácticas, como para los consultantes, que, cuando son abordados desde la integralidad, obtienen mayores beneficios y mejores resultados.
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