La República había hecho un esfuerzo considerable para aumentar el número de institutos. En Madrid, antes de la guerra solo había cuatro centros públicos de enseñanza secundaria. Desde 1845 existían el Instituto San Isidro y el Instituto Cardenal Cisneros; en 1918 se había fundado el Instituto Escuela y en 1929 el Instituto Infanta Beatriz, femenino. En el País Valenciano la situación era similar. Existía el Luis Vives de Valencia desde 1851 y los institutos provinciales de Castellón y Alicante desde 1846 y 1845, respectivamente, así como el de Requena, fundado en 1928.
El objetivo del Ministerio de Instrucción Pública de crear nuevos institutos se volvió una necesidad acuciante como consecuencia de la aprobación de la Constitución de la Segunda República el 9 de diciembre de 1931. En su artículo 25 establecía: «Quedan disueltas aquellas Órdenes religiosas que estatuariamente impongan, además de los tres votos canónicos, otro especial de obediencia a autoridad distinta de la legítima del Estado. Sus bienes serán nacionalizados y afectados a fines benéficos y docentes». Igualmente señalaba que las demás órdenes religiosas quedarían reguladas por una ley especial votada por las Cortes y que se ajustaría a seis supuestos, uno de los cuales establecía la prohibición de ejercer la industria, el comercio o la enseñanza. Su aprobación significó la abolición de la Compañía de Jesús por el Decreto de 23 de enero de 1932 del Ministerio de Justicia, que regulaba la disolución de la Orden de los jesuitas y especificaba que los bienes de la compañía pasaban a ser propiedad del Estado. 25La repercusión que tuvieron estas disposiciones en el ámbito educativo fue inmediata, ya que centenares de alumnos de los centros religiosos se vieron en la calle.
La Iglesia católica regentaba, en el momento de la publicación de la Ley, 295 centros de enseñanza secundaria con 20.684 alumnos. 26El Ministerio propuso, para aliviar con premura la situación sobrevenida con el cierre de los colegios religiosos, la creación de nuevos institutos en los centros cerrados de la Compañía de Jesús, así como el nombramiento de nuevos directores. En virtud del Decreto de 28 de enero de 1932, fueron nombrados para este cometido algunos catedráticos de instituto de máxima altura intelectual y gran afinidad política republicana, como era el caso de Joaquín Álvarez Pastor. Este catedrático, en tres años, pasó de desempeñar la dirección del Instituto Luis Vives en 1931 a ser director del recién estrenado Instituto Escuela de Valencia en 1932 y, al año siguiente, a ocupar la dirección del nuevo instituto Pérez Galdós de Madrid.
Entre 1932 y 1934, el Ministerio creó institutos en Valencia, Madrid y otras capitales, al mismo tiempo que destinó un millón de pesetas para la dotación de estos centros. Los nuevos institutos de enseñanza secundaria eran de tres clases: nacionales de Segunda Enseñanza, elementales y colegios subvencionados. El objetivo era paliar las necesidades de escolarización sobrevenidas con la expulsión de los jesuitas y el cierre de los colegios de las otras órdenes religiosas. 27El primero de los inaugurados en Valencia tras la expulsión de los jesuitas fue el Instituto Escuela, que en 1932 ocupó el edificio del colegio San José que había sido propiedad de la orden. Ese mismo año también entraron en funcionamiento los institutos de Orihuela –ocupó el edificio del Colegio de Santo Domingo– y Elche. 28Un año después, en virtud de un decreto del 30 de agosto de 1933, fueron puestos en marcha el Instituto Nacional de Bachillerato Blasco Ibáñez de Valencia, el Instituto de Bachillerato Elemental de Xàtiva y el Colegio Subvencionado de Alcira. 29Más tarde, en octubre del mismo año, se añadieron los colegios subvencionados de Benicarló y Gandía. El último en entrar en funcionamiento fue el Instituto Obrero, que –creado por Orden Ministerial de 24 de noviembre de 1936– se nutrió con personal militante afiliado a partidos y sindicatos del Frente Popular y con dedicación exclusiva, ya que «alejados de sus familias y de su entorno habitual encontraron en el instituto un ambiente de afecto y camaradería que les indujo a dedicarse completamente a sus enseñanzas y a sus alumnos», según Juan Manuel Fernández Soria. 30Entre los profesores que trabajaron en el Instituto Obrero de Valencia cabe mencionar a los catedráticos Enrique Rioja Lo Bianco, Samuel Gili Gaya y Manuel Núñez de Arenas y a la encargada de curso de Literatura María Antonia Suau Mercadal. Esta profesora llegó en 1938, tras una breve estancia en Murcia. Procedía del Instituto Escuela de Madrid y estaba embarazada de un oficial italiano de las Brigadas Internacionales, Antonio Vistarini. Lo había conocido en Madrid en el terrible verano de 1936, cuando trabajaba como enfermera voluntaria en un hospital de sangre, aunque él ya vivía en España desde hacía tiempo trabajando como fotógrafo y director de cine. Entre sus películas sobresalen las que rodó durante la guerra civil, Frente a frente y Quijorna . Una noche de bombardeos nació su hija en el Instituto Obrero de Valencia; el marido había fallecido unos meses antes y ella fue atendida por la mujer del catedrático de Historia Rafael Cartes Olabuhena. En ese ambiente de vida en comunidad encontraron acomodo muchos catedráticos y profesores que compartieron trabajo y alojamiento durante el periodo bélico en el edificio del antiguo colegio jesuita de Valencia. 31
Como consecuencia de las nuevas directrices de la política de Educación Secundaria impulsadas por el Ministerio de Instrucción Pública, la red pública de institutos se triplicó en los años de la Segunda República en el País Valenciano. Con la puesta en marcha de los nueve institutos creados por la República el número de centros de Segunda Enseñanza pasó de cuatro a trece. Ese incremento no fue un hecho aislado, en la ciudad de Madrid abrieron sus puertas ocho centros en el mismo periodo. La mayor parte de los profesores que llegaron desplazados a Valencia en los años de la guerra provenía de esos nuevos institutos: el Antonio de Nebrija, el Cervantes, el Velázquez, el Lope de Vega, el Calderón de la Barca, el Pérez Galdós, el Lagasca y el Goya.
El Ministerio tuvo que hacer frente también al problema de tener que seleccionar personal de nueva incorporación para dichos centros y optó por promover la convocatoria de un concurso especial de comisiones de servicio, en la que participaron profesores consagrados que, como Antonio Machado, tenían sus plazas en provincias alejadas y aprovecharon para trasladarse a la capital. 32Se incorporaron solo en la ciudad de Madrid alrededor de 150 profesores, entre catedráticos, profesores encargados de curso y profesores especiales de Educación Física y Dibujo. 33Concretamente, de los 67 catedráticos que llegaron a los nuevos institutos de Madrid, 33 estaban vinculados a la Junta de Ampliación de Estudios (JAE) y unían a su compromiso con la ciencia, su apoyo a los planteamientos pedagógicos y políticos de la Segunda República. Su implicación les llevó a ocupar puestos directivos en los nuevos institutos y en la sección de Segunda Enseñanza de la Comisión Nacional de Cultura, una junta creada para la sustitución de la enseñanza impartida por las órdenes y las congregaciones religiosas. También ocuparon puestos en la Junta Técnica Inspectora de Segunda Enseñanza y en el Ministerio de Instrucción Pública. Según Vicente José Fernández Burgueño, el perfil medio del catedrático que accedió voluntariamente a estos centros estaría configurado a partir de una o varias de las siguientes características: «brillante carrera universitaria, con regularidad premio extraordinario en la licenciatura y en el doctorado; edad inferior a los cuarenta años y por tanto en plena madurez intelectual». 34
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