Margarita Ibáñez Tarín - Los profesores de Segunda Enseñanza en la Guerra Civil

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Los profesores de Segunda Enseñanza en la Guerra Civil: краткое содержание, описание и аннотация

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La batalla ideológica que se libró en los institutos de Segunda Enseñanza durante la Guerra Civil ya se venía gestando en Europa desde la Primera Guerra Mundial. Algunos profesores se identificaban en los años treinta del siglo XX con las nuevas tendencias del nacionalismo antiliberal reaccionario y del fascismo que se estaban abriendo paso en el continente. Frente a ellos, un sector importante del profesorado se reconocía en los valores ideológicos de las distintas opciones de izquierdas y, además, una amplia masa de docentes ambiguos permanecía en la denominada «zona gris». La pugna ideológica que se vivió en ese tiempo entre el personal docente de la Segunda Enseñanza se saldó con la separación del servicio de un buen número de profesionales. Primero fue la República la que cesó de forma forzosa a los considerados desafectos a la causa republicana y después fue el franquismo el que llevó a cabo una limpieza política de gran alcance en el seno de la administración educativa. Ambas cribas ideológicas presentan muchas diferencias, no solo en cuanto a agentes y objetivos, sino también en cuanto al contexto histórico y a la naturaleza de la represión política y cultural que desencadenaron.

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La tarde del 17 de julio de ese año de 1936 es una tarde como otra cualquiera, calurosa y optimista. Nadie sabe una palabra […]. La gente sale en mangas de camisa a balcones y aceras para aliviarse con la fresca. Se la ve repantigada en butacas o sillas de cuerda echando mano al botijo resudado de cuando en cuando. Se conversa en voz aplastada, como lejana al peligro, por el rescoldo bárbaro del estiaje. Gramófonos y aparatos de radio lanzan al viento gandul las últimas canciones de moda, tonadillas andaluzas mistificadas, de los maestros Valverde, León y Quiroga. 1

Juan Renau, profesor del Instituto Obrero (1936-1938), recuerda en este texto la sospechosa calma que precedió a la tormenta el día del golpe de Estado en Valencia y, curiosamente, al igual que Adela Gil Crespo, profesora del Instituto-Escuela (1936-1939), alude a las coplas y canciones de moda que sonaban en los aparatos de radio:

Como una visión lejana, en la que el recuerdo y la fantasía se entrecruzan, me llega el recuerdo leyendo a Fraser, 2de cómo recibimos en mi familia y en mi barrio, la Prosperidad, la noticia del alzamiento. No teníamos radio. Hacía años habíamos tenido una galena, pero después mi padre no era partidario de la radio. La vecina de enfrente nos atormentaba tarde y noche con las estridencias de las canciones de moda. Pero aquel día no eran canciones, eran noticias. Los militares se habían sublevado en Marruecos, y la República parecía peligrar. Las noticias empezaron a circular, en la calle se hacían corrillos, se lanzaban opiniones. No sería nada, sería una Sanjurjada más, y el gobierno terminaría por dominar. 3

En los días anteriores al golpe de Estado contra el Gobierno legal de la República, no era fácil presagiar un desenlace tan trágico, aunque no faltaran rumores, sospechas y advertencias. 4El fracaso del pronunciamiento conllevó, como es sabido, la división del territorio español en dos zonas enfrentadas y el estallido de la guerra civil. La España de preguerra no era el escenario de caos y violencia política extrema que algunos se empeñan en presentar. No existía ninguna conspiración protocomunista ni judeomasónica, ni había peligro de revolución socialista, si bien no se puede negar la aguda conflictividad social que sacudía el país aquellos días. Se trataba de unos enfrentamientos que no eran significativamente distintos (tal vez lo contrario) a los que se producían en otros países europeos, como ha argumentado Julián Casanova. 5En la primavera de 1936, se entrecruzaron procesos de crisis de diversa naturaleza: crisis institucional del Gobierno, movilización colectiva, intensificación de la conflictividad sociolaboral, presencia creciente en el espacio público de los instrumentos coactivos del Estado, conflicto religioso, etc., pero ninguno de ellos abocó necesariamente a la guerra civil, cuyo desencadenamiento se debió al fracaso parcial de la sublevación militar contra el régimen legalmente constituido. 6Ni el radicalismo de los discursos políticos ni los estallidos de violencia pueden ser vistos como la plasmación de una irreversible polarización del país que provocó ineludiblemente a la contienda. También es necesario tener en cuenta el clima radicalizado que reinaba en la Europa de los años treinta.

Muchos profesores estaban en las primeras semanas de julio de 1936 desplazados de sus domicilios y lugares de trabajo a causa de unas inminentes oposiciones que se iban a celebrar en Madrid o por motivo de las vacaciones de verano. El director del instituto de Orihuela y catedrático de Ciencias Naturales José María Andreu Rubio había llegado de vacaciones a Madrid, el 6 de julio, para clasificar sus dípteros en el laboratorio de Entomología del Museo de Ciencias Naturales. Quería pasar quince días haciendo excursiones por los alrededores y aprovechar para cazar más insectos, pero después del 18 de julio –dado que su condición de sacerdote no pasaba desapercibida– optó por esconderse en el hotel, hasta que el día 29 pudo trasladarse a Orihuela vestido de seglar. 7A José Andreo García, catedrático de Latín del instituto de Elche, el golpe de Estado le sorprendió veraneando en Aledo (Murcia), donde tenía casa y fincas rústicas. Desde allí, temiendo por su vida, huyó para refugiarse temporalmente en una casa de campo de la sierra Espuña. 8Son solo dos testimonios de los muchos que tenemos referidos del día del golpe de Estado. Aparecen en los cuestionarios que acompañan a la declaración jurada que tuvieron que presentar obligatoriamente todos los profesores y el resto de funcionarios después de la guerra para ser readmitidos en la Administración del Estado. La pregunta sobre qué estaban haciendo y dónde estaban ese día se repite en todos ellos.

Numerosos testimonios cuentan que estaban en Madrid esos días del mes de julio, convocados a unas oposiciones que se iban a celebrar el 3 de agosto. El Gobierno de la República había puesto en marcha un ambicioso plan de construcciones escolares y en paralelo un incremento sustancial de las plantillas del profesorado de Enseñanza Primaria y Secundaria. En esas fechas, la mayoría de los que se iban a presentar a los exámenes eran cursillistas de 1933 9que tenían que consolidar sus plazas, aunque ya llevaban tres años ejerciendo de profesores encargados de curso, pero también había muchos catedráticos que habían sido llamados para constituir los tribunales. La insólita situación fruto de los acontecimientos les impidió la vuelta a sus lugares de origen, en el caso de ser provincias que habían caído en manos de los sublevados. Ese fue el caso de Sevilla, donde los seis bandos de guerra de Queipo de Llano, en los días siguientes al 18 de julio, dieron lugar a grandes matanzas de las que lograron escapar dos profesoras del Instituto-Escuela por no encontrarse en la ciudad en esas fechas. María Rosario Montoya y Adela Gil Crespo trabajaban en el emblemático instituto –heredero de la tradición pedagógica de la Institución Libre de Enseñanza– y unos días antes habían abandonado la capital para pasar el verano en Madrid. La primera, profesora de Ciencias Naturales en el instituto y auxiliar del profesor Pedro Castro Barea en la Universidad de Sevilla, era cursillista del 33, y como otros muchos a los que el golpe los sorprendió estudiando había venido para presentarse a las oposiciones. Su marido, Juan Caballero Moreno, era falangista desde 1933 y es de suponer que se sumó a la represión sevillana. Ella permaneció en zona republicana toda la contienda y fue evacuada con sus dos hijos de 7 y 19 meses a Requena, donde ejerció de comisaria-directora del instituto durante los años de la guerra. 10La otra docente del Instituto-Escuela sevillano, Adela Gil Crespo, profesora de trabajos manuales desde 1934 y al mismo tiempo estudiante en la Universidad hispalense, tuvo suerte de que los bandos de Queipo de Llano la sorprendieran en Madrid, de otro modo, de haber permanecido en ese instituto, que el gobernador civil de Sevilla calificó de «gran foco de sectarismo antirreligioso disuelto por las autoridades nacionales a los pocos días del Glorioso Movimiento Nacional», 11y dada su manifiesta ideología izquierdista, podría haber corrido peligro. 12En cualquier caso, la estancia temporal en Madrid para opositar no fue una tabla de salvación para todos, hubo algunos profesores para los que significó lo contrario. Fernando Cámara Niño, catedrático de Historia Natural del instituto de Alcoi, fue detenido el 29 de agosto y encarcelado en el número 9 de la calle Fomento. Días después, acusado de ser miembro de las Juventudes Católicas de Alcoi, acabó en la cárcel de Porlier. 13En Madrid estaban también esos días algunos catedráticos que habían ido a examinar en los tribunales de oposiciones. El catedrático de Geografía e Historia del instituto de Alicante, José Lafuente Vidal, y el de Francés de Oviedo, Gonzalo Suárez Gómez, se encontraban circunstancialmente en la capital. Según cuenta el hijo de este último, el director de cine Gonzalo Suárez: «Los sucesos del cuartel de la Montaña nos pillaron en Madrid, donde mi padre impartía cursillos para profesores de Francés». 14El terrible verano de 1936 lo pasaron muchos docentes en Madrid soportando los bombardeos. «La ciudad comienza a sentir los devastadores efectos de la artillería fascista. En las proximidades de la casa donde vivimos caen varios obuses. Menudean también las visitas de la aviación. Ya no se puede atravesar el parque del Oeste…», anotaba con paciencia el catedrático Gonzalo Suárez, en el diario donde reflejaba con absoluta minuciosidad, ajeno al derrumbamiento del orden establecido, los progresos de su pequeño hijo desde su nacimiento en Oviedo, en 1934, en plena Revolución de Asturias. Estaba a la espera de que le fuese asignado destino en un instituto de la zona leal a la República.

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