Margarita Ibáñez Tarín - Los profesores de Segunda Enseñanza en la Guerra Civil

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Los profesores de Segunda Enseñanza en la Guerra Civil: краткое содержание, описание и аннотация

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La batalla ideológica que se libró en los institutos de Segunda Enseñanza durante la Guerra Civil ya se venía gestando en Europa desde la Primera Guerra Mundial. Algunos profesores se identificaban en los años treinta del siglo XX con las nuevas tendencias del nacionalismo antiliberal reaccionario y del fascismo que se estaban abriendo paso en el continente. Frente a ellos, un sector importante del profesorado se reconocía en los valores ideológicos de las distintas opciones de izquierdas y, además, una amplia masa de docentes ambiguos permanecía en la denominada «zona gris». La pugna ideológica que se vivió en ese tiempo entre el personal docente de la Segunda Enseñanza se saldó con la separación del servicio de un buen número de profesionales. Primero fue la República la que cesó de forma forzosa a los considerados desafectos a la causa republicana y después fue el franquismo el que llevó a cabo una limpieza política de gran alcance en el seno de la administración educativa. Ambas cribas ideológicas presentan muchas diferencias, no solo en cuanto a agentes y objetivos, sino también en cuanto al contexto histórico y a la naturaleza de la represión política y cultural que desencadenaron.

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Tampoco se puede hablar de profesores republicanos, presuponiendo la existencia de una cultura homogénea de izquierdistas, republicanos liberales, marxistas, anarquistas, liberales y progresistas. Esta última simplificación, que también fue utilizada por el franquismo en su propio interés a la hora de abarcarlos a todos bajo el paraguas de «rojos o marxistas», ha condicionado el hecho de que muchos estudios sobre la represión del profesorado sufran una visión demasiado generalista y no hayan profundizado en análisis particulares. Los republicanos españoles tenían conciencia de pertenecer a un movimiento político antifascista de carácter transnacional en razón de compartir ideales, lecturas, creencias, valores y, sobre todo, un enemigo común: el fascismo. Poblaban las filas de multitud de partidos y sindicatos que reivindicaban la herencia de la Ilustración y compartían un ethos colectivo que los llevó a combatir juntos las dictaduras de Mussolini, Hitler, Salazar y Franco. Esta cultura antifascista creó en ese tiempo una red institucional y de relaciones sociales que se organizó a través de un tejido de centros culturales y artísticos, revistas, periódicos, ateneos, bibliotecas, etc.

El enfrentamiento ideológico que se vivió durante la Guerra Civil y en la inmediata posguerra no fue entre dos bloques completamente opuestos, en blanco y negro, sin los matices de una variada gama de grises. En las aulas de los institutos de la retaguardia valenciana, la batalla entre los partidarios de estas dos ideologías antagónicas –Ilustración y anti-Ilustración– se saldó con la separación forzosa de la enseñanza de cientos de profesores precursores del antifascismo. Frente a ellos, se alzó una minoría de contrarrevolucionarios y una amplia masa de docentes ambiguos que permanecieron en la «zona gris». El historiador italiano Renzo de Felice utilizó por primera vez este concepto en alusión al estado de ánimo colectivo de los italianos durante el bienio trágico de 1943-1945. La mayoría de ellos adoptó una actitud de extrañamiento: «un generalizado sentimiento de genuina aversión hacia los fascistas y los alemanes, pero también de miedo por el desarrollo sangriento de la lucha armada y por el recrudecimiento de la guerra civil. Una clasificación de las preocupaciones que sitúa como primer valor la supervivencia». 8

En Italia, como en España, cuando se habla de «zona gris» no se hace referencia a una actitud política. Allí, como aquí, se impuso el primum vivere ante todo. La gente optó por desaparecer, encerrarse en su cascarón, no comprometerse con ninguno de los bandos en lucha y esperar un rápido final de la guerra. Nosotros utilizamos la expresión «zona gris» aplicada a la problemática de la Segunda Enseñanza durante la Guerra Civil en alusión a un área que no está claramente delimitada. En ese tiempo de guerra y en el que siguió tras la victoria franquista, un extenso grupo de profesores se situó entre las dos minorías activas en la contienda. Muchos de ellos oscilaron entre la adaptación forzada y la colaboración entusiasta con el bando sublevado. Algunos mostraron una postura que se fue transformando durante el conflicto y sobre todo en el periodo inmediatamente posterior. Durante y después de la guerra es indiscutible que la colaboración a ras del suelo de una parte de la población fue fundamental para la victoria de los rebeldes y la posterior consolidación del régimen franquista en España. Pero no siempre es fácil establecer una separación radical entre cooperadores y resistentes, vencedores y vencidos. No solo es prácticamente imposible establecer departamentos estancos entre las distintas categorías, sino que las actitudes de los sujetos son plurales y cambiantes y pueden convivir de manera contradictoria en el tiempo o en un mismo individuo. Dentro de esa «zona vasta gris, compuesta por la masa informe de los que observaban indecisos, paralizados o incapaces de elegir su campo, y cuya actitud evolucionó, en algunos casos, a lo largo del conflicto», en palabras de Enzo Traverso, 9encontramos toda una variedad de grises. No podemos olvidar que, en las décadas de los años treinta y cuarenta, la mayoría de los profesores de Segunda Enseñanza eran burgueses biempensantes, es decir, que pensaban de acuerdo con las ideas tradicionalmente dominantes de signo conservador, y reaccionaron con arreglo a su clase. «No era fácil tomar partido cuando la guerra amenazaba la estabilidad personal trabajosamente lograda», tal como ha visto José-Carlos Mainer en su estudio sobre el papel de los intelectuales en el periodo de 1936-1939. 10

Dentro de la zona gris, los hubo que tomaron partido de manera impuesta, contra su voluntad o por oportunismo, muy lejos de ser su opción ideológica, la del bando en el que lucharon, y los hubo que se convirtieron en franquistas sin saber realmente en qué se estaban convirtiendo y se quedaron aterrados cuando vieron la barbarie, las masacres en las plazas de toros y la tremenda represión que desencadenaron los sublevados. Eran funcionarios con todo el equipamiento intelectual y moral necesario para desempeñar un buen papel en la época burguesa anterior a la contienda, pero la Guerra Civil subvirtió el orden establecido y quebró radicalmente su sistema de valores.

Para las gentes que entraban en el sexto o séptimo decenio de sus vidas, la fuerte sensación de rechazo a la guerra les llevó a una inmediata búsqueda de culpables. Los valores de su mundo personal y las mismas peleas ideológicas de su juventud habían tenido como horizonte referencial el liberalismo y como motivo fundamental, su conciencia de pertenecer a una élite intelectual. 11

Con la guerra las cosas cambiaron para ellos muy rápido, la estimación social de la que gozaban en el periodo anterior cayó en desgracia. Muchos profesores se vieron sobrepasados por los acontecimientos. Eran gentes de otra época, que tenían más de cincuenta años y habían conocido el mundo anterior a 1914, conscientes de pertenecer a una élite social e intelectual cuyos valores se desmoronaban. Eran liberales, pero difícilmente podían ser demócratas, habían pasado la mayor parte de su vida bajo una monarquía constitucional basada en la corrupción y el turnismo . Sabían que «lo que sucedía en España era solo un episodio del amenazante eclipse de sus creencias». 12

Un elemento clave para entender las dinámicas culturales, políticas y sociales durante la Segunda República y en la guerra es el proceso de movilización política de los jóvenes que tuvo lugar en Europa durante el periodo de entreguerras. La juventud ejerció un papel protagonista y hasta conductor de los principales nuevos movimientos políticos, especialmente en el comunismo y el fascismo. La radicalización política en todos los órdenes que se vivió en ese tiempo favoreció el protagonismo político juvenil y muchos catedráticos de instituto con antigüedad consolidada en la carrera docente vivieron este hecho como una verdadera amenaza a su estabilidad y a su prestigio. 13

Los profesores de la zona gris constituyen un grupo variopinto, pero no son propiamente una tercera fuerza en discordia, los encontramos en los extremos más moderados de los dos bloques enfrentados: franquistas y antifranquistas. Tampoco pueden ser asimilados a la llamada «Tercera España», un concepto que resulta bastante inasible para los historiadores. Posiblemente, más que de tres Españas habría que hablar de varias Españas enfrentadas, igual que deberíamos hablar de diferentes conflictos bélicos que se libran a distintos niveles y de manera simultánea en nuestra guerra civil: una guerra internacional, una guerra de clases, una guerra cultural, etc.

En los años treinta, como antes y como después, hubo mucho más que dos Españas. Hubo múltiples proyectos políticos que iban desde la extrema izquierda, con los anarcosindicalistas y las democracias del anarquismo, por un lado, y los comunistas y su marco transnacional, por otro, hasta la extrema derecha, con el fascismo como radical novedad. Era también la España de un socialismo que se situaba entre la realidad y la quimera; la del liberalismo de izquierdas, que giraba en torno a la revolución democrática y la reforma social; la del liberalismo conservador, republicano o no, pero defensor del orden social por encima de todo; la del catolicismo político, que apostaba por la movilización de sus bases sociales contra la República y ¡ay! contra la democracia. 14

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