El libro, ahora, ya no interesa tanto por el texto contenido. Éste mismo se ha convertido en una excusa para decorarlo profusamente, su mayor o menor suntuosidad depende de la posición social del mecenas que lo encargó. A buen seguro, los espacios de la sociabilidad urbana y personal permitirían que el propietario mostrase a sus más allegados sus adquisiciones bibliográficas más recientes. Y ante ilustraciones tan singulares, el propietario no resistiría la tentación de exhibirlas, de mostrarlas, con o sin jactancia; con toda seguridad su contemplación por parte de los presentes abriría la posibilidad de conversar sobre sus excelencias. La mirada atenta y escrutadora invitaría a entablar un diálogo sobre la idiosincrasia de la nueva adquisición bibliográfica, que podría dar lugar a otras consideraciones propias de bibliófilos relativas a los libros atesorados por el comitente. No resulta complicado reconstruir, idealmente, el escenario, si damos rienda suelta a la imaginación. Con toda seguridad los interlocutores ante el ejemplar establecerían comparaciones oportunas, referirían sus similitudes y desemejanzas en relación con otros libros manuscritos de contenidos próximos. Además, como informa Vespasiano da Bisticci, cuando el Panormita le leía al rey Alfonso el Magnánimo las Décadas de Tito Livio no se encontraban solos, se hallaban acompañados por otros nobles y miembros del séquito y comitiva real
[Amava assai i litterati, come e detto, e sempre mentre che istava a Napoli, ogni dì si faceva leggere a messer Antonio Panormita le Deche di Livio, alle quali lezioni andavano molti signori. Facevasi leggere altre lezioni della Scrittura santa, ed opere di Seneca, e di filosofia (…) In questo tempo, sendo di state, ogni dì si leggeva una lezione di Livio per lo Panormita, e andavanvi tutti quegli signori che aveva seco, ch’era cosa degna a vedere, che in luogo dove molti perderebbono tempo in giudicare, sua Maestà lo spendeva in queste lezioni. Aveva suo maestri in Teologia e Filosofia singularissimi] . 12
Ciertamente, el texto mencionado remite a una corte y un ambiente exclusivos, habida cuenta del empeño que puso el rey Magnánimo en rodearse de intelectuales humanistas, aunque no se alejaría mucho de lo que sucedía en ambientes aristocráticos y nobiliarios comparativamente más modestos. Cabría interpretar, de este modo, las consideraciones que Hernando del Pulgar dedicó al marqués de Santillana y su acopio de libros ya mencionado; 13 también aquí la biblioteca fue el lugar de reunión de intelectuales y bibliófilos que se deleitaban con la lectura, la contemplación de ediciones diversas de un mismo texto, así como con la conversación amical y entusiasta.
A los efectos de conocer lo que significó la presencia del libro de lujo en el contexto de la cultura medieval 14 resultará oportuno aproximarse a las personas y los ambientes en los que se utilizaron los libros. Realmente no puede afirmarse que el libro constituyera un objeto que se empleara diariamente, ni tampoco que estuviera presente del mismo modo para todas las clases sociales. Su existencia se veía limitada por un analfabetismo ampliamente extendido, por el elevado precio de los libros 15 y por el escaso interés que suscitaban los temas abordados por la cultura escrita fuera del restringido círculo de alfabetizados. 16 Así las cosas, el libro, per se , constituye un objeto, en su materialidad, escasamente presente fuera de determinados ambientes. Al margen de las colecciones bibliográficas de corporaciones religiosas, universitarias, bibliotecas nobiliarias y aristocráticas, las de los profesionales liberales y, finalmente, las de algunos burgueses que durante la tardía Edad Media comenzaron a hacer acopio de libros para sus bibliotecas personales, con vista más a su exhibición que a su lectura, constituye una excepción.
De este modo, la presencia del libro fuera de los ambientes mencionados resulta un hecho singular. Necesariamente, su excepcionalidad aumenta si al texto se le adjuntan ilustraciones y sus páginas albergan conjuntamente ambos. El registro icónico presenta posibilidades heterogéneas. Los manuscritos ponen al descubierto una variadísima gama decorativa, en estrecha relación con la inversión realizada por el mecenas que lo costeó; su intervención es la que ayuda a comprender la riqueza múltiple que presentan los manuscritos medievales. A guisa de ejemplo resultará ilustrativo comparar diferentes manuscritos concluidos en tiempos y ambientes alejados para así poder percibir el carácter relativo del significado del lujo. Servirán, a guisa de ejemplo, los siguientes manuscritos: (1) el Psalterium Laudatorium de Francesc Eiximenis, copiado y decorado en Valencia entre los años 1442-1443 por encargo del rey Alfonso el Magnánimo; 17 (2) la Biblia del rey Wenceslao, copiada y decorada en Praga entre los años 1389-1400; 18 (3) el Breviario de Matías Corvino, Florencia, 1487-1492, miniado por Attavante degli Attavanti; 19 y (4) la versión italiana de Lanzarote del Lago, del siglo XV. 20
Convendría recordar además, aunque lo estudia con mayor énfasis la Dra. López-Vidriero, la encuadernación que constituía, de forma decisiva, a crear un objeto de lujo. 21
Pero ¿qué podría entenderse por un libro de lujo? Diversos diccionarios se refieren al lujo aludiendo a la riqueza que se exhibe sin restricción, a su abundancia o a su superfluidad. Así, por ejemplo, de las tres acepciones del Diccionario de la Real Academia Española interesan, en esta ocasión, las dos primeras: «Demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo» y «Abundancia de cosas no necesarias». 22 Así pues, si la demasía y la abundancia de lo innecesario definen el lujo, el libro de lujo será aquél en el que el aparato decorativo supere las necesidades explicativas del texto al que acompañan y cuya comprensión facilitan. Superada, pues, la necesidad de comprensión, todo lo que excede en la parte ornamental resulta superfluo y, en este momento, la decoración responde a otros intereses.
Por libro de lujo puede entenderse aquél que destaca por: (1) la calidad de los materiales utilizados en su confección (pergamino, vitela, papel); (2) por la ejecución armónica y elegante de las escrituras utilizadas en la transmisión del texto, sean éstas manuscritas o impresas; (3) por la decoración que acompaña al texto, (4) así como por los materiales utilizados en la encuadernación. En definitiva, los libros belli in superlativo grado que refería Vespasiano da Bisticci, libros hermosos y bellos en grado excelente. ¿Cómo adquirían dicha condición? Copistas y mecenas eran conscientes de que para obtener un producto con dichas cualidades debían hacen confluir una serie de elementos materiales: pergaminos y vitelas de calidad, escritura caligráfica si es manuscrita y la decoración, tanto de las escenas incorporadas al texto como de las capitulares.
Da la impresión de que sus propietarios actuaron motivados más por la vanidad y la auto-celebración que por otros intereses. Y casi con toda seguridad, todos ellos eran conscientes de que, como objetos, los libros de lujo constituían una vana ilusión, momentánea, transitoria, efímera y caduca, que el tiempo desvanecía. No obstante, a pesar de que eran conscientes de este carácter transitorio, se complacían con su posesión. Quienes acumulan libros, sin necesidad, lo hacen por jactancia. 23 La vanagloria la han practicado para mostrar el estatus social alcanzado, fruto del cual han podido atesorar una rica colección bibliográfica. Su exhibición y deleite, compartido éste último con el círculo de amistades, constituyen la consecuencia final de su misma colección.
Petrarca se refirió, de forma crítica, a los coleccionistas y bibliófilos que atesoraban libros por jactancia. En diversas ocasiones criticó a aquellos que lo hacían, animados más por el ánimo y voluntad de posesión que por razones de estudio. Recordaré en este momento dos circunstancias. La primera la que da título a esta intervención procedente del diálogo: De librorum copia , incorporado a su De remediis utriusque fortunæ. 24 Más ilustrativo resulta el segundo. En esta ocasión refiere el uso ornamental que de los libros hacen algunas personas como decoración de ciertos habitáculos. Las críticas, ahora, se exponen en la larga epístola dirigida a Juan de la Incisa ( Ad Iohannem Anchiseum, cui librorum inquisitio committitur ) 25 en la que le encomienda la búsqueda y localización de libros, principalmente, textos clásicos, con el deseo de colmar su irrefrenable deseo, casi compulsivo, de poseer libros; enfermedad de la cual no puede liberarse: libros satiari nequeo. Y, en este contexto, en un momento determinado le decía: Sunt enim qui libros, ut cetera, non utendi studio cumulent, sed habendi libidine, neque tam ut ingenii presidium, quam ut thalami ornamentum . 26
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